La Fe explicada, parte I el Credo
Y Dios es todo misericordia. Tantas veces como nos arrepentimos, Dios perdona. Hay un límite a tu paciencia y a la mía, pero no a la infinita misericordia divina. Pero también es infinitamente justo. Dios
Por: Pbro. Juan María Gallardo | Fuente: encuentra.com
Una vez leí que un catequista pretendía haber perdido la fe cuando un niño le preguntó: "¿Quién hizo a Dios?" y súbitamente se dio cuenta que no tenía respuesta que darle. Cuesta creerlo, porque me parece que alguien con suficiente talento para enseñar en una catequesis tendría que saber que la respuesta es "Nadie".
Conocemos tres clases de sustancias espirituales.
Primero de todo la de Dios mismo, el Espíritu infinitamente perfecto.
Luego, la de los ángeles y,
por último, las almas humanas.
La Perfección de Dios
Otra perfección divina es su poder infinito. Puede hacerlo todo: es omnipotente. <<¿Puede hacer un círculo cuadrado?>>, alguno puede preguntar. No, porque un círculo cuadrado no es algo, es nada, una contradicción en términos como decir luz del día por la noche. <<¿Puede Dios pecar?>> No, de nuevo, porque el pecado es un fallo en la obediencia debida a Dios. En fin, Dios puede hacerlo todo menos lo que es no ser, lo que es nada.
Por: Pbro. Juan María Gallardo | Fuente: encuentra.com
¿Quién es Dios?
Una vez leí que un catequista pretendía haber perdido la fe cuando un niño le preguntó: "¿Quién hizo a Dios?" y súbitamente se dio cuenta que no tenía respuesta que darle. Cuesta creerlo, porque me parece que alguien con suficiente talento para enseñar en una catequesis tendría que saber que la respuesta es "Nadie".
La prueba principal de la existencia de Dios yace en el hecho de que nada sucede a no ser que algo lo cause. Los bizcochos no desaparecen del envase a no ser que los dedos de alguien se los lleven. Un nogal no brota del suelo si antes no cayó allí una nuez. Los filósofos enuncian este principio diciendo que "cada efecto debe tener una causa".
Así, si nos remontamos a los orígenes de la evolución del universo físico (un millón de años, o un billón, o lo que los científicos quieran), llegaremos al fin a un punto en que nos tendremos que preguntar: "Estupendo, pero ¿quién lo puso en marcha? Alguien tuvo que echar a andar las cosas o no habría universo. De la nada, nada viene." Los bebés vienen de sus papas, y las flores de se- millas, pero tiene que haber un punto de partida. Ha de haber alguien no hecho por otro, ha de haber alguien que haya existido siempre, alguien que no tuvo comienzo. Ha de haber alguien con poder e inteligencia sin límites, cuya propia naturaleza sea existir.
Ese alguien existe, y ese Alguien es exactamente Aquel a quien llamamos Dios. Dios es el que existe por naturaleza propia. La única descripción exacta que podemos dar de Dios es decir que es "el que es". Por eso, la respuesta al niño preguntón es sencillamente: "Nadie hizo a Dios. Dios ha existido siempre y siempre existirá."
Expresamos el concepto de Dios, el que sea el origen de todo ser, por encima y más allá de todo lo que existe, diciendo que es el Ser Supremo. De ahí se sigue que no puede haber más que un Dios. Hablar de dos (o más) seres supremos sería una contradicción. La misma palabra "supremo" significa "por encima de los demás". Si hubiera dos dioses igualmente poderosos, uno al lado del otro, ninguno de ellos sería supremo. Ninguno tendría el infinito poder que Dios debe tener por naturaleza. El "infinito" poder de uno anularía el "infinito" poder del otro. Cada uno sería limitado por el otro. Como dice San Anastasio: "Hablar de varios dioses igualmente omnipotentes es como hablar de varios dioses igual- mente impotentes."
