EDUCAR ES AMAR JOSE LUIS GONZALEZ

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Las sinrazones del aborto
“El que no valora la vida no se la merece”(Leonardo da Vinci)


Por: Alfonso López Quintás | Fuente: Alfonso López Quintás 




La gran meta actual: evitar todo tipo de aborto
Alfonso López Quintás
Miembro de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas



A lo largo de esta serie sobre “Las sinrazones del aborto” hemos analizado la práctica abortista desde diversas perspectivas, a fin de clarificar unos cuantos puntos decisivos, a menudo tergiversados por los manipuladores. Para coronar la serie, quiero exponer hoy mi firme –y a mi entender, bien fundamentada- convicción de que todo aborto debe ser evitado. Es hora de que la Humanidad considere como una meta urgente e ineludible evitar esta práctica, de modo semejante a como rechaza la esclavitud, la lapidación y la silla eléctrica. Se dirá que son modos distintos de violencia. Ciertamente, pero tienen un rasgo común, pues en ellos dispone el hombre de la vida ajena y pierde, con ello, un logro conseguido tras siglos de esfuerzos heroicos: el respeto incondicional a la vida humana.

Para ser incondicional, dicho respeto ha de estar por encima de razonamientos falaces, decisiones políticas interesadas, actuaciones impulsadas por prejuicios ideológicos, no por ideas ajustadas a la realidad. Cuando una convicción, madurada a través de análisis serenos y penetrantes, se convierte para nosotros en un principio de actuación, adquiere una forma de expresión contundente y precisa, como es por ejemplo ésta: “La vida humana ha de ser promovida; el aborto debe ser rechazado”.

Si queremos que este principio tenga eficacia en la vida real, hemos de afinar la sensibilidad y estremecernos ante el hecho de quitar la vida a un ser –el embrión- que, aun estando de momento desvalido, posee una fuerza interna impresionante, merced a la cual se convierte rápidamente en un ser humano como nosotros, incluso tal vez mejor dotado.

Revisión de los tres supuestos de la despenalización del aborto

Como las leyes modelan, poco a poco, la opinión pública, parece que nos hemos hecho a la idea de que los tres supuestos que justifican –según la ley española actual- la despenalización del aborto son irrebatibles. Si se los analiza con la debida imparcialidad y finura metodológica, se nos muestran como extremadamente vulnerables.

1. En cuanto al supuesto de posible daño físico o psíquico de la madre, hay que distinguir diversos grados de daño.

a) Si se trata de daños leves que no comprometen la vida de la madre, no hay conflicto entre dos vidas, sino entre la salud de la madre y la vida del hijo. No es usual que, debido a un embarazo no deseado, sufra la madre una enfermedad psíquica que ponga en peligro su vida. Lo que sí suele suceder es que el aborto provocado cause graves alteraciones psíquicas en las mujeres que lo han perpetrado, como vimos en el trabajo anterior al hablar del “síndrome postaborto”.

b) Si el embarazo causa un daño tan grave a la salud de la madre que pone en peligro su vida, se produce un conflicto inevitable entre dos vidas. En tal caso, lo procedente es cuidar a la madre, aunque el tratamiento cause –indirectamente- la muerte del hijo.

2. Cuando se prevé una malformación del feto, se recurre a veces al aborto por el temor de que el niño vaya a carecer de una auténtica calidad de vida.

a) Antes de hacerlo, deberíamos pensar que el concepto de “calidad de vida” es muy relativo: personas dotadas de perfecta salud y una desahogada posición económica sufren, a veces, una amarguísima falta de sentido, en tanto que otras, con salud quebradiza y escasos medios, disfrutan profundamente con los mínimos goces que les depara la vida cotidiana.

b) Si lo que nos preocupa realmente no es tanto la felicidad del niño cuanto el sacrificio que nos va a suponer su cuidado, hemos de recordar que suele haber personas e instituciones dispuestas a hacerse cargo del mismo en cuanto nazca. Es injusto, pues, considerar el aborto como la única salida.

