EDUCAR ES AMAR JOSE LUIS GONZALEZ

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¿Qué es el Hombre?
La Fe explicada, parte I el Credo

La Creación y los hombres


Por: Pbro. Juan María Gallardo | Fuente: encuentra.com 



¿Qué es el Hombre?
Muchos científicos y pensadores se han abocado a dar una definción del hombre, aquí daremos una definicón según el pensamiento cristiano.
El hombre es un puente entre el mundo del espíritu y el de la materia (por supuesto, cuando nos referimos al “hombre” designamos a todos los componentes del género humano, varón y hembra).
El alma del hombre es espíritu, de naturaleza similar al ángel; su cuerpo es material similar en naturaleza a los animales. Pero el hombre no es ni ángel ni bestia; es un ser aparte por derecho propio, un ser con un pie en el tiempo y otro en la eternidad. Los filósofos definen al hombre corno “animal racional”; “racional” sériala su alma espiritual, y “animal” connota su cuerpo físico.
Sabiendo la inclinación que los hombres tenemos al orgullo y la vanidad, resulta sorprendente la poca consideración que damos al hecho de ser unos seres tan maravillosos. Sólo el cuerpo es bastante para asombrarnos.
Todos los órganos de nuestro cuerpo son un nuevo prodigio de diseño y precisión. De nuevo los científicos -el anatomista, el biólogo, el oculista- podrán decirnos cómo operan, pero ni él mas dotado de ellos podrá jamás construir un ojo, hacer un oído o reproducir una simple papila del gusto.
La letanía de las maravillas de nuestro cuerpo podría prolongarse indefinidamente; aquí sólo mencionamos algunas de pasada. Si alguien pudiera hacer un recorrido turístico de su propio cuerpo, el guía le podría señalar más maravillas que admirar que hay en todos los centros de atracción turística del mundo juntos.
Y nuestro cuerpo es sólo la mitad del hombre, y, con mucho, la mitad menos valiosa. Pero es un don que hay que apreciar, un don que hemos de agradecer, la habitación idónea para el alma espiritual que es la que le da vida, poder y sentido.
Como los animales, el hombre tiene cuerpo, pero es más que un animal. Como los ángeles, el hombre tiene un espíritu inmortal, pero es menos que un ángel En el hombre se encuentran el mundo de la materia y el del espíritu. Alma y cuerpo se funden en una sustancia completa que es el ente humano.
El cuerpo y el alma no se unen de modo circunstancial. El cuerpo no es un instrumento del alma, algo así como un coche para su conductor. El alma y el cuerpo han sido hechos la una para el otro. Se funden, se compenetran tan íntimamente que, al menos en esta vida, una parte no puede ser sin la otra.
Si soldamos un pedazo de zinc a un trozo de cobre, tendremos un pedazo de metal. Esta unión sería la que llamamos “accidental”. No resultaría una sustancia nueva, Saltaría a la vista que era un trozo de zinc pegado a otro de cobre. Pero si el cobre y el zinc se funden y mezclan, saldrá una nueva sustancia que llamamos latón. El latón no es ya zinc o cobre, es una sustancia nueva compuesta de ambos. De modo parecido (ningún ejemplo es perfecto) el cuerpo y el alma se unen en una sustancia que llamamos hombre.
No hay que menospreciar al cuerpo humano como mero accesorio del alma, pero, al mismo tiempo, debemos reconocer que la parte más importante de la persona completa es el alma. El alma es la parte inmortal, y es esa inmortalidad del alma la que libera al cuerpo de la muerte que le es propia.
Esta maravillosa obra del poder y la sabiduría de Dios que es nuestro cuerpo, en el que millones de minúsculas células forman diversos órganos, todos juntos trabajando en armonía prodigiosa para el bien de todo el cuerpo, puede darnos una pálida idea de Io magnifica que debe ser la obra del ingenio divino que es nuestra alma. Sabemos que es un espíritu. Al hablar de la naturaleza de Dios expusimos la naturaleza de los seres espirituales.
Sigamos hablando del alma.Un espíritu, veíamos, es un ser inteligente y consciente que no sólo es invisible (como el aire), sino que es absolutamente inmaterial, es decir, que no está hecho de materia. Un espíritu no tiene moléculas, ni hay átomos en el alma.
