Cuaresma: un tiempo para que la celebración central de la Pascua nos encuentre un poco más cristianos.
Desde luego las cosas han cambiado. Las abstinencias de los viernes, por ejemplo, resultan a menudo poco significativas. Y los pequeños o grandes sacrificios no tienen muy buena prensa, y además no se sabe exactamente para qué sirven y si tienen suficiente sentido.
Pero a pesar de que las cosas hayan cambiado, las palabras que se nos dirán durante los días de Cuaresma seguirán siendo llamadas a hacer de este tiempo un tiempo "especial", un tiempo con entidad propia. Un tiempo para consolidar la fe y la vida cristiana, un tiempo para que la celebración central de la Pascua nos encuentre un poco más cristianos.
Habrá que plantearse, por tanto, qué debemos hacer en este tiempo de Cuaresma, cómo debemos vivirlo.
El sentido de este tiempo
La Cuaresma es el tiempo de preparación de la Pascua. En su origen, lo que lo caracterizaba de modo peculiar era el hecho de ser el tiempo de preparación más directa e inmediata de los que querían recibir el bautismo, que se celebraba en la Vigilia pascual.
Asimismo, era el tiempo en que los pecadores -los que habían actuado rompiendo de forma decisiva la comunión con Dios y la Iglesia- hacían penitencia para ser reconciliados el Jueves Santo y poder celebrar de nuevo la Pascua con toda la comunidad. Nosotros, ni tenemos que bautizarnos ni -probablemente- somos pecadores que hayamos roto decisivamente la comunión con Dios y la Iglesia. Pero sin embargo el sentido de nuestra Cuaresma no debería estar muy lejos del que tenía para los que se preparaban para el bautismo o la reconciliación.
Porque sin duda es importante que, durante un tiempo concreto del año, nos digamos a nosotros mismos: "Yo fui bautizado, yo llevo en mí la marca de Jesús, yo estoy sumergido en su vida nueva. Todo eso, ¿se nota realmente? ¿no debería notarse más? ¿en qué podría notarse más?". Y decirnos también: "Desde luego mi vida no está exenta de infidelidades. ¿Soy consciente de ello? ¿Soy capaz de ponerme ante Dios y pedir perdón?" La Cuaresma es el tiempo de preparación para la Pascua. Durante los días de la muerte y la resurrección de Jesús, y durante la cincuentena que les sigue, fijaremos nuestros ojos en el camino nuevo que Jesús nos ha abierto con su fidelidad, y daremos gracias. Pero para que ello sea auténtico y verdadero, por nuestra parte, por parte de nuestro modo de vivir, deberemos llegar a la celebración pascual habiendo reforzado el seguimiento de este camino nuevo: habiendo renovado la fe y el compromiso de nuestro bautismo, y habiendo caminado hacia la reconciliación con Dios. A eso nos invita la Cuaresma. Sin pretender en la mayoría de los casos grandes cambios espectaculares en nuestra vida -¡bastante conocemos nuestras limitaciones!-, pero sí esforzándonos para que este tiempo no pase como si nada.
¿Cómo hacerlo?
Se trata de consolidar la fe y la vida cristiana, de darle impulso. Eso puede parecer quizá muy general pero conviene recordarlo. Debemos decirnos a nosotros mismos que somos cristianos, que queremos serlo más, y que creemos firmemente que Jesucristo ha abierto en medio de nuestra historia el único camino que es absolutamente valioso. Y debemos mirar nuestra vida, hacer examen de conciencia, descubrir con limpieza de corazón qué nuevos pasos podríamos quizá dar.
Es necesario, asimismo, que los sacerdotes y demás responsables de las comunidades sepan ofrecer elementos que ayuden a esa consolidación e impulso. Por ahí debe andar la predicación de los domingos, por ahí deben ir los actos extraordinarios que acostumbran a organizarse en este tiempo (sea de forma global o acercándose a algún aspecto concreto).
Pero puede haber también algo más: algunas actuaciones peculiares que nos indiquen que nos encontramos en un tiempo peculiar. Lo que antes era la abstinencia o la no asistencia a espectáculos.
Tradicionalmente, y en el mismo evangelio, se señalan tres actuaciones concretas: la limosna, la oración y el ayuno. El Miércoles de Ceniza leemos precisamente el fragmento del evangelio de Mateo (6,1-18) en el que Jesús habla de las tres. Valora esas prácticas, pero señala también el sentido que deben tener para que sean valiosas: no debe ser algo que se hace porque toca o para quedar tranquilo, sino que tiene que salir de dentro, tiene que ser la expresión del deseo de renovar la fe y la vida cristiana.
