VATICANO, 15 Ago. 15 / 07:29 am (ACI).- Al presidir este mediodía el rezo del Ángelus en ocasión de la fiesta de la Asunción de la Virgen María en cuerpo y alma al Cielo, el Papa Francisco explicó dos importantes lecciones de la Madre de Dios para todo cristiano.
El Pontífice recordó que en el Evangelio de hoy aparece el canto del Magnificat, en el que María, tras el encuentro con su prima Isabel que también está embarazada, alaba a Dios por las grandes cosas que ha obrado en ella.
Primera lección: La fe
El Santo Padre explicó que este pasaje evangélico resalta “el motivo más verdadero de la grandeza de María y de su santidad: el motivo es la fe. De hecho Isabel la saluda con estas palabras: ‘Feliz tú por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor’”.
El Papa señaló que “la fe es el corazón de toda la historia de María; ella es la creyente, la gran creyente; ella sabe –y así lo dice– que en la historia pesa la violencia de los prepotentes, el orgullo de los ricos, la arrogancia de los soberbios”.
Sin embargo, prosigue, “María cree y proclama que Dios no deja solos a sus hijos, humildes y pobres, sino que los socorre con misericordia, con premura, derribando a los poderosos de sus tronos, dispersando a los orgullosos en las tramas de sus corazones. Y ésta es la fe de nuestra Madre, ¡esta es la fe de María!”
Segunda lección: La vida no es un deambular sin rumbo
El Papa Francisco dijo luego que las grandes cosas obradas por Dios en María no tienen que ver solo con ella sino que también “nos tocan profundamente, nos hablan de nuestro viaje por la vida, nos recuerdan la meta que nos espera: la casa del Padre”.
“Nuestra vida, vista a la luz de María asunta al Cielo, no es un deambular sin rumbo, sino una peregrinación que, aún con todas sus incertidumbres y sufrimientos, tiene una meta segura: la casa de nuestro Padre, que nos espera con amor”.
Dios, explica el Pontífice, ha dejado en la tierra “un signo de consuelo y de segura esperanza” que tiene un rostro y un nombre concreto: “aquel signo tiene un rostro, aquel signo tiene un nombre: el rostro radiante de la Madre del Señor, el nombre bendito de María, la llena de gracia, bendita porque ella creyó en la palabra del Señor. ¡La gran creyente!”
“Como miembros de la Iglesia, estamos destinados a compartir la gloria de nuestra Madre, porque, gracias a Dios, también nosotros creemos en el sacrificio de Cristo en la cruz y, mediante el Bautismo, somos insertados en este misterio de salvación”.
Al finalizar su reflexión y parafraseando la oración de la Salve, Francisco pidió a todos rezar para que “mientras prosigue nuestro camino sobre esta tierra, ella vuelva sobre nosotros sus ojos misericordiosos, nos despeje el camino, nos indique la meta, y nos muestre después de este exilio a Jesús, fruto bendito de su vientre. Y decimos juntos: ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!”
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