Primera lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 82,3-11):
En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él. Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo –lo cual es verdadero en él y en vosotros–, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
Palabra de Dios
En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él. Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo –lo cual es verdadero en él y en vosotros–, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya. Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 95,1-2a.2b-3.5b-6
R/. Alégrese el cielo, goce la tierra
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R/.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.
El Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo. R/.
R/. Alégrese el cielo, goce la tierra
Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R/.
Proclamad día tras día su victoria.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R/.
El Señor ha hecho el cielo;
honor y majestad lo preceden,
fuerza y esplendor están en su templo. R/.
Evangelio de hoy
Lectura del santo evangelio según san Lucas (2,22-35):
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Palabra del Señor
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.» Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»
Palabra del Señor
Reflexión de Hoy
Queridos amigos y amigas:
Se acerca el final del año. Han pasado varios meses, muchos días, un montón de acontecimientos… La historia “cumple” un año más… Pero, ¿qué significa “cumplir”?
Cumplir no es solamente estar, pasar el tiempo. Se “cumple” cuando se hace aquello para lo que uno estaba allí, cuando se hace lo que se debe, cuando se realiza lo que convenía. Si esto es así, “cumplir” un año nuevo es algo más que dejar que los días pasen.
La palabra de Dios viene a iluminarnos. Y nos presenta una figura que ha “cumplido” con la vida: Simeón. Es un hombre mayor. Y siente que es la vida la que ha cumplido con él. Por eso ya no se aferra a la existencia, y le dice a Dios, con esas bellas palabras, que le lleve cuando quiera: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador…”.
Al final, cumplir con la vida es reconocer que la vida ya ha cumplido contigo, puesto que todo es gracia -gratis-. Te han regalado la existencia, las capacidades, las posibilidades… Se te ha dado conocer y creer en el Señor de la Vida… Y, desde ahí, se te invita a responder agradecido, dando a manos llenas lo que recibiste gratis.
Pero como la vida también es lucha, y a veces recibimos golpes, y hay “espadas que nos atraviesan el corazón”, para poder llegar a darse confiadamente, como Simeón, será necesario reconciliar y sanar esas heridas. En Jesús tenemos también al compañero y sanador, porque también él pasó por lo nuestro y conoce de qué están hechas las llagas.
“Señor Jesús,
al acercarse el final de este año
te doy las gracias porque estás cumpliendo conmigo.
Gracias por todo lo recibido.
Y ayúdame a reconciliar todo lo difícil.
Para poder yo también, como Simeón,
cumplir con la vida y no aferrármela,
sino entregarla con la misma generosidad
con la que lo hiciste Tú.
Señor Jesús,
Señor de nuestras horas,
Señor de nuestros días,
Señor de nuestros sueños”.
al acercarse el final de este año
te doy las gracias porque estás cumpliendo conmigo.
Gracias por todo lo recibido.
Y ayúdame a reconciliar todo lo difícil.
Para poder yo también, como Simeón,
cumplir con la vida y no aferrármela,
sino entregarla con la misma generosidad
con la que lo hiciste Tú.
Señor Jesús,
Señor de nuestras horas,
Señor de nuestros días,
Señor de nuestros sueños”.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez CMF (luismanuel@claretianos.es)
Luis Manuel Suárez CMF (luismanuel@claretianos.es)
0 comentarios:
Publicar un comentario