EDUCAR ES AMAR JOSE LUIS GONZALEZ

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La muerte no es sólo el último acto; es, de algún modo, compendio de una vida


Por: Guillermo Juan Morado | Fuente: Catholic.net 



El mes de Noviembre, que se abre con la Solemnidad de Todos los Santos y con la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, pone ante nuestra mirada la realidad de la muerte. La muerte vista cara a cara, como un paso que hemos de dar en primera persona. No se trata sólo de que exista "la" muerte, o de que "los otros" mueran; no, se trata de algo mucho más íntimo y más próximo: se trata de "mi" muerte. Sólo contemplada así, la muerte acaba por ser, de verdad, "maestra de la filosofía de la vida".

De la propia muerte, intuida como inminente, saludada como cercana, ha escrito el Papa Pablo VI un texto de sorprendente belleza y profundidad: "Meditación ante la muerte". Un texto en el que la confesión de fe se une al conocimiento de la condición humana, y la esperanza del creyente a la sensibilidad de un fino pensador e incluso de un poeta.

"No es sabia la ceguera ante este destino indefectible, ante la desastrosa ruina que comporta, ante la misteriosa metamorfosis que está para realizarse en mi ser, ante lo que se avecina". Desde la "peculiar claridad oscura" que alumbra el fin de la vida temporal, Pablo VI se pregunta sobre sí mismo, sobre las responsabilidades que en ese momento le salen al paso, sobre la necesidad de redimensionar las esperanzas para situarlas en el lugar que les corresponde: el más allá. Pero este último coloquio no es nunca un monólogo del hombre aprisionado por el drama de su partida, sino siempre un diálogo con la Realidad divina, desde la desnudez de la muerte y desde la confianza de la fe.

¿Cuáles son los sentimientos que afloran en ese diálogo? Ante todo, el reconocimiento y la gratitud por el don de la vida. "Todo era don, todo era gracia". La belleza del mundo, de la vida, de lo creado, es un signo que apunta a la grandeza de Dios, a la sublimidad de su amor. Y junto al reconocimiento agradecido, la petición de perdón, la llamada a la misericordia desde el arrepentimiento: "Que al menos sepa yo hacer esto: invocar tu bondad y confesar con mi culpa tu infinita capacidad de salvar".

Miseria y misericordia: he ahí la síntesis de la vida, su apretado resumen.

¿Qué queda al final? ¿Cómo se hace balance de una vida? ¿Qué ha sido lo primero y principal de cuanto en ella ha acaecido? Pablo VI no duda a la hora de dar la respuesta: "el acontecimiento más grande entre todos para mí fue, como lo es para cuantos tienen igual suerte, el encuentro con Cristo, la Vida". Y con palabras del pregón pascual, añade: "de nada nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados". Éste es "el criterio de valoración de cada cosa que mira a la existencia humana y a su verdadero y único destino, que sólo se determina en relación a Cristo".

Misterio de encuentro con Cristo y misterio de vocación al seguimiento de Cristo. Misterio de servicio, del que no escapa la misma muerte: "El ocaso de la vida presente, que había soñado reposado y sereno, debe ser, en cambio, un esfuerzo creciente de vela, de dedicación, de espera. Es difícil; pero la muerte sella así la meta de la peregrinación terrena y ayuda para el gran encuentro con Cristo en la vida eterna".

La muerte impone un último deber al discípulo: morir piadosamente; hacer de la propia muerte un sacrificio, a semejanza de la entrega sacrificial de Cristo: "Por tanto ruego al Señor que me dé la gracia de hacer de mi muerte próxima don de amor para su Iglesia. Puedo decir que siempre la he amado; fue su amor quien me sacó de mi mezquino y selvático egoísmo y me encaminó a su servicio; y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese y que yo tuviese la fuerza de decírselo, como una confidencia del corazón que sólo en el último momento de la vida se tiene el coraje de hacer".

La muerte no es sólo el último acto; es, de algún modo, compendio de una vida. Mirarla de frente es aprender a vivir en el reconocimiento agradecido, en la súplica penitente, en el deseo de seguir a Cristo, Esposo de la Iglesia y Salvador del mundo. Si la vida de Pablo VI fue una hermosa lección, su "meditación ante la muerte" es un no menos precioso epílogo.

 

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