Tampoco se puede medir; un espíritu no tiene longitud, anchura o profundidad. Tampoco peso. Por esta razón el alma entera puede estar en todas y cada una de las partes del cuerpo al mismo tiempo; no esta una parte en la cabeza, otra en la mano y otra en el pie.
Simplemente, nuestra alma ya no está en Io que no es más que una parte de mi cuerpo vivo. Y al fin, cuando nuestro cuerpo está tan decaído por la enfermedad o las lesiones que no pueda continuar su función, el alma Io deja y se nos declara muertos. Pero el alma no muere. Al ser absolutamente inmaterial (Io que los filósofos llaman una “sustancia simple”), nada hay en ella que pueda ser destruido o dañado. Al no constar de partes, no tiene elementos básicos en que poder disgregarse, no tiene modo de poder descomponerse o dejar de ser Io que es.
La Manera en que Dios nos ha Hecho
No sin fundamentos decimos que Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza. Mientras nuestro cuerpo, como todas sus obras, refleja el poder y la sabiduría divinos, nuestra alma es un retrato del Hacedor de modo especialísimo. Es un retrato en miniatura y bastante imperfecto. Pero ese espíritu que nos da vida y entidad es imagen del Espíritu infinitamente perfecto que es Dios. El poder de nuestra inteligencia, por el que conocemos y comprendemos verdades, razonamos y deducimos nuevas verdades y hacemos juicios sobre el bien y el mal, refleja al Dios que todo Io sabe y todo Io conoce. El poder de nuestra libre voluntad por la que deliberadamente decidimos hacer una cosa o no, es una semejanza de la libertad infinita que Dios posee; y, por supuesto, nuestra in- mortalidad es un destello de la inmortalidad absoluta de Dios.
Como la vida intima de Dios consiste en conocerse a Si mismo (Dios Hijo) y amarse a Si mismo (Dios Espíritu Santo), tanto más nos acercamos a la divina Imagen cuanto más utilizamos nuestra inteligencia en conocer a Dios -por la razón y la gracia de la fe ahora, y por la “luz de gloria” en la eternidad-; y nuestra voluntad libre para amar al Dador de esa libertad.
Todos los hombres descienden de un hombre y de una mujer. Adán y Eva fueron los primeros padres de toda la humanidad. No hay en la Sagrada Escritura verdad más claramente enseñada que ésta. El libro del Génesis establece conclusivamente nuestra común descendencia de esa única pareja.
¿Qué pasa entonces con la teoría de la evolución en su formulación más extrema: que la humanidad evolucionó de una forma de vida animal inferior, de algún tipo de mono?
No es esta la ocasión para un examen detallado de la teoría de la evolución, la teoría que establece que todo Io que existe el mundo y Io que contiene- ha evolucionado de una masa informe de materia primigenia. En Io que concierne al mundo mismo, el mundo de minera les, rocas y materia inerte, hay sólida evidencia científica de que sufrió un proceso lento y gradual, que se extendió durante un período muy largo de tiempo.
No hay nada contrario a la Biblia o a la fe en esa teoría. Si Dios escogió formar el mundo creando originalmente una masa de átomos y estableciendo al mismo tiempo las leyes naturales por las que, paso a paso, evolucionaría hasta hacerse el universo como hoy Io conocemos, pudo muy bien hacerlo así. Seguiría siendo el Creador de todas las cosas.
Además, un desenvolvimiento gradual de su plan, actuado por causas segundas, reflejaría mejor su poder creador que si hubiera hecho el universo que conocemos en un instante El fabricante que hace sus productos enseñando a supervisores y capataces, muestra mejor sus talentos que el patrón que tiene que atender personalmente cada paso del proceso.
A esta fase del proceso creativo, al desarrollo de la materia inerte, se llama “evolución inorgánica”. Si aplicamos la misma teoría a la materia viviente, tenemos la llamada teoría de la “evolución orgánica”. Pero el cuadro aquí no está tan claro ni mucho menos; la evidencia se presenta llena de huecos y la teoría necesita más pruebas científicas. Esta teoría propugna que la vida que conocemos hoy, incluso la del cuerpo humano, ha evolucionado por largas eras desde ciertas formas simples de células vivas a plantas y peces, de aves y reptiles al hombre.