3. Cuando una mujer concibe a causa de un acto de violación, se produce una situación muy delicada. Pero, aun en este caso, no debemos dar por hecho que lo procedente es acudir sin más al aborto. Se puede intentar persuadir a la gestante de que es más conveniente para ella responder al mal con el bien y no pensar sólo en la iniquidad cometida con ella sino también en la felicidad que puede procurar a la familia que adopte a su hijo. Esto significaría superar el mal con el bien, y hacer brotar en su interior una fuente de alegría y madurez espiritual.

Si la joven no puede soportar la presencia de un “intruso” en su intimidad, surge el conflicto entre dos vidas: la vida -amenazada psíquicamente- de la madre y la vida no deseada del ser que se ha visto forzada a engendrar. En este caso, si aborta queda eximida de culpa moral y de penalización, conforme al criterio del daño colateral aplicado en el punto 1.

Conviene subrayar aquí la importancia de que las jóvenes agredidas sexualmente acudan cuanto antes a un centro médico para impedir que tenga lugar la concepción. (Véanse las instrucciones que sugiere la Dra. Vila-Coro en la obra citada, págs. 136- 138).

4. Es muy importante recordar que las leyes no sólo regulan los actos humanos sino que, a la vez, crean opinión. La ley de la despenalización del aborto en tres supuestos crea un clima de permisividad en cuanto a disponer de la vida de otros seres. Esta pérdida del respeto incondicional a la vida humana supone un regreso cultural de enormes proporciones. Se impone, por tanto, subrayar con la mayor energía que el recurso a la muerte ha de ser reducido a los casos de conflicto inevitable entre dos vidas. Debemos afirmar en nosotros la convicción de que el recurso arbitrario a la muerte para resolver un problema real o supuesto nunca se debe permitir.

Necesidad de ayudar a las madres y facilitar las adopciones

Es obvio que debemos prestar toda la ayuda posible a las madres que se hallen en apuros. Todo embarazo, sobre todo si es primerizo y en edades tempranas, supone de por sí un trauma en diversos aspectos. Si a ello se añade, por una u otra razón, el rechazo de los allegados, las jóvenes requieren una ayuda decidida para evitar una serie de riesgos. Tanto más grave resulta que, a menudo, las personas e instituciones proclives a la práctica del aborto se nieguen a prestarles todo tipo de apoyo. La única salida que suelen ofrecerles en su desvalimiento es la práctica inmediata del aborto, aunque ellas en principio lo rechacen. La impresión que reciben en ciertos centros planificación familiar es que no sólo permiten el aborto –como forma de superar problemas supuestamente insolubles de otro modo- sino que lo fomentan positivamente.

Frente a esta tendencia unilateral a presentar el aborto como la única solución posible, urge promover las adopciones, facilitando sus trámites y presentándolas como una salida airosa a las gestantes que no se hallen en condiciones de asumir el cuidado de sus hijos. La mujer que da un hijo en adopción sigue siendo madre y hace madre a otra mujer. Participa activamente en uno de los acontecimientos más sobrecogedores de la existencia humana: dar vida a nuevos seres y procurarles una acogida digna en todos los órdenes. (En España, la plataforma Unidos por la vida está promoviendo el Proyecto adopción, cuyas características pueden verse en la página web www.unidosporlavida.org. Instituciones afines ofrecen también sus benéficos servicios en otros muchos países).

Se insinúa a veces, malévolamente, que los adversarios del aborto y su despenalización “quieren que las mujeres abortistas vayan a la cárcel”. Esta insinuación está inspirada, sin la menor duda, por la voluntad de tergiversar las cosas para dañar al adversario ideológico. Una vez tipificada esta forma de manipulación, pierde todo su veneno. Una persona normal, no alterada por la ruindad de espíritu, está lejos de disfrutar con el daño de los demás, aunque pueda desear vivamente que se haga justicia. Las sociedades necesitan regular la conducta de los ciudadanos mediante leyes. Si un acto es delictivo, debe ser sancionado con una dureza proporcional a su gravedad. Al pedir el fiscal dicha sanción, no actúa como un desalmado, sino como el encargado de velar por el bien de la sociedad.