Hay un solo Dios y es Espíritu. Para entenderlo tenemos que saber que los filósofos distinguen dos clases de sustancias: espirituales y físicas. Una sustancia física es la hecha de partes. El aire que respirarnos, por ejemplo, está compuesto de nitrógeno y oxígeno. Éstos, a su vez, de moléculas, y las moléculas de átomos, y los átomos de neutrones, protones y electrones. Cada trocito del universo material está hecho de sustancias físicas. Las sustancias físicas llevan en si los elementos de su propia disolución, ya que sus partes pueden separarse por corrupción o destrucción.
Por el contrario, una sustancia espiritual no tiene partes. No hay nada que pueda romperse, corromperse, se- pararse o dividirse. Esto se expresa en filosofía diciendo que una sustancia espiritual es una sustancia simple. Y ésta es la razón de que las sustancias espirituales sean inmortales. Fuera de un acto directo de Dios, no hay modo de que dejen de existir.
Conocemos tres clases de sustancias espirituales.
Primero de todo la de Dios mismo, el Espíritu infinitamente perfecto.
Luego, la de los ángeles y,
por último, las almas humanas.
En los tres casos hay una inteligencia que no depende de sustancia física para actuar. Es verdad que, en esta vida, nuestra alma esta unida a un cuerpo físico y que depende de Él para sus actividades. Pero no es una dependencia absoluta y permanente. Cuando se separa del cuerpo por la muerte, el alma aún actúa. Aún conoce y ama, incluso más libremente que en esta vida mortal.
Si quisiéramos imaginar cómo es un espíritu (tarea difícil, pues "imaginar" significa hacerse una imagen, y aquí no hay imagen que podarnos adquirir); Si quisiéramos hacernos una idea de lo que es un espíritu, podernos pensar cómo seriarnos si nuestro cuerpo súbitamente se evaporara. Aún conservaríamos nuestra identidad y personalidad propias; aún tendríamos todo el conocimiento que poseemos, todos nuestros afectos. Aún seriamos YO -pero sin cuerpo-. Seríamos, pues, espíritu.
Si "espíritu" resulta una palabra difícil de captar, "infinito" aún lo es más. "Infinito" significa "no finito" y, a su vez, "finito" quiere decir "limitado". Una cosa es limitada si tiene un límite o capacidad que no puede traspasar. Todo lo creado es finito de algún modo. límite al agua que puede contener el océano Pacífico.
Hay límite a la energía del átomo de hidrógeno. Hay límite incluso a la santidad de la Virgen María. Pero en Dios no hay límites de ninguna clase, no está limitado en ningún sentido.
Hay límite a la energía del átomo de hidrógeno. Hay límite incluso a la santidad de la Virgen María. Pero en Dios no hay límites de ninguna clase, no está limitado en ningún sentido.
La Perfección de Dios
El Catecismo nos dice que Dios es un espíritu infinitamente perfecto, que significa que no puede haber algo más bueno, deseable o valioso que ése fuera de Él. Es decir, todo lo bueno y valioso que existe viene de Dios y es el reflejo de su perfección ya que Él es el bien y valor supremo.
También podemos decir que la perfección que existe en Dios son su misma sustancia, es decir, de lo que se compone. Si quisiéramos expresarnos con perfecta exactitud no diríamos "Dios es bueno" sino "Dios es la bondad perfecta", o que Dios no es sabio, sino que es la Sabiduría.
A veces nos podemos preguntar acerca de la perfección de Dios <>
Se han escrito bibliotecas enteras sobre el problema del mal y no se puede pretender que tratemos aquí este tema como se merece. Sin embargo, si podemos señalar que el mal, tanto físico como moral, en cuanto afecta a los humanos, vino al mundo como consecuencia del pecado del hombre, Dios, que dio al hombre libre albedrío y puso en marcha su plan para la humanidad, no está infiriendo continuamente para arrebatarte ese don de la libertad. Con ese libre albedrío que Dios nos dio tenemos que labrarnos nuestro destino hasta su final -hasta la felicidad eterna, si a ella escogemos dirigirnos, y con la ayuda de la gracia divina, si queremos aceptarla y utilizarla-, pero libres hasta el fin.