La teoría de la evolución orgánica está muy lejos de ser probada científicamente. Hay buenos libros que podrán proporcionar al lector interesado un examen equilibrado de toda esta cuestión'. Pero para nuestro propósito basta señalar que la exhaustiva investigación científica no ha podido hallar los restos de la criatura que estaría a medio camino entre el hombre y el mono. Los evolucionistas orgánicos basan mucho su doctrina en las similitudes entre el cuerpo de los simios y el del hombre, pero un juicio realmente imparcial nos hará ver que las diferencias son tan grandes como las semejanzas.
Y la búsqueda del “eslabón perdido” continua. De vez en cuando se descubren unos huesos antiguos en cuevas y excavaciones. Por un rato hay gran excitación, pero luego se ve que aquellos huesos eran o claramente huma- nos o claramente de mono. Tenemos “el hombre de Pekín”, “el hombre mono de Java”, “el hombre de Foxhall” y una colección más. Pero esas criaturas, un poquito más que los monos y un poquito menos que el hombre, están aún por desenterrar.
Pero, al final, nuestro interés es relativo. En Io que concierne a la fe, no importa en absoluto. Dios pudo haber moldeado el cuerpo del hombre por medio de un proceso evolutivo, sí así Io quiso. Pudo haber dirigido el desarrollo de una especie determinada de mono hasta que alcanzara el punto de perfección que quería. Dios entonces crearía almas espirituales para un macho y una hembra de esa especie, y tendríamos el primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva. Sería igualmente cierto que Dios creó al hombre del barro de la tierra.
Lo que debemos creer y Io que el Génesis enseña sin calificaciones es que el género humano desciende de una pareja original, y que las almas de Adán y Eva (como cada una de las nuestras) fueron directa e inmediatamente creadas por Dios. El alma es espíritu; no puede “evolucionar” de la material como tampoco puede heredarse de nuestros padres. Marido y mujer cooperan con Dios en la formación del cuerpo humano. Pero el alma espiritual que hace de ese cuerpo un ser humano ha de ser creada directamente por Dios, e infundida en el cuerpo embriónico en el seno materno.
La búsqueda del “eslabón perdido” continuará, y científicos católicos participaran en ella. Saben que, como toda verdad viene de Dios, no puede haber conflicto entre un dalo religioso y otro científico. Mientras tanto, los demás católicos seguiremos imperturbados. Sea cual fuere la forma que Dios eligió para hacer nuestro cuerpo, es el alma Io que importa. Es el alma la que alza del suelo los ojos del animal --de su limitada búsqueda de alimento y sexo, de placer y evitación de dolor-. Es el alma la que alza nuestros ojos a las estrellas para que veamos la belleza, conozcamos la verdad y amemos el bien.
Adán y Eva
A algunas personas les gusta hablar de sus antepasados, especialmente si en el árbol familiar aparece un noble, un gran estadista o algún personaje de algún modo famoso, les gusta presumir un poco.
Si quisiéramos, cada uno de nosotros se podría jactar de los antepasados de su árbol familiar, Adán y Eva. Al salir de las manos de Dios eran personas espléndidas. Dios no los creó seres humanos corrientes, sometidos a las ordinarias leyes de la naturaleza, como las del inevitable decaimiento y la muerte final, una muerte a la que seguiría una mera felicidad natural, sin visión beatífica. Tampoco los hizo sujetos a las normales limitaciones de la naturaleza humana, como son la necesidad de adquirir sus conocimientos por estudio c investigación laboriosos, y la de mantener el control del espíritu sobre la carne por una esforzada vigilancia.
Con los dones que Dios confirió a Adán y Eva en el primer instante de su existencia, nuestros primeros padres eran inmensamente ricos. Primero, contaban con los dones que denominamos "preternaturales" para distinguirlos de los "sobrenaturales". Los dones preternaturales son aquellos que no pertenecen por derecho a la naturaleza humana, y, sin embargo, no está enteramente fuera de la capacidad de la naturaleza humana el recibir- los y poseerlos.
