Juan Pablo Duarte es el dominicano por excelencia. Su
vida ha sido un testimonio radiante, el de un ser humano que supo descubrir cuál
era el propósito de su vida: forjar una Nación con los más sublimes valores que
fueron consignados por la eternidad en el Escudo cobijado por la Santa Cruz y
la Palabra de Dios que ampara la bella bandera dominicana: Dios, Patria y
Libertad.
Su ideal lleno de amor hacia aquellos con
quienes compartía esta bella tierra. Así lo reflejan sus palabras inmortales:
“Dios ha de concederme bastante fortaleza para no descender a la tumba sin
dejar mi Patria libre, independiente y triunfante”.
Una vez que supo cuál era su misión, no
descansó hasta lograrla. Con gran propiedad declaraba la importancia vital de
contar con hombres de buena voluntad y de fe, de la siguiente forma: “Los
providencialistas son los que salvarán la Patria del infierno a que la tienen
condenada los ateos, cosmopolitas y orcopolitas”.
Duarte era un hombre de trabajo y sabía que
esta es la mejor vía de desarrollo de una nación. Veamos de nuevo sus palabras:
“Trabajemos por y para la patria, que es trabajar para nuestros hijos y para
nosotros mismos”. “Trabajemos, trabajemos sin descansar, no hay que perder la
fe en Dios, en la justicia de nuestra causa y en nuestros propios brazos”.
Por su fe, Duarte
es el referente más próximo en el que los dominicanos de todas las edades
debemos escudarnos para lograr, mantener y consolidar los mayores anhelos de
superación, bienestar y progreso.
Sólo una fe sin límites pudo pensar que en 1838, en un
territorio con algo más de 50 mil kilómetros cuadrados de extensión, 20 mil
familias y menos de 100 mil habitantes, se podría llevar a cabo un proceso de
libertad.
Para la fecha, el territorio que hoy día ocupa la República
Dominicana estaba incomunicado entre sí y con el
exterior, sin carreteras, por lo que creer en el nacimiento de un país con esas
características no era más que una muestra de una profunda fe.
La fe sin límites en el destino de su raza, es lo que pudo
llevar a Duarte a pensar en que aquello podía ser una nación independiente y
soberana; enfrentando todas las dificultades que se le presentaron para lograr
sus objetivos.
Por su fe, Duarte es el referente más próximo en el que los
dominicanos de todas las edades debemos escudarnos para lograr, mantener y
consolidar los mayores anhelos de superación, bienestar y progreso.
Juan Pablo Duarte es el Padre de la Patria
Dominicana que, encarnando los valores del humanismo cristiano ofrendó su vida
para dar a los dominicanos “una Nación libre, soberna e independiente de toda
dominación extranjera”.
El valor de la libertad no solo está
contenido en el Juramento Trinitario sino también en el Escudo Nacional que
integra el Libro de los Evangelios abierto en el Capítulo VIII de La Buena
Noticia según San Juan, que en sus versos 31 y 32 nos enseña: “Ustedes para ser
de verdad mis discípulos, tienen que atenerse a ese mensaje mío; conocerán la
verdad y la verdad los hará libres”.
Si cotejamos el contenido del Juramento
Trinitario, el discurso de Duarte en diversas ocasiones y su estilo de vida,
encontraremos armonía y fidelidad con los valores del humanismo cristiano,
enraizamos en normas de convencía social. Y más aún, como virtud, que es
la práctica de los valores y principios.
Hoy día gracias a la fe de Duarte, que con un panorama
desolador pensó en un himno,
bandera, soberanía y dignidad,
podemos decir y exhibir con orgullo que somos dominicanos.
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