Es ilógico aplicar la maravilla de la razón a destruir el prodigio que es la vida

Causa estupor advertir que se quiera justificar con “razones” la eliminación de algo que asombra por su grandeza. La razón –entendida aquí, de modo amplio, como la inteligencia, la capacidad de formar conceptos, razonar y discernir...- nos eleva a una alta cota de realización personal. Precisamente desde esta altura privilegiada –que dignifica nuestra vida- se toma opción contra la vida y se la intenta apoyar con un aval racional. Es increíble pensar que la inteligencia de los más celebrados sabios no haya logrado determinar con la debida precisión lo que es la vida, el enigma de la vida, el principio que marca el comienzo de esa maravilla que es un ser vivo..., y, al cabo de siglos de cultivo de la ética, haya gentes que se sientan autorizadas a destruir la forma de vida más alta que es la humana. Cientos de admirables talentos se extenuaron para clarificar el enigma del hombre, un ser que se ve como un átomo de polvo en medio del universo infinito, pero puede pensar, tomar posición frente a cuanto existe, hacer proyectos de vida, desear, amar, perdonar, triunfar, fracasar y comenzar con nuevos bríos la tarea... Si nos hacemos una idea, siquiera somera, de lo que es una vida humana, sentiremos escalofrío al pensar que el ser racional por excelencia la destruya frívolamente y obtenga el respaldo de la sociedad, con el pretexto de que no sabemos exactamente en qué momento de la gestación constituye el feto una persona humana. Lo que sabemos con toda certeza y precisión es que, si no media el acto abortivo, en poco tiempo tendremos con nosotros una nueva vida humana, con sus anhelos, sus ansias de vida en plenitud y sus posibilidades de todo orden.

Lo cierto es que la Humanidad había progresado hacia un respeto incondicional a la vida humana.

• Hoy no podemos ni concebir siquiera el estado de esclavitud. Nos hace daño pensar que se reduzca a una persona a semejante estado, que lesiona gravemente su dignidad.
• Actualmente, hay una oposición general a la pena de muerte. Nos horrorizan ciertos crímenes, pero pensamos que el hombre no debe arrogarse el derecho de eliminar la vida de los delincuentes y les ofrecemos una, cien, mil ocasiones de regenerarse. Aunque, a veces, juzguemos excesiva tal benevolencia, preferimos mantenerla por lo que supone de crecimiento en humanidad.

A la vista de todo ello, causa estupor observar que se practica masivamente el aborto y la sociedad acaba admitiendo esta “catástrofe humana” como algo normal. Se anula, con ello, bruscamente el progreso ascendente hacia una actitud de respeto incondicional a la vida, en todas sus etapas, y volvemos a un estado de primitivismo que creíamos definitivamente superado. Bien estaría que recobráramos la necesaria sencillez de espíritu y nos hiciéramos bien conscientes de los límites de nuestra razón.

“En verdad –escribe André Cuvelier- sucumbimos a la tiranía de la razón. A fuerza de querer ser razonables, por exceso dejamos de serlo. ¡Reflexionemos humildemente sobre la debilidad de esta razón limitada por todas partes, conduciendo a menudo a la duda y tropezando con los obstáculos más ridículos! De esta razón hecha a nuestra medida -que es la de un átomo palpitando en un infinito que nos aplasta en cuanto intentamos sólo imaginarlo y cuyo misterio nos resulta impenetrable- (...) descubrimos sus miserables límites a poco que conservemos un grano de sabiduría” .
(Cf. La música y el hombre, PUF, París 1949, p. 41).