¿Qué significa, ahora, la limosna, la oración y el ayuno? ¿Cómo pueden vivirse cuando estamos ya en el siglo XXI?
- La limosna
La limosna es dar dinero a los que pasan necesidad.
Lo cual sigue teniendo actualmente -y más aún en momentos de crisis económica- todo su valor. Si bien la mendicidad de la calle provoca normalmente desconfianza, en cambio sí que hay que plantearse seriamente, con motivo de la Cuaresma, nuestra propia aportación a las acciones de servicio a los necesitados: Cáritas, Tercer mundo, o cualquier otra. Teniendo en cuenta que, si es verdad que todos sufrimos las consecuencias de la crisis, también lo es que unos las sufren mucho más que otros...
La limosna tiene también otro nivel: la limosna de tiempo. Es decir, el dar una parte del propio tiempo como servicio para alguien que lo necesite: sea ayudando a una persona que vive sola, o visitando a un enfermo o a través de alguna institución que pida voluntariado. Y también, ayudando en campañas de sensibilización y otras actividades semejantes. Finalmente, está también un tercer nivel: el que se refiere a las causas de la pobreza y de la desigualdad social. Limosna será también trabajar para que esta sociedad y este sistema cambien, de modo que no aumente cada vez más la separación entre los que tienen y los que no tienen. Lo que significa plantearse y actuar en la organización económica, social, política. Por lo menos, si no hay otras posibilidades, permaneciendo atentos, informados, sensibilizados ante el tema.
- La oración
La oración, el espacio de silencio ante Dios, es un elemento decisivo para reforzar por dentro la fe y la vida cristiana. Habría que buscar, en esta Cuaresma, momentos para hacer presente ante el Señor nuestras ansias y esperanzas de cada día, nuestra petición de ayuda y de perdón, nuestro deseo de fidelidad al Evangelio. Dependerá de las posibilidades de tiempo y de tranquilidad de cada uno, pero en cualquier caso habría que esforzarse por encontrar esos espacios.
Otra forma muy útil de oración consiste en la lectura de los evangelios, o de los salmos. Eso también dependerá, claro está, de las posibilidades de cada uno. Pero, por ejemplo, uno podría proponerse leer durante esta Cuaresma el evangelio de Marcos: se trata de un texto fácil de leer, ágil y vivo, y constituye un buen acercamiento a la persona de Jesús.
Finalmente, otro buen propósito para este tiempo sería la participación en la Eucaristía diaria (todos los días o algunos).
- El ayuno
Este apartado es sin duda el más complicado de los tres. Para muchos, resulta difícil encontrar qué sentido tiene privarse de cosas -de comida, de ir al cine, o de lo que sea- simplemente por motivos religiosos, "para agradar a Dios" o para pedir su benevolencia hacia nosotros.
Sin embargo, no sería ningún progreso, ni humanamente ni cristianamente, abandonar sin más la práctica de la privación voluntaria. Porque vivimos en una civilización que funciona teniendo como ídolo el consumo, la facilidad y el confort, y que como consecuencia anula la capacidad humana de esfuerzo, de creatividad, de búsqueda. De modo que resulta especialmente importante combatir ese ídolo, para que los hombre podamos seguir siendo hombres, y para que los cristianos podamos seguir siendo cristianos. Es decir, para que podamos seguir afirmando que los valores más importantes no son el tener y el ir tirando, sino el caminar, el ser persona, el amar. Para que podamos seguir diciendo, en definitiva, que el valor más importante es Dios.
El combate contra ese ídolo se realiza por medio de la privación voluntaria: diciendo que me niego a consumir todo lo que esta civilización me ofrece y para ello me privo, por ejemplo, de un rato fácil ante el televisor, o me privo de comprarme ese vestido, o me privo de aquella comida.
Y ello, en primer lugar, como signo y recuerdo del valor más alto que me sostiene, que es Dios (y por eso, el ayuno que tradicionalmente la Iglesia observó con mayor fuerza y que ahora convendría recuperar, es el que se celebra en expectación de la mayor revelación de Dios, la Pascua de Jesucristo: el ayuno que va desde la celebración del Viernes a la Vigilia pascual). Luego, como protesta personal contra la absolutización del consumo y de la facilidad. Finalmente, como forma de cultivar los valores que deben fundamentar mi vida, sea teniendo más tiempo para orar o para leer o para hablar con los de casa, sea dedicando el dinero que no gasto a alguna causa de servicio a los demás.