Por usar un ejemplo casero sobre un orden inferior de la creación, digamos que si a un caballo se le diera el poder de volar, esa habilidad seria un don preternatural. Volar no es propio de la naturaleza del caballo, pero hay otras criaturas capaces de hacerlo. La palabra "RETENATURAL" significa, pues, "fuera o más allá del curso ordinario de la naturaleza".
Pero si a un caballo se le diera el poder de PENSAR Y comprender verdades abstractas, eso no seria preternatural; seria, en cierto modo, SOBRENATURAL. Pensar no sólo está más allá de la naturaleza -del caballo, sino absoluta y enteramente POR ENCIMA de su naturaleza. Este es exactamente el significado de la palabra "sobrenatural": algo que esta totalmente sobre la naturaleza de la criatura; no sólo de un caballo o un hombre, sino de cualquier criatura. Quizás ese ejemplo nos ayude un poco a entender las dos clases de dones que Dios concedió a Adán y Eva.
Primero, tenían los dones preternaturales, entre los que se incluían una sabiduría de un orden inmensamente superior, un conocimiento natural de Dios y del mundo, claro y sin impedimentos, que de otro modo sólo podrían adquirir con una investigación y estudio penosos. Luego, contaban con una elevada fuerza de voluntad y el perfecto control de las pasiones y de los sentidos, que les proporcionaban perfecta tranquilidad interior y ausencia de conflictos personales. En el piano espiritual, estos dos dones pretrnaturales eran los más importantes con que estaban dotados su mente y su voluntad.
En el plano físico, sus grandes dádivas fueron la ausencia de dolor y de muerte. Tal como Dios había creado a Adán y Eva, éstos habrían vivido en la tierra el tiempo asignado, libres de dolor y sufrimiento, que de otro modo eran inevitables a un cuerpo físico en un mundo físico. Cuando hubieran acabado su vida temporal, habrían entrado en la vida eterna en cuerpo y alma, sin experimentar la tremenda separación de alma y cuerpo que Ilamamos muerte.
Pero un don mayor que los preternaturales era el sobrenatural que Dios confirió a Adán y Eva. Nada menos que la participación de su propia naturaleza divina. De una manera maravillosa que no podremos comprender del todo hasta que contemplemos a Dios en el cielo, permitió que su amor (que es el Espíritu Santo) fluyera y Ilenara las almas de Adán y Eva. Es, por supuesto, un ejemplo muy inadecuado, pero me gusta imaginar este flujo del amor de Dios al alma como el de la sangre en una transfusión. Así como el paciente se une a la sangre del donante por el flujo de ésta, las almas de Adán y Eva estaban unidas a Dios por el flujo de su amor.
La nueva clase de vida que, como resultado de su unión con Dios, poseían Adán y Eva es la vida sobrenatural que llamamos "gracia santificante". Más adelante la trataremos con más extensión, pues desempeña una función en nuestra vida espiritual de importancia absoluta.
Pero ya nos resulta fácil deducir que si Dios se dignó hacer partícipe a nuestra alma de su propia vida en esta tierra temporal, es porque quiere también que participe de su vida divina eternamente en el cielo.
Como consecuencia del don de la gracia santificante, Adán y Eva ya no estaban destinados a una felicidad meramente natural, o sea a una felicidad basada en el simple conocimiento natural de Dios, a quien seguirían sin ver. En cambio, con la gracia santificante, Adán y Eva podrían conocer a Dios tal como es, cara a cara, una vez terminaran su vida en la tierra. Y al verle cara a cara le amarían con un éxtasis de amor de tal intensidad que nunca el hombre hubiera podido aspirar a por propia naturaleza. Y ésta es la clase de antepasados hemos tenido. Así es como Dios había hecho a Adán y Eva.
El Pecado Original
Dios no se contentó simplemente con dar a su criatura, el hombre, los dones que le son propios por naturaleza. No le bastó dotarle con un cuerpo, por maravilloso que sea su diseño; y un alma, por prodigiosamente dotada por este por su inteligencia y libre voluntad. Dios dio a Adán y Eva los dones preternaturales que, le libraban del sufrimiento y de la muerte, y el don sobrenatural de la gracia santificante. En el plan original de Dios, si así podemos llamarlo, estos dones hubieran pasado de Adán a sus descendientes.