Con razón nos advierte el filósofo H. Spencer que, a menudo, la razón sirve para justificar una decisión ya tomada por motivos sentimentales o pasionales más o menos conscientes, y, en todo caso, ajenos a una inteligencia imparcial y soberana. Nos envanecemos con la ilusión de actuar como seres racionales y razonables. Pero sólo somos hombres, con mil fuerzas que nos sacuden y, con frecuencia, vapulean a la razón misma que cree sobrevolarlo y regirlo todo. Ese envanecimiento de la razón nos lleva a cometer errores. Nos bastaría movilizar toda la fuerza de nuestra razón con espíritu de humildad –entendida como “andar en verdad”, al modo de Teresa de Ávila- para advertir que no hay sabiduría más alta que atenernos a los dictados de la ley natural, una luz que, desde lo más profundo e insobornable de nuestro ser, nos deja patente que la vida humana es algo sagrado e intangible.

La manipulación escinde a nuestra mente de la realidad

Para mitigar el impacto que suele producir en personas de sensibilidad normal el acto del aborto se recurre con frecuencia a los trucos de la manipulación del lenguaje.

• Al aborto se lo denomina “interrupción voluntaria del embarazo” o, más asépticamente todavía, IVE. Una interrupción parece algo pasajero. Si, además es voluntario, presenta un carácter inocuo en cuanto a valores. Un acto voluntario es libre, y el término libertad goza hoy de un prestigio intocable, debido a su condición de “término talismán”. De manera sinuosa, con la mera utilización de dos sencillos términos del lenguaje –“voluntaria” e “interrupción- se pone un guante de seda a un hecho trágico: la anulación violenta de un ser humano. Pero la realidad se nos impone a poco que reflexionemos: El aborto no es un hecho pasajero, sino definitivo; no es voluntario por parte de la víctima, sino impuesto.

• El aborto despenalizado a causa del “grave peligro para la vida o la salud física o psíquica de la embarazada” es considerado como aborto “terapéutico”. Este término procede del adjetivo griego “therapeutikós”, participio del verbo “therapéuo”, que significa “cuidar”. Con el simple uso de este vocablo se intenta recubrir la violenta acción de abortar con un velo de acogedora ternura.

• Al aborto realizado para eliminar una vida generada en un acto de violación se le llama aborto “ético”, y se añade la falacia de que “así salva la víctima su honor”. Se oculta, con ello, que la madre no ha perdido el honor a causa del atropello sufrido. Es cierto que ha visto lesionada su dignidad injustamente, pero ese hecho no queda anulado al destruir la vida del hijo. Lo que sí pierde, si lo hace, es la posibilidad de dar vida a un nuevo ser y evitar la amargura del síndrome postaborto. No hay acepción alguna del adjetivo “ético” que permita aplicarlo a este tipo de aborto.

• El aborto practicado por la “presunción de que el feto habrá de nacer con graves taras físicas o psíquicas” es llamado aborto “eugenésico”. Este término –procedente de dos vocablos griegos: el adverbio “eu” (bien) y el verbo “gignomai” (generar)- significa “bien generado”. Resulta sarcástico que se considere como una forma de “generar bien” un acto que elimina de golpe la vida con procedimientos nada cuidadosos.

• En ciertas clínicas abortivas estadounidenses, a la cabeza del feto se la denomina “number one” (número uno), para evitar las resonancias positivas que tiene el nombre “cabeza” en la vida humana.

El aborto es violento y fuente de violencia

Si consideramos en bloque cuanto hemos expuesto en esta serie sobre “Las sinrazones del aborto”, no podremos sino suscribir estas palabras de una Doctora en Derecho y especialista en Bioética:

“El aborto es contrario a la naturaleza de las cosas y al orden natural. Es arbitrario porque se opone a la justicia, que es dar a cada uno lo suyo: lo suyo del no nacido no es morir sino, por el contrario, nacer. Todo ser vivo tiende imperativamente no sólo a persistir en la existencia sino a desarrollarse y alcanzar su plenitud. Esta es una ley que está por encima de todas las leyes de los hombres y que sirve de fundamento al Derecho. De ahí que todas las Constituciones proclamen como uno de los derechos fundamentales el derecho a la vida” (Cf. María Dolores Vila-Coro: O. cit., p. 168).

