¿Podemos tener conciencia de la gracia? ¿Podemos saber si estamos o no en gracia de Dios?
¿Podemos tener conciencia de la gracia? ¿Podemos saber si estamos o no en gracia de Dios?
Como explica Santo Tomás, el conocimiento del estado de gracia (es decir, de que nosotros poseemos la gracia santificante) puede darse de dos maneras diversas:
- Por revelación, lo cual, evidentemente, es un privilegio particular dado a pocos.
- Por conjetura, es decir, a través de algunos signos. Y tal, es el modo ordinario para alcanzar el conocimiento de la gracia.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados. Sin embargo, según las palabras del Señor: ‘Por sus frutos los conoceréis’ (Mt 7,20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza”. (n. 2005)
En cuanto a los signos que nos permiten conjeturar el estado del alma, tres principales nos orientan sobre el estado de gracia:
a) El testimonio de la buena conciencia, que entraña: el no tener conciencia de pecado mortal; el dolor sincero de los pecados cometidos; el propósito de enmienda y el horror al pecado; el cumplimiento de los preceptos divinos; la victoria en las tentaciones; el amor a las virtudes y el esfuerzo por el evitar el pecado venial.
b) El deleite en las cosas divinas, es decir: el gusto por los libros santos y por la Palabra de Dios; la devoción a la Eucaristía y a la Virgen; la frecuencia de los sacramentos y la oración mental.
c) El desprecio de las cosas mundanas, que supone: no tener apego a las cosas de la tierra, el no sentir gusto en las vanidades del mundo; el huir de las ocasiones del pecado.
Sin embargo, estos signos no nos dan más que una conjetura, por eso, la Escritura nos exhorta a la vigilancia, a la perseverancia, a la santificación:
-Eccl 5,5: Aún del pecado expiado no vivas sin temor, y no añadas pecados a pecados.
-Prov 20,9: ¿Quién puede decir: "He limpiado mi corazón, estoy limpio de pecado"?
-Sal 18.13: ¿Quién podrá conocer sus pecados? Absuélveme de los que se me oculta.
-1 Cor 4,4: Estoy cierto de que de nada me arguye la conciencia, más no por eso me creo justificado; quien me juzga es el Señor.
Como explica Santo Tomás, el conocimiento del estado de gracia (es decir, de que nosotros poseemos la gracia santificante) puede darse de dos maneras diversas:
- Por revelación, lo cual, evidentemente, es un privilegio particular dado a pocos.
- Por conjetura, es decir, a través de algunos signos. Y tal, es el modo ordinario para alcanzar el conocimiento de la gracia.
Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados. Sin embargo, según las palabras del Señor: ‘Por sus frutos los conoceréis’ (Mt 7,20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza”. (n. 2005)
En cuanto a los signos que nos permiten conjeturar el estado del alma, tres principales nos orientan sobre el estado de gracia:
a) El testimonio de la buena conciencia, que entraña: el no tener conciencia de pecado mortal; el dolor sincero de los pecados cometidos; el propósito de enmienda y el horror al pecado; el cumplimiento de los preceptos divinos; la victoria en las tentaciones; el amor a las virtudes y el esfuerzo por el evitar el pecado venial.
b) El deleite en las cosas divinas, es decir: el gusto por los libros santos y por la Palabra de Dios; la devoción a la Eucaristía y a la Virgen; la frecuencia de los sacramentos y la oración mental.
c) El desprecio de las cosas mundanas, que supone: no tener apego a las cosas de la tierra, el no sentir gusto en las vanidades del mundo; el huir de las ocasiones del pecado.
Sin embargo, estos signos no nos dan más que una conjetura, por eso, la Escritura nos exhorta a la vigilancia, a la perseverancia, a la santificación:
-Eccl 5,5: Aún del pecado expiado no vivas sin temor, y no añadas pecados a pecados.
-Prov 20,9: ¿Quién puede decir: "He limpiado mi corazón, estoy limpio de pecado"?
-Sal 18.13: ¿Quién podrá conocer sus pecados? Absuélveme de los que se me oculta.
-1 Cor 4,4: Estoy cierto de que de nada me arguye la conciencia, más no por eso me creo justificado; quien me juzga es el Señor.
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