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¿Se puede vencer a un enemigo tan sutil y devastador?


Por: Felipe de Jesús Rodríguez, L.C. | Fuente: Catholic.net 




La rutina es uno de esos parásitos que se injerta en nuestra vida. Avanza en silencio, con pasos lentos, pero con despiadada certeza. Poco a poco nos va carcomiendo la alegría y el entusiasmo que inyectan la luz a nuestras jornadas. El mundo que nos rodea se va opacando y entristeciendo y termina hartándonos. Y, es entonces, que la frustración y el fastidio invaden nuestro interior. El trabajo, el estudio, las relaciones con los demás y…, todo, ¡absolutamente todo!, nos resulta amargo e insípido.

¿Se puede vencer a un enemigo tan sutil y devastador?

Chesterton tiene una historia iluminadora que escribió a sus 22 años. Antes de iniciarla pregunta “¿cuál es el viaje más corto de un lugar a otro lugar?”. La respuesta es obvia: “no moverse”. Pero no, eso no es viajar. La respuesta justa sería: “el viaje más corto de un lugar a otro es dar la vuelta al mundo”, que es lo que hizo White Wynd. Y aquí inicia la aventura:

White Wynd era un hombre para el que todo el mundo consistía en las cuatro paredes que rodeaban su casa; y, el cielo, era su tejado. Salía poco de su hogar. Se hacía más perezoso y crecía en impaciencia. Vivía enfadado consigo mismo y con todos los demás. Cualquier momento le aburría. Su corazón se hizo rancio. Recordaba sus días antiguos como días dorados, pero sólo eran eso, un sueño, un recuerdo. El hombre parecía ver otros hogares, pero nunca el suyo, pues su hogar no era más que una casa.

Durante el desayuno, White Wynd hizo un comentario raro: “este hogar me recuerda mi casa”. Su mujer, extrañada, le replicó que estaba en su casa. El hombre preguntó: ¿dónde está mi casa? Luego, se levantó, tomó su sombrero y su bastón. Sus hijos le preguntaron que a dónde iba; y White Wynd, afirmó que iría a buscar su casa. “¡Estas en tu casa!”, le dijeron todos creyéndolo loco, pero él, obstinado salió a buscar su hogar.

En el interior de White Wynd ocurrió algo aquella mañana. Salió a recorrer el mundo en busca de su hogar. Estiró su mirada hacia delante, abarcando todo, pero nunca volvió la mirada atrás. Desapareció en las ciudades, pero luego reapareció. Trabajó en varios países, fue vagabundo, obrero, marinero, pescador, pero nunca se borró de sus ojos su propósito de volver. Y, por fin, en una de sus andanzas, termina el relato de Chesterton, encontró aquello que fue a buscar: su hogar.

La rutina sí se puede vencer. La solución: es “dar la vuelta al mundo”, como lo hizo White Wynd. Saliendo de la “falsa casa” que nos pinta la terrible enfermedad de la rutina. No mirando lo pasado y “estirando” los ojos para buscar en el presente lo grande y hermoso que nos espera en el futuro. Ese “dar la vuelta” significa salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo y de nuestra manera de ver las cosas. El “dar la vuelta al mundo” quiere decir trabajar y descansar, luchar y fracasar, triunfar y perder, levantarse y caer, pero siempre con la mirada clavada en un ideal noble y realista. Para White Wynd era su hogar, su esposa y sus cinco hijos. Los hombres que viven con una meta en la vida son los que más rápido salen de la rutina.

A White Wynd, dice Chesterton, le ocurrió algo en su corazón: un volcán, un terremoto, un eclipse, un amanecer, un diluvio, un Apocalipsis… Y, cuando tenía el mundo a sus pies, elevó una oración a su Dios. Ese terremoto, ese Apocalipsis capaz de desvanecer, debilitar la rutina es la decisión de nuestra libertad. Decisión que, acompañada de la oración, nos ayudará a encontrar nuestra casa (¡nuestra vida!) tantas veces ofuscada por la rutina.

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