Para confirmarlos y asegurarlos a su posteridad, sólo una cosa requirió de Adán: que, por un acto de libre elección, diera irrevocablemente su amor a Dios. Para este fin creó Dios a los hombres, para que con su amor le dieran gloria. Y, en un sentido, este amor a Dios era el sello que aseguraría su destino sobrenatural de unirse a Dios cara a cara en el cielo.
Pertenece a la naturaleza del amor auténtico la entrega completa de uno mismo al amado. En esta vida sólo hay un medio de probar el amor a Dios, que es hacer su voluntad, obedeciere. Por esta razón dio Dios a Adán y Eva un mandato, un único mandato: que no comieran del fruto de cierto árbol. Lo más probable es que no fuera distinto (excepto en sus efectos) de cualquier otro fruto de los que Adán y Eva podían coger. Pero debía haber un mandamiento para que pudiera haber un acto de obediencia; y debía haber un acto de obediencia para que pudiera haber una prueba de amor: la elección libre y deliberada de Dios en preferencia a uno mismo.
Sabemos Io que pasó. Adán y Eva fallaron la prueba. Cometieron el primer pecado, es decir, el pecado original. Y este pecado no fue simplemente una desobediencia. Su pecado fue -como el de los ángeles caídos- un pecado de soberbia. El tentador les susurró al oído que si comían de ese fruto, serían tan grandes como Dios, serían dioses.
Si, sabemos que Adán y Eva pecaron. Pero convencemos de la enormidad de su pecado nos resulta más difícil. Hoy vemos ese pecado como algo que, teniendo en cuenta la ignorancia y debilidad humanas, resulta hasta cierto punto inevitable.
El pecado es algo lamentable, sí, pero no sorprendente. Tendemos a olvidamos de que, antes de la caída, no había ignorancia o debilidad. Adán y Eva pecaron con total claridad de mente y absoluto dominio de las pasiones por la razón.
No había circunstancias eximentes. No hay excusa alguna. Adán y Eva se escogieron a si mismos en lugar de Dios con los ojos bien abiertos, podríamos decir.
Y, al pecar, derribaron el templo de la creación sobre sus cabezas. En un instante perdieron todos los dones especiales que Dios les había concedido: la elevada sabiduría, el seflorio perfecto de si mismos, su exención de enfermedades y muerte y, sobre todo, el lazo de unión íntima con Dios que es la gracia santificante. Quedaron reducidos al mínimo esencial que les pertenecía por su naturaleza humana.
Lo trágico es que no fue un pecado sólo de Adán. Al estar todos potencialmente presentes en nuestro padre común Adán, todos sufrimos el pecado. Por decreto divino, Adan era el embajador plenipotenciario del género humano entero. Lo que Adán hizo, todos Io hicimos. Tuvo la oportunidad de ponemos a nosotros, su familia, en un camino fácil. Rehusó hacerlo y todos sufrimos las consecuencias. Porque nuestra naturaleza humana perdió la gracia en su mismo origen, decimos que nacemos <>.
Nuestra herencia del pecado original no es algo que este “sobre” el alma o “dentro” de ella. Por el contrario, es la carencia de algo que debía estar allí, de la vida sobrenatural que llamamos gracia santificante.
En otras palabras, el pecado original no es una cosa, es la falta de algo, como la oscuridad es falta de luz.
No podemos poner un trozo de oscuridad en un frasco y meterlo en casa para verlo bien bajo la luz. La oscuridad no tiene entidad propia; es, simplemente, la ausencia de luz. Cuando el sol sale, desaparece la oscuridad de la noche.
De modo parecido, cuando decimos que “nacemos en estado de pecado original” queremos decir que, al nacer, nuestra alma está espiritualmente a oscuras, es un alma inerte en Io que se refiere a la vida sobrenatural. Cuando somos bautizados, la luz del amor de Dios se vierte en ella a raudales, y nuestra alma se vuelve radiante y hermosa, vibrantemente viva con la vida sobrenatural que procede de nuestra unión con Dios y su inhabitación en nuestra alma, esa vida que Ilamamos gracia santificante.
