EDUCAR ES AMAR JOSE LUIS GONZALEZ


Lectura del santo evangelio según san Lucas (1,57-66):
A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y la felicitaban. A los ocho días fueron a circuncidar al niño, y lo llamaban Zacarías, como a su padre. La madre intervino diciendo: «¡No! Se va a llamar Juan.»
Le replicaron: «Ninguno de tus parientes se llama así.»
Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» 
Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea. Y todos los que lo oían reflexionaban diciendo: «¿Qué va a ser este niño?» Porque la mano del Señor estaba con él.
Palabra del Señor
Reflexión de Hoy 
Hoy la Palabra nos invita a contemplar el nacimiento del precursor. María fue testigo de excepción; también lo es la Iglesia, lo somos nosotros, hoy. No era un niño más; había algo especial en él, “porque la mano del Señor estaba con él”. María lo sabía, lo presentía; nosotros también lo sabemos: el que anuncia su venida ya ha llegado; detrás de él vendrá, al fin, el Esperado de los Tiempos.
Los que esperaban el cumplimiento de las Promesas de Dios necesitaban que alguien les anunciara la llegada del Mesías, necesitaban a alguien que llegado el momento les dijera: aquí está, es El. También hoy día muchos hombres y mujeres desean, anhelan razones que alimenten su esperanza. Necesitan mensajeros de buenas nuevas que les digan que el Salvador ya está entre nosotros, y que les ayuden a descubrir su presencia en medio del mundo, con palabras y con signos creíbles que muestren que efectivamente “la mano del Señor está con nosotros”.

Los cristianos tenemos vocación de Madre, sí: como María estamos llamados a hacer presente a Cristo en medio del mundo, a encarnarle para todos y todas. Pero también tenemos vocación de Precursores: como Juan, el Espíritu de Dios nos impulsa a preparar caminos y corazones para que el Señor pueda nacer en todos y cada uno de los seres humanos, especialmente en los que más sufren, en los más pobres, en los desesperados,…

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