Pero a pesar de que las cosas hayan cambiado, las palabras que se nos dirán durante los días de Cuaresma seguirán siendo llamadas a hacer de este tiempo un tiempo "especial", un tiempo con entidad propia. Un tiempo para consolidar la fe y la vida cristiana, un tiempo para que la celebración central de la Pascua nos encuentre un poco más cristianos.
Habrá que plantearse, por tanto, qué debemos hacer en este tiempo de Cuaresma, cómo debemos vivirlo.
El sentido de este tiempo
La Cuaresma es el tiempo de preparación de la Pascua. En su origen, lo que lo caracterizaba de modo peculiar era el hecho de ser el tiempo de preparación más directa e inmediata de los que querían recibir el bautismo, que se celebraba en la Vigilia pascual.
Asimismo, era el tiempo en que los pecadores -los que habían actuado rompiendo de forma decisiva la comunión con Dios y la Iglesia- hacían penitencia para ser reconciliados el Jueves Santo y poder celebrar de nuevo la Pascua con toda la comunidad. Nosotros, ni tenemos que bautizarnos ni -probablemente- somos pecadores que hayamos roto decisivamente la comunión con Dios y la Iglesia. Pero sin embargo el sentido de nuestra Cuaresma no debería estar muy lejos del que tenía para los que se preparaban para el bautismo o la reconciliación.
Porque sin duda es importante que, durante un tiempo concreto del año, nos digamos a nosotros mismos: "Yo fui bautizado, yo llevo en mí la marca de Jesús, yo estoy sumergido en su vida nueva. Todo eso, ¿se nota realmente? ¿no debería notarse más? ¿en qué podría notarse más?". Y decirnos también: "Desde luego mi vida no está exenta de infidelidades. ¿Soy consciente de ello? ¿Soy capaz de ponerme ante Dios y pedir perdón?" La Cuaresma es el tiempo de preparación para la Pascua. Durante los días de la muerte y la resurrección de Jesús, y durante la cincuentena que les sigue, fijaremos nuestros ojos en el camino nuevo que Jesús nos ha abierto con su fidelidad, y daremos gracias. Pero para que ello sea auténtico y verdadero, por nuestra parte, por parte de nuestro modo de vivir, deberemos llegar a la celebración pascual habiendo reforzado el seguimiento de este camino nuevo: habiendo renovado la fe y el compromiso de nuestro bautismo, y habiendo caminado hacia la reconciliación con Dios. A eso nos invita la Cuaresma. Sin pretender en la mayoría de los casos grandes cambios espectaculares en nuestra vida -¡bastante conocemos nuestras limitaciones!-, pero sí esforzándonos para que este tiempo no pase como si nada.
¿Cómo hacerlo?
Se trata de consolidar la fe y la vida cristiana, de darle impulso. Eso puede parecer quizá muy general pero conviene recordarlo. Debemos decirnos a nosotros mismos que somos cristianos, que queremos serlo más, y que creemos firmemente que Jesucristo ha abierto en medio de nuestra historia el único camino que es absolutamente valioso. Y debemos mirar nuestra vida, hacer examen de conciencia, descubrir con limpieza de corazón qué nuevos pasos podríamos quizá dar.
Es necesario, asimismo, que los sacerdotes y demás responsables de las comunidades sepan ofrecer elementos que ayuden a esa consolidación e impulso. Por ahí debe andar la predicación de los domingos, por ahí deben ir los actos extraordinarios que acostumbran a organizarse en este tiempo (sea de forma global o acercándose a algún aspecto concreto).
Pero puede haber también algo más: algunas actuaciones peculiares que nos indiquen que nos encontramos en un tiempo peculiar. Lo que antes era la abstinencia o la no asistencia a espectáculos.
Tradicionalmente, y en el mismo evangelio, se señalan tres actuaciones concretas: la limosna, la oración y el ayuno. El Miércoles de Ceniza leemos precisamente el fragmento del evangelio de Mateo (6,1-18) en el que Jesús habla de las tres. Valora esas prácticas, pero señala también el sentido que deben tener para que sean valiosas: no debe ser algo que se hace porque toca o para quedar tranquilo, sino que tiene que salir de dentro, tiene que ser la expresión del deseo de renovar la fe y la vida cristiana.