Aunque el bautismo nos devuelve el mayor de los dones que Dios dio a Adán, el don sobrenatural de la gracia santificante, no restaura los dones preternatural- les, como es librarnos del sufrimiento y la muerte. Están perdidos para siempre en esta vida. Pero eso no debe in- quietamos. Más bien debemos alegrarnos al considerar que Dios nos devolvió el don que realmente importa, el gran don de la vida sobrenatural.
Si su justicia infinita no se equilibrara con su misericordia infinita, después del pecado de Adán Dios hubiera podido decir fácilmente: “Me lavo las manos del género humano. Tuvisteis vuestra oportunidad. ahora, apiadaos como podéis!”
Alguna vez se ha hecho esta pregunta: “Por qué tengo yo que sufrir por Io que hizo Adán? Si yo no he cometido el pecado original, ¡por qué tengo que ser castigado por él?”. Basta un momento de reflexión y la pregunta se responde sola. Ninguno hemos perdido algo a Io que tuviéramos derecho. Esos dones sobrenaturales y preternaturales que Dios confirió a Adán no son unas cualidades que nos fueran debidas por naturaleza. Eran dones muy por encima de lo que nos es propio, eran unos regalos de Dios que Adán podía habernos transmitido si hubiera hecho el acto de amor, pero en ellos no hay nada que podamos reclamar en derecho.
Si antes de nacer yo, un hombre rico hubiera ofrecido a mi padre un millón de dólares a cambio de un trabajito, y mi padre hubiera rehusado la oferta, en verdad yo no podría culpar al millonario de mi pobreza. La culpa seria de mi padre, no del millonario.
Del mismo modo, si vengo a este mundo desposeído de los bienes que Adán podría haberme ganado tan fácilmente, no puedo culpar a Dios por el fallo de Adán. Al contrario, tengo que bendecir su misericordia infinita porque, a pesar de todo, restauró en mí el mayor de sus dones por los méritos de su Hijo Jesucristo.
De Adán para acá un solo ser humano (sin contar a Cristo) poseyó una naturaleza humana perfectamente reglada: la Santísima Virgen Maria. Al ser Maria destinada a ser la Madre del Hijo de Dios, y porque repugna que Dios tenga contacto, por indirecto que sea, con el pecado, fue preservada DESDE EL PRIMER INSTANTE DE SU EXISTENCIA de la oscuridad espiritual del pecado original. Desde el primer momento de su concepción en el seno de Ana, Maria estuvo en unión con Dios, su alma se llenó de su amor: tuvo el estado de gracia santificante. Llamarnos a este privilegio exclusive de Maria, primer paso en nuestra redención, la Inmaculada Concepción de Maria.
El pecado original no es una cosa, es la falta de algo, como la oscuridad es falta de luz.
cuando decimos que <> queremos decir que, al nacer, nuestra alma está espiritualmente a oscuras, es un alma inerte en Io que se refiere a la vida sobrenatural. Cuan- do somos bautizados, la luz del amor de Dios se vierte en ella a raudales, y nuestra alma se vuelve radiante y hermosa, vibrantemente viva con la vida sobrenatural que procede de nuestra unión con Dios y su inhabitación en nuestra alma, esa vida que Ilamamos gracia santificante.
La Historia despues de Adán
Alguna vez me han hecho esta pregunta: "Por qué tengo yo que sufrir por Io que hizo Adán? Si yo no he cometido el pecado original, ¡por qué tengo que ser castigado por él?".
Basta un momento de reflexión y la pregunta se responde sola. Ninguno hemos perdido algo a Io que tuviéramos derecho. Esos dones sobrenaturales y preternaturales que Dios confirió a Adán no son unas cualidades que nos fueran debidas por naturaleza. Eran dones muy por encima de lo que nos es propio, eran unos regalos de Dios que Adán podía habernos transmitido si hubiera hecho el acto de amor, pero en ellos no hay nada que podamos reclamar en derecho.
Sabemos que, cuanto mayor es la dignidad de una persona, más grave es la injuria que contra ella se cometa. Si alguien arrojó un tomate podrido a su vecino, seguramente no sufrirá más consecuencias que un ojo morado. Pero si se lo arroja al Presidente de los Estados Unidos, los del F.B.I Io rodearán en un instante y ese hombre no irá a cenar a casa durante una larga temporada.
