La prudencia influye en todas las virtudes suministrándoles el complemento que les permite el logro de su propia esencia.
1. Objeto y fin de la prudencia
Entre los pecados, ni uno solo hay que no conspire contra esta virtud. La injusticia, la cobardía y la intemperancia se oponen primero, en efecto, a las virtudes de justicia, fortaleza y templanza; pero, en definitiva, a través de ellas se oponen a la prudencia. Todo pecador es imprudente.
La prudencia es, por tanto, causa, raíz, «madre», medida, ejemplo, guía y razón formal de las virtudes morales; en todas esas virtudes influye, sin excepción, suministrando a cada una el complemento que le permite el logro de su propia esencia; y todas participan de ella, alcanzando, merced a tal participación, el rango de virtud (J. Pieper, Las virtudes fundamentales, p. 39).
La prudencia constituye la llave para la realización de la fundamental tarea que cada uno de nosotros ha recibido de Dios. (JUAN PABLO II, Sobre la prudencia, 25-X-78).
Las acciones particulares, cuya dirección compete a la prudencia, distan mucho de ser inmediatamente inteligibles. Y tanto más cuanto más inciertas e indeterminadas son la prudencia necesita del buen razonamiento del hombre para poder aplicar rectamente los principios universales a los casos particulares, que son variados e inciertos. (SANTO TOMAS Suma Teológica, 2-2, q. 49, a. 6)
El primer paso de la prudencia es el reconocimiento de la propia limitación: la virtud de la humildad. Admitir, en determinadas cuestiones, que no llegamos a todo, que no podemos abarcar, en tantos casos, circunstancias que es preciso no perder de vista a la hora de enjuiciar. Por eso acudimos a un consejero; pero no a uno cualquiera, sino a uno capacitado y animado por nuestros mismos deseos sinceros de amar a Dios, de seguirle fielmente. No basta solicitar un parecer; hemos de dirigirnos a quien pueda dárnoslo desinteresado y recto.
Después es necesario juzgar, porque la prudencia exige ordinariamente una determinación pronta, oportuna. Si a veces es prudente retrasar la decisión hasta que se completen todos los elementos de juicio, en otras ocasiones sería gran imprudencia no comenzar a poner por obra, cuanto antes, lo que vemos que se debe hacer; especialmente cuando está en juego el bien de los demás. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER Amigos de Dios, 86).
(A ella se opone la negligencia, o falta de solicitud debida, que procede de cierta desidia de la voluntad), lo cual impide que el entendimiento sea impulsado y movido a imperar lo que debe o en la forma que debe. (SANTO TOMAS, Suma Teológica, 2-2, q. 54, a. 3).
La prudencia es, en palabras de Paul Claudel (Cinq Grandes Odes), la «inteligente proa» de nuestra esencia, que en medio de la multiplicidad de lo finito, pone rumbo a la perfección (J. PIEPER, Las virtudes fundamentales., p 57).
Esta virtud cordial es indispensable en el cristiano; pero las últimas metas de la prudencia no son la concordia social o la tranquilidad de no provocar fricciones. El motivo fundamental es el cumplimiento de la Voluntad de Dios, que nos quiere sencillos, pero no pueriles; amigos de la verdad, pero nunca aturdidos o ligeros. El corazón prudente poseerá la ciencia (Prov 18, 15); y esa ciencia es la del amor de Dios, el saber definitivo, el que puede salvarnos [...]. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 88).
Veamos cuál es la prudencia que exige el Señor. Como serpientes -dice-. Así como a la serpiente no le importa perderlo todo, aunque sea seccionando su cuerpo, con tal de conservar la cabeza, así también tú -dice- debes estar dispuesto a perderlo todo, tu dinero, tu cuerpo y aun la misma vida, con tal que conserves la fe. La fe es la cabeza y la raíz; si la conservas, aunque pierdas todo lo demás, lo recuperarás luego con creces. (S. JUAN CRISOSTOMO. Hom. Sobre s. Mateo, 33)
¿Soy prudente? ¿Vivo consecuente y responsablemente? El programa que realizo, ¿sirve para el bien verdadero? ¿Sirve para la salvación que quiere para nosotros Cristo y la Iglesia? Si hoy me escucha un estudiante o una estudiante, un hijo o una hija, contemple, bajo esta luz, sus propias tareas de la escuela, las lecturas, los intereses, los pasatiempos, el ambiente de los amigos y amigas. Si me escucha un padre o una madre de familia, piense un poco en sus compromisos conyugales y de padre. Si me escucha un ministro o un hombre de Estado, mire el abanico de sus deberes y de sus responsabilidades. ¿Busca él el verdadero bien de la sociedad, de la nación, de la humanidad? ¿O sólo intereses particulares o parciales? Si me escucha un periodista, un publicista, un hombre que ejerce influencia sobre la opinión pública, reflexione sobre el valor y sobre el fin de esta influencia. (JUAN PABLO II, Sobre la prudencia, 25-X-1978).