¿Qué significa, ahora, la limosna, la oración y el ayuno? ¿Cómo pueden vivirse cuando estamos ya en el siglo XXI?
- La limosna
La limosna es dar dinero a los que pasan necesidad.
Lo cual sigue teniendo actualmente -y más aún en momentos de crisis económica- todo su valor. Si bien la mendicidad de la calle provoca normalmente desconfianza, en cambio sí que hay que plantearse seriamente, con motivo de la Cuaresma, nuestra propia aportación a las acciones de servicio a los necesitados: Cáritas, Tercer mundo, o cualquier otra. Teniendo en cuenta que, si es verdad que todos sufrimos las consecuencias de la crisis, también lo es que unos las sufren mucho más que otros...
La limosna tiene también otro nivel: la limosna de tiempo. Es decir, el dar una parte del propio tiempo como servicio para alguien que lo necesite: sea ayudando a una persona que vive sola, o visitando a un enfermo o a través de alguna institución que pida voluntariado. Y también, ayudando en campañas de sensibilización y otras actividades semejantes. Finalmente, está también un tercer nivel: el que se refiere a las causas de la pobreza y de la desigualdad social. Limosna será también trabajar para que esta sociedad y este sistema cambien, de modo que no aumente cada vez más la separación entre los que tienen y los que no tienen. Lo que significa plantearse y actuar en la organización económica, social, política. Por lo menos, si no hay otras posibilidades, permaneciendo atentos, informados, sensibilizados ante el tema.
- La oración
La oración, el espacio de silencio ante Dios, es un elemento decisivo para reforzar por dentro la fe y la vida cristiana. Habría que buscar, en esta Cuaresma, momentos para hacer presente ante el Señor nuestras ansias y esperanzas de cada día, nuestra petición de ayuda y de perdón, nuestro deseo de fidelidad al Evangelio. Dependerá de las posibilidades de tiempo y de tranquilidad de cada uno, pero en cualquier caso habría que esforzarse por encontrar esos espacios.
Otra forma muy útil de oración consiste en la lectura de los evangelios, o de los salmos. Eso también dependerá, claro está, de las posibilidades de cada uno. Pero, por ejemplo, uno podría proponerse leer durante esta Cuaresma el evangelio de Marcos: se trata de un texto fácil de leer, ágil y vivo, y constituye un buen acercamiento a la persona de Jesús.
Finalmente, otro buen propósito para este tiempo sería la participación en la Eucaristía diaria (todos los días o algunos).
- El ayuno
Este apartado es sin duda el más complicado de los tres. Para muchos, resulta difícil encontrar qué sentido tiene privarse de cosas -de comida, de ir al cine, o de lo que sea- simplemente por motivos religiosos, "para agradar a Dios" o para pedir su benevolencia hacia nosotros.
Sin embargo, no sería ningún progreso, ni humanamente ni cristianamente, abandonar sin más la práctica de la privación voluntaria. Porque vivimos en una civilización que funciona teniendo como ídolo el consumo, la facilidad y el confort, y que como consecuencia anula la capacidad humana de esfuerzo, de creatividad, de búsqueda. De modo que resulta especialmente importante combatir ese ídolo, para que los hombre podamos seguir siendo hombres, y para que los cristianos podamos seguir siendo cristianos. Es decir, para que podamos seguir afirmando que los valores más importantes no son el tener y el ir tirando, sino el caminar, el ser persona, el amar. Para que podamos seguir diciendo, en definitiva, que el valor más importante es Dios.
El combate contra ese ídolo se realiza por medio de la privación voluntaria: diciendo que me niego a consumir todo lo que esta civilización me ofrece y para ello me privo, por ejemplo, de un rato fácil ante el televisor, o me privo de comprarme ese vestido, o me privo de aquella comida.
Y ello, en primer lugar, como signo y recuerdo del valor más alto que me sostiene, que es Dios (y por eso, el ayuno que tradicionalmente la Iglesia observó con mayor fuerza y que ahora convendría recuperar, es el que se celebra en expectación de la mayor revelación de Dios, la Pascua de Jesucristo: el ayuno que va desde la celebración del Viernes a la Vigilia pascual). Luego, como protesta personal contra la absolutización del consumo y de la facilidad. Finalmente, como forma de cultivar los valores que deben fundamentar mi vida, sea teniendo más tiempo para orar o para leer o para hablar con los de casa, sea dedicando el dinero que no gasto a alguna causa de servicio a los demás.
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