Este claro, pues, que la gravedad de una ofensa de. pende hasta cierto punto de la dignidad del ofendido. A ser la dignidad de Dios -el Ser infinitamente perfecto- ilimitada, cualquier ofensa contra ti tendría malicia, infinita, será un mal sin medida.
A causa de esto, el pecado de Adán dejó a la humanidad en una situación en la que parecía estar en un pozo de dificil salida. Allá, en el fondo, estábamos, sin posibilidades de salir por nuestros propios medios. Todo Io que el hombre puede hacer tiene un valor finito y mensurable. Si el mayor de los santos diera su vida en reparación por el pecado, el valor de su sacrificio seguiría siendo limitado.
Nuestro destino tras. el pecado de Adán hubiera sido irremisible si nadie hubiera venido a lanzarnos una cuerda; Dios mismo tuvo que resolver el dilema. El dilema era que siendo sólo Dios infinito, sólo Él era capaz del acto de reparación por la infinita malicia del pecado. Pero quien tratara de pagar por el pecado del hombre debía ser humano si realmente tenia que cargar con nuestros pecados, si de verdad iba a ser nuestro representante.
La solución de Dios resulta una vieja historian sin ser nunca una historia trillada o cansada. El hombre de fe nunca termina de asombrarse ante el infinito amor y la infinita misericordia que Dios nos ha mostrado, decretando desde toda la eternidad que su propio Hijo Divino viniera a este mundo asumiendo una naturaleza humana como la nuestra para pagar el precio por nuestros pecados.
El Redentor, al ser verdadero hombre como nosotros, podía representamos y actuar realmente por nosotros. Al ser también verdadero Dios, la más insignificante de sus acciones tendría un valor infinito, suficiente para reparar todos los pecados cometidos o que se cometerán.
Al inicio mismo de la historia del hombre, cuando Dios expulsó a Adán y Eva del Jardín del Edén, dijo a Satanás: "Pondré enemistad entre tú y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella te aplastará la cabeza, y tú en vano te revolverás contra su caleafiar". Muchos siglos tuvieron que transcurrir hasta que la descendencia de Maria, Jesucristo, aplastara la cabeza de la serpiente. Pero el rayo de esperanza de la promesa, como una luz lejana en las tinieblas, brillará constantemente.
Cuando pecó Adán y Cristo, el segundo Adán, reparó su pecado, no acabó la historia. La muerte de Cristo en la Cruz no implicaba que, en adelante, el hombre fuera necesariamente bueno. La satisfacción de Cristo no arrebata la libertad de la voluntad humana. Si hemos de poder probar nuestro amor a Dios por la obediencia, tenemos que conservar la libertad de elección que esa obediencia requiere.
Cuando decimos que "nacemos en estado de pecado original" queremos decir que, al nacer, nuestra alma está espiritualmente a oscuras, es un alma inerte en Io que se refiere a la vida sobrenatural. Cuando somos bautizados, la luz del amor de Dios se vierte en ella a raudales, y nuestra alma se vuelve radiante y hermosa, vibrantemente viva con la vida sobrenatural que procede de nuestra unión con Dios y su inhabitación en nuestra alma, esa vida que Ilamamos gracia santificante.
Aunque el bautismo nos devuelve el mayor de los dones que Dios dio a Adán, el don sobrenatural de la gracia santificante, no restaura los dones preternatural- les, como es librarnos del sufrimiento y la muerte. Están perdidos para siempre en esta vida. Pero eso no debe in- quietamos. Más bien debemos alegrarnos al considerar que Dios nos devolvió el don que realmente importa, el gran don de la vida sobrenatural.
Además de con el pecado original, bajo cuya sombra todos nacemos, hemos de enfrentarnos con otra clase de pecado: el que nosotros mismos cometemos. Este pecado, que no heredamos de Adán, sino que es nuestro, se llama "actual". El pecado actual puede ser mortal o venial, según su grado de malicia.
Queridos todos y cada uno:
a quienes deseen obtener una pronta respuesta, les sugerimos escriban a nuestras direcciones de correo electrónico: juanmariagallardo@gmail.com
Muchas gracias!!
Pbro. Juan María Gallardo

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