2. Contar con el juicio de los demás. Petición de consejo
El tratar de lo particular y contingente exige, para conocer algo con certeza, tener en cuenta muchas condiciones y circunstancias, difícilmente observables por uno solo, que pueden en cambio ser percibidas con más seguridad por varios. (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 2-2, q. 47, a. 15).
Incluso es una nota de excelencia contar con otras personas que puedan ayudarnos. (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, q. 129, a. 9).
Mas adonde hay necesidad, puédense mal tomar los consejos si no dan remedio. (SANTA TERESA, Fundaciones, 19, 8).
En lo que atañe a la prudencia, nadie hay que se baste siempre a sí mismo, es necesario contar con la ayuda de otras personas antes de tomar nuestras decisiones personales. (SANTO TOMÁS. Suma Teológica, 2-2, q. 49, a. 3).
El hombre necesita aconsejarse cuando está atribulado, como precisa el enfermo la orientación de los médicos. Por consiguiente, estando enfermos todos por el pecado, hemos de pedir consejo para curarnos. (SANTO TOMAS, Sobre el Padrenuestro, 1.c., 153)
3. Vigilancia diligente
La prudencia está en guardia y en vigilancia diligente, no sea que, insinuándose poco a poco una mala inclinación, nos engañemos y caigamos. (S. AGUSTIN, Sobre el Sermón de la montaña, 24).
Así que aunque más gustos y prendas de amor el Señor os dé, nunca andéis tan seguras que dejéis de temer -que podéis tornar a caer- y guardaos de las ocasiones. (SANTA TERESA, Camino de perfección, 39, 6).
Así como es propio de la previsión descubrir lo que es de suyo conveniente para el fin, la circunspección considera si ello es conveniente a ese fin, dadas las actuales circunstancias. (SANTO TOMAS, Suma Teológica, 2-2, q. 49, a. 8).
4. Manifestaciones de esta virtud
Por la prudencia el hombre es audaz, sin insensatez; no excusa, por ocultas razones de comodidad, el esfuerzo necesario para vivir plenamente según los designios de Dios. La templanza del prudente no es insensibilidad ni misantropía; su justicia no es dureza; su paciencia no es servilismo. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGLER, Amigos de Dios, 87).
De nada vale que el carro sea sólido y la cuadriga bien adiestrada si el cochero o auriga va loco. ¿De qué vale una nave muy bien construida si el piloto va borracho? (S. GREGORIO DE NISA, Sobre los que han de ser amados, discurso 1).
[...]. Una manifestación clara de prudencia consistirá en poner el remedio oportuno, a fondo, con caridad y con fortaleza, con sinceridad. No caben las inhibiciones. Es equivocado pensar que con omisiones o con retrasos se resuelven los problemas. La prudencia exige que, siempre que la situación lo requiere emplee la medicina, totalmente y sin paliativos [...]. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 157).
No es prudente el que no se equivoca nunca, sino el que sabe rectificar sus errores. Es prudente porque prefiere no acertar veinte veces, antes que dejarse llevar de un cómodo abstencionismo. No obra con alocada precipitación o con absurda temeridad, pero se asume el riesgo de sus decisiones, y no renuncia a conseguir el bien por miedo a no acertar. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 88).
5. Prudencia en las lecturas y al exponer o recibir la doctrina
Es buena garantía de salvación saber de quién se ha de huir. (Se refiere a los falsos doctores, que enseñan su propia doctrina y no la de Cristo). (S. JUAN CRISÓSTOMO. en Catena Aurea, vol. 1, PP. 440-441).
Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros disfrazados con piel de oveja... Ninguna cosa hace tanto daño al bien como la ficción: las Ovejas son los cristianos y la piel de oveja es una especie de cristiandad y de religión fingida. (S. JUAN CRISOSTOMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 441).
Debéis, pues, vosotros seguir al detalle el ejemplo de las abejas. Porque éstas no se paran en cualquier flor ni se esfuerzan por llevarse todo de las flores en las que posan su vuelo, sino que una vez que han tomado lo conveniente para su intento, lo demás lo dejan en paz.
También nosotros, si somos prudentes, extrayendo de estos autores lo que nos convenga y más se parezca a la verdad, dejaremos lo restante, de la misma manera que al coger la flor del rosal esquivamos las espinas, así al pretender sacar el mayor fruto posible de tales escritos, tendremos cuidado con lo que pueda perjudicar los intereses del alma. (S. BASILIO, Discurso a los jóvenes).
Debemos precavernos no sea que, tendiendo a la sabiduría, que sólo puede hallarse en Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia, seamos engañados, con el nombre mismo de Cristo, por los herejes o por quienes entienden mal la verdad, y por los amadores de este mundo. (S. AGUSTIN, Sobre el Sermón de la Montaña, 2).
