EDUCAR ES AMAR JOSE LUIS GONZALEZ

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El Niño Jesús, desde el nacimiento, es el rostro donde se refleja y se percibe realmente la bondad de Dios compasivo y misericordioso


Por: Mons. Julián López. Obispo de León | Fuente: www.agenciasic.com 




Se acaba de abrir la “Puerta de la Misericordia” en vísperas de la Navidad, la celebración gozosa del Nacimiento del Señor. En pleno Adviento, primero el papa Francisco en la solemnidad de la Inmaculada y después los obispos diocesanos en las demás Iglesias locales de todo el mundo, en el domingo III de este tiempo litúrgico caracterizado por la esperanza y la alegría, hemos inaugurado el “Año Jubilar de la Misericordia”. En León se ha abierto significativamente la denominada “Puerta del Perdón” de la basílica de San Isidoro. Abramos también nuestros corazones, nuestras casas, nuestras relaciones humanas y todos los ámbitos de nuestra existencia, a esta buena nueva: Dios, “rico en misericordia” (Ef 2,4), viene a visitarnos en su Hijo Jesucristo. Un año más, una Navidad más, viene derrochando amor, compasión, cercanía, consuelo, fortaleza en la dificultad y misericordia a manos llenas.
Navidad nos mostrará de nuevo “el rostro de la misericordia” en el Niño nacido de la Virgen María en el establo de Belén. Así lo evoca el papa Francisco: “En la ‘plenitud del tiempo’ (Gal 4,4)…, Dios envió a su Hijo nacido de la Virgen María para revelarnos de manera definitiva su amor. Quien lo ve a Él ve al Padre (cfr. Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la misericordia de Dios. Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación… Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro” (MV 1-2).
Celebremos, pues, la Navidad del “Año Jubilar de la Misericordia” con esta perspectiva. Jesús, en brazos de María, está diciéndonos: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré…, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas” (Mt 11,28.29b). Porque ese Niño, desde el nacimiento, es el rostro donde se refleja y se percibe realmente la bondad de Dios “compasivo y misericordioso” (Sal 103,8), de manera que los gestos de Jesús, su ternura, su humanidad y hasta su desvalimiento de recién nacido, transmiten misericordia. Esta es, en Dios, benevolencia, expresión de la fidelidad a sí mismo y prueba de su absoluta soberanía en el amor y, en este sentido, es la realidad que precede a la indulgencia. Por eso la misericordia divina no significa solamente perdón sino que es mucho más, porque es la justicia propia de Dios que, para salvar a todos, lejos de condenar al pecador dispuesto al arrepentimiento, lo transforma y lo justifica. En Jesús la misericordia se manifestaba como compasión hacia los pobres, los marginados, los que sufren, los pecadores. En el centro de su mensaje está precisamente el que Dios es Padre, y Padre de misericordia infinita de manera que, como enseña también el papa Francisco, nunca se cansa de ser misericordioso con todos y con cada uno de nosotros, con tal de que nosotros no nos cansemos de implorar su misericordia (cf. EG, 3).
Y no olvidemos, en la próxima Navidad, a la Santísima Virgen María, “Reina y Madre de misericordia” que la proclamó jubilosa en la visita a Isabel (cf. Lc 1,50). Que “la dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de Dios hecho hombre” (MV 24).
¡Feliz y santa Navidad a todos! Con afecto cordial:

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