Si se quebranta este derecho fundamental de los seres humanos se genera, lógicamente, violencia. El Dr. Bernard Nathanson –hoy, gran defensor de la vida, pero, en su día, el mayor médico abortista de Estados Unidos- confesó, en libros y conferencias, que, pese a los ingentes ingresos económicos de su clínica, las relaciones humanas de médicos y enfermeras se envilecieron de tal modo que el centro se hizo ingobernable y él tuvo que dimitir. Este fracaso lo llevó a descubrir que el aborto es un acontecimiento extremadamente negativo, por cuanto desencadena todo un proceso de envilecimiento. Aunque sea realizado con el pretexto de resolver problemas angustiosos causados por embarazos no deseados, se convierte pronto en una escuela de violencia porque difunde una idea depauperante de la dignidad humana.

Reflexión final

Desde que iniciamos esta serie hasta hoy, no se advierte en el clima político la menor voluntad de clarificar el tema del aborto y adecuar la ley a las exigencias de la realidad humana. Sencillamente, se sigue rodando por el plano inclinado de la toma de decisiones cada vez más injustas en un campo tan sagrado como es el de la vida humana inocente. A la vista de los excesos escalofriantes cometidos en ciertas clínicas abortistas al amparo de los tres supuestos de legalización marcados por la ley, no se procuró –como es lo normal en un país no desquiciado moralmente- revisar a fondo la ley para limitar al máximo el riesgo de abusos. Se decidió abolir la frágil valla de amparo que se había dispuesto en torno a la vida naciente para promulgar seguidamente una “ley de plazos”, que supone la legalización del aborto libre dentro de un cierto límite de tiempo.

Digamos, en primer lugar, que poner un límite de tiempo puede parecer a una mirada superficial que mitiga el carácter destructivo de la ley, pero es falso, porque lo decisivo se mantiene: el permiso a disponer de la vida en gestación. El legislador quiere mostrarse como una persona sensible que no tolera el troceamiento de fetos muy desarrollados. Se trata de un mero maquillaje, porque hoy sabemos bien 1) que los límites y los plazos suelen ser desbordados en la práctica y 2) que, aun en el caso de que no lo fueran, ello no evita el desastre humano que implica la anulación programada de innumerables vidas.

Vayamos a lo esencial, y preguntémonos en qué se apoyan los legisladores para conceder semejante licencia a las madres y a sus colaboradores. El estado actual de la ciencia –según hemos visto en capítulos anteriores-, nos autoriza a pensar que se trata de una “licencia para matar”. En un estado de derecho, bien ordenado conforme a principios, razonamientos y consecuencias, una ley de este género no queda legitimada por el mero hecho de haber sido objeto de consenso entre los grupos políticos. El consenso, para ser legítimo, debe ser logrado a través de un intercambio de razones bien sopesadas y no mediante el simple recurso de intercambiar intereses. ¿Podrán nuestros legisladores dar razón –como seres racionales que son- de la llamada eufemísticamente “ley de plazos”?