En la selección de las publicaciones destinadas a la venta os guíen, pues, las sanas máximas que os son muy conocidas, anticipando de este modo con un autoexamen, digno de personas respetuosas de la verdad y de la honestidad [...]. Así, además, vosotros mismos atendéis directamente a la venta, tanto más vuestra honorabilidad, vuestro sentido cívico, pero, sobre todo, la caridad hacia el prójimo, particularmente hacia la juventud, os hará rehuir toda difusión clandestina de publicaciones nocivas y corruptoras de las buenas costumbres. El pretexto de que otros lo hagan sería demasiado débil excusa para disculpar a quien se hiciese cómplice de tan gran mal. (Pío XII, Aloc. 2-10-1958).
El escuchar las palabras de los perversos (se refiere a los libros de autores gentiles) es un camino para llegar a los hechos. Por eso, con todo cuidado debemos guardar nuestra alma, no sea que a través de un estilo o palabras agradables, sin sentirlo, admitamos algo peor, como los que toman veneno mezclado con miel. (S. BASILIO. Discurso a los jóvenes).
No hemos de admitir y aceptar todo sin más ni más (de los libros o autores gentiles), sino lo que nos sea útil. Pues no podemos apartar lo dañoso tratándose de alimentos, y no tener cuenta alguna con las lecturas, que alimentan el alma, y lanzarse a cualquier cosa que se presente, como el torrente que arrastra consigo lo que encuentra. (S. BASILIO, Discurso a los jóvenes).
No es fácil dar para todos una norma común, sino que cuando os relatan hazañas, proezas y dichos de los héroes, debéis esforzaros por aceptarlo con afecto y tratar de imitarles e intentar con todo ahínco ser como ellos; pero cuando se trate de hombres perversos, entonces es necesario huir de imitarles, dejar su ejemplo, tapándonos los oídos con no menos precaución de la que dicen que tuvo Ulises al huir del canto de las sirenas. (S. BASILIO, Discurso a los jóvenes).
6. Prudencia de quien es constituido «buen pastor»
No sólo manda el Señor a sus discípulos que busquen para su hospedaje personas dignas, sino que les prohíbe andar de casa en casa: primero, para no ofender a quien los recibiera en la suya; y luego, porque no cobren fama de glotones y amigos de pasarlo bien [...]. ¿Veis cómo de este modo atendió el Señor al prestigio de sus Apóstoles y cómo animó a quienes los recibieran? (S. JUAN CRISÓSTOMO. Hom. Sobre S. Mateo, 32).
Para curar una herida, primero se limpia bien, también alrededor, desde bastante distancia. De sobra sabe el cirujano que duele; pero, si omite esa operación, más dolerá después. Además, se pone enseguida el desinfectante: escuece -pica, decimos en mi tierra- mortifica, y no cabe otro remedio que usarlo, para que la llaga no se infecte. Si para la salud corporal es obvio que se han de adoptar estas medidas, aunque se trate de escoriaciones de poca categoría, en las cosas grandes de la salud del alma -en los puntos neurálgicos de la vida de un hombre-, ¡fijaos si habrá que lavar, si habrá que sajar, si habrá que pulir, si habrá que desinfectar, si habrá que sufrir! La prudencia nos exige intervenir de este modo y no rehuir el deber, porque soslayarlo demostraría una falta de consideración, e incluso un atentado grave contra la justicia y contra la fortaleza. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 161).
El pastor debe saber guardar silencio con discreción y hablar cuando es útil, de tal modo que nunca diga lo que se debe callar ni deje de decir aquello que hay que manifestar. (S. GREGORIO MAGNO, Regla pastoral, 2).
[...] la virtud de la prudencia resulta imprescindible a cualquiera que se halle en situación de dar criterio, de fortalecer, de corregir, de encender, de alentar. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 155).
7. La falsa prudencia
El hombre prudente, que se afana por todo lo que es verdaderamente bueno, se esfuerza por medir todo asunto, toda situación y su obrar todo, según el metro del bien moral. Pues no es prudente, como se pretende con frecuencia, el que sabe situarse en la vida y sacar de ella el mayor provecho, sino el que sabe construir su vida según la voz de la recta conciencia y según las exigencias de la justa moral (JUAN PABLO II, Sobre la prudencia, 25-X-1978).
No me gusta tanto eufemismo: a la cobardía la llamáis prudencia. -Y vuestra «prudencia» es ocasión de que los enemigos de Dios, vacío de ideas el cerebro, se den tono de sabios y escalen puestos que nunca debieran escalar. (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 35).
8. Prudencia para no alabar lo que puede causar daño en las almas
No alabaremos a los poetas cuando insultan y escarnecen, ni cuando relatan escenas de amores lujuriosos y de embriagueces, ni cuando fijan la felicidad en una mesa bien surtida con canciones disolutas. (S. BASILIO, Discurso a los jóvenes)
Servir de altavoz al enemigo es una idiotez soberana; y, si el enemigo es enemigo de Dios, es un gran pecado. -Por eso, en el terreno profesional, nunca alabaré la ciencia de quien se sirve de ella como cátedra para atacar a la Iglesia (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ DE BALAGUER. Camino, n. 836).
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