Sarajevo es uno de los lugares más aptos para hablar de guerra, de paz y de reconciliación, sin olvidar el diálogo ecuménico y religioso.
Algunos observadores se han referido a la antigua Yugoslavia como a una historia de amor que parece fracasada, que se destrozó con la guerra fratricida de hace dos décadas y que, sin embargo, sigue luchando, para dejar atrás sus dolores y comenzar una nueva historia en busca de la unidad.
De la historia reciente de esta atormentada, y no única, región del planeta, destacamos que la Santa Sede reconoció a Bosnia y Herzegovina el 20 de agosto de 1992. El corazón de San Juan Pablo II estuvo siempre cerca de las tragedias de los habitantes de los Balcanes con diversas iniciativas, no sólo espirituales, como la reunión que presidió en la Ciudad del Vaticano el 17 de octubre de 1995, con los Obispos de Bosnia y Herzegovina, Croacia, la República Federal de Yugoslavia, la antigua República Yugoslava de Macedonia y Eslovenia.
El 21 de noviembre de ese mismo año se llegó a los Acuerdos de paz en la base militar estadounidense de Dayton. Y poco menos de un mes después, el 14 de diciembre, estos Acuerdos fueron suscritos oficialmente en París.
En la actualidad, de los aproximadamente cuatro millones de habitantes que tiene Bosnia y Herzegovina, el 40 por ciento es musulmán, el 31 por ciento serbio ortodoxo, el 15 por ciento croata católico, y el resto está formado por otras etnias y religiones, incluida la judía.
El Papa Francisco es como aquel padre que no olvida a sus hijos aún en medio de sus sufrimientos, a los pobres de las periferias, a quienes quiere conocer, mirarlos a los ojos e intercambiar gestos de amistad porque también él los lleva siempre en su corazón.
Esta visita a Sarajevo ciertamente es muy significativa precisamente porque por su historia, es uno de los lugares más aptos para hablar de guerra, de paz y de reconciliación, sin olvidar el diálogo ecuménico y religioso. Se trata de la ciudad capital de Bosnia y Herzegovina y de su homónimo cantón con aproximadamente novecientos mil habitantes, de los cuales casi el 80 por ciento son bosnios musulmanes, mientras poco más del 11 por ciento son serbios y el restante casi 7 por ciento croatas.
Una realidad que también se refleja en la composición de su gobierno, puesto que se trata de una nación que está dirigida por tres presidentes, un bosnio islámico, un serbio y un croata que refleja esta composición demográfica, étnica y religiosa sumamente compleja, pero que permite vivir al país en una convivencia pacífica y armoniosa.
Y Francisco acaba de recordar, en su catequesis de la primera audiencia general de junio, que la guerra es la madre de todas las pobrezas. Algo que saben muy bien los habitantes de Bosnia y Herzegovina, llenos de deseos de crecimiento y superación
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Las Rosas de Sarajevo están por todas partes, tienen una forma característica, son las huellas que dejaron en los senderos los impactos de los morteros lanzados por el ejército serbio durante el largo asedio que sufrió la ciudad entre 1992 y 1996. Siempre que un mortero asesinó a más de tres personas, la cicatriz que la granada dejó al estallar ha sido llenada con resina roja. Estas cicatrices parecen rosas, de ahí el nombre. Lamentablemente no hay que caminar mucho para encontrar una Rosa de Sarajevo: están en todas partes.
El asedio de Sarajevo; iniciado el 5 de abril de 1992 ha sido el más largo de los tiempos modernos. Se estima que en esos casi cuatro años de asedio murieron unas 12.000 personas y otras 50.000 fueron heridas, el 85% civiles.
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