Cuando está en juego la vida humana, se debe proceder totalmente en serio. Las personas que no renuncien a su dignidad no pueden permitirse jugar con la vida humana, tomarla como un objeto del que pueden disponer. Hoy día, toda adolescente sabe bien que, si realiza ciertos actos sexuales, puede provocar un embarazo. Si no es responsable para regular sus relaciones amorosas o meramente pasionales, debe serlo, al menos, a la hora de asumir la vida que ha surgido merced a su colaboración. Hoy existen medios para respetar la vida naciente y asumirla aunque se carezca de la posibilidad de cuidarla de por vida. No hay excusa. Diversas asociaciones benéficas ayudan a las madres a superar el trauma de un embarazo no deseado, le facilitan tratamiento médico, incluso a veces residencia, y se ocupan de los trámites de la adopción. Se dice, a menudo, que es más sencillo para las madres resolver el “problema” de forma rápida, aunque sea algo traumática. Ciertamente, es más traumática de lo que suele indicarse a las jóvenes en las clínicas abortivas. Los testimonios del “síndrome postaborto” que hoy tenemos son prueba evidente de ello. Pero no se trata de resolver los problemas de la forma más sencilla sino de la más justa para todos, sobre todo en este caso para el hijo. Por eso, recurrir sin más al aborto para salir rápidamente de una situación engorrosa que uno mismo ha provocado supone una irresponsabilidad indigna de una persona adulta.

Ofrecer la vía del aborto a las mujeres agobiadas con su embarazo es lanzarlas al callejón sin salida de la amargura. Constituye una increíble crueldad no ofrecerles vías positivas que pueden convertir muy pronto la desazón presente en el sereno gozo de una doble donación: donación de vida a un nuevo ser y apertura de un futuro ilusionado a una madre adoptiva. Si razonamos con libertad interior -porque sólo pensamos en el bien del hijo y de la madre, no en posibles beneficios económicos o políticos de la industrialización del aborto-, veremos que no puede haber duda entre el aborto y la adopción. La adopción es vida por partida doble; el aborto no significa sino muerte, sobre todo para quienes se benefician de la eliminación programada de nuevas vidas.

Estamos a suficiente distancia del día aciago en el que se aprobó una ley de legalización del aborto en tres supuestos para tener la debida perspectiva y calibrar la gravedad de sus consecuencias: 1) sólo en España más de un millón de vidas segadas en el recinto dispuesto por la naturaleza para protegerlas de cualquier agresión exterior; 2) miles y miles de jóvenes madres –cada día más jóvenes, casi niñas- enfrentadas con la amarga conciencia de no haber sido generadoras de vida sino de muerte; 3) la pérdida de uno de los mayores logros de la Humanidad en los últimos siglos: el creciente respeto incondicional al milagro de la vida humana; 4) la progresiva pérdida de la sensibilidad moral, causa de innumerables calamidades que dificultan nuestra vida diaria: violencia de todo orden, falta de atenencia a las normas básicas de conducta que nos sugiere la ley natural, inscrita en nuestra conciencia...

Visto en conjunto lo dicho y analizado en esta serie, resulta patente que la actitud de los parlamentos y los gobiernos debiera estar dictada inequívocamente por esta convicción: la vida humana es don tan grande y misterioso –por cuanto desborda nuestra capacidad de comprensión y nos asombra por su grandeza- que la práctica del aborto debe estar severamente reducida a casos excepcionales, e, incluso en ellos, habrá de procurarse convertir el mal en bien mediante los cuidados ofrecidos a las madres gestantes y la facilidad para recurrir, en caso necesario, a la adopción. Últimamente, el que afirma esto se expone a ser tachado de extremista, dogmático, ultra. Es la mejor prueba de que hemos seguido un peligroso camino de envilecimiento colectivo.

Pero no debemos dejar que el miedo a los nombres movilizados por la manipulación del lenguaje bloquee nuestra inteligencia y paralice nuestra capacidad de decisión. Cuando analizamos bien un tema y la fuerza de la convicción nos lleva a tomar la determinación que creemos justa, hemos de mantenerla decididamente. Esta firmeza en el pensar y el actuar es el único antídoto contra tres de los males más peligrosos de la actualidad: la indefinición en las ideas, la debilidad de las convicciones y la indeterminación en las decisiones. Estas tres carencias, combinadas entre sí, reblandecen nuestra personalidad y la convierten en maleable, fácilmente manejable por cualquier manipulador sin escrúpulos.

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