Se han escrito bibliotecas enteras sobre el problema del mal y no se puede pretender que tratemos aquí este tema como se merece. Sin embargo, si podemos señalar que el mal, tanto físico como moral, en cuanto afecta a los humanos, vino al mundo como consecuencia del pecado del hombre, Dios, que dio al hombre libre albedrío y puso en marcha su plan para la humanidad, no está infiriendo continuamente para arrebatarte ese don de la libertad. Con ese libre albedrío que Dios nos dio tenemos que labrarnos nuestro destino hasta su final -hasta la felicidad eterna, si a ella escogemos dirigirnos, y con la ayuda de la gracia divina, si queremos aceptarla y utilizarla-, pero libres hasta el fin.
El mal es idea del hombre, no de Dios. Y si el inocente y el justo tienen que sufrir la maldad de los males, su recompense al final será mayor. Sus sufrimientos y lágrimas serán nada en comparación con el gozo venidero. Y mientras tanto, Dios guarda siempre a los que le guardan en su corazón.
A continuación viene la realidad del infinito conocimiento de Dios. Es decir, su omnisciencia. Todo tiempo -pasado, presente y futuro-; todas las cosas -las que son y las que podrían ser-; todo conocimiento posible es lo que podríamos llamar <> de la mente divina. La mente de Dios contiene todos los tiempos y toda la creación, del mismo modo que el vientre materno contiene a todo el niño.
Entonces; ¿sabe Dios acaso todo lo que haremos, mañana o en un mes o en toda nuestra vida? ¿Todo está determinado ya en el pensamiento de Dios?
Esa aparente dificultad, que un momento de reflexión nos resolverá, nace de confundir a Dios conocedor con Dios causante. Que Dios sepa lo que haremos mañana o en un mes no es la causa que me hace ir. O al revés, es mi decisión de hacer lo que haré mañana lo que produce la ocasión de que Dios lo sepa.Por ejemplo: el hecho de que el meteorólogo estudiando sus mapas sepa que lloverá mañana, no causa la lluvia. Es al revés. La condición indispensable de que mañana va a llover proporciona al meteorólogo la ocasión de predecirlo.
Para ser teológicamente exactos conviene decir aquí que, absolutamente hablando, Dios es la causa de todo lo que sucede. Dios es, por naturaleza, la Primera Causa. Esto no quiere decir que nada existe y nada sucede que no tenga su origen en el infinito poder de Dios. Pero Dios no no obliga a hacer nada, basta saber que la presciencia divina, es decir el conocimiento anterior que Dios tiene de todo no me obliga a hacer lo que yo libremente decido hacer.
Otra perfección de Dios es que no hay límites a su presencia; decimos de Él que es <>. Está siempre en todas partes. ¿Y cómo podría ser de otro modo si no hay lugares fuera de Dios? Está en todos los lugares posibles.
La presencia sin límites de Dios, nótese, nada tiene que ver con el tamaño. El tamaño es algo perteneciente a la materia física. <> y <> no tiene sentido si se aplican a un espíritu, y menos aún a Dios. No, no es que una parte de Dios esté en un lugar y otra en otro. Todo Dios está en todas partes. Hablando de Dios, espacio es tan sin significado como tamaño.
Otra perfección divina es su poder infinito. Puede hacerlo todo: es omnipotente. <<¿Puede hacer un círculo cuadrado?>>, alguno puede preguntar. No, porque un círculo cuadrado no es algo, es nada, una contradicción en términos como decir luz del día por la noche. <<¿Puede Dios pecar?>> No, de nuevo, porque el pecado es un fallo en la obediencia debida a Dios. En fin, Dios puede hacerlo todo menos lo que es no ser, lo que es nada.
Dios es también infinitamente sabio. En principio, lo ha hecho todo, así que evidentemente sabe cuál es el modo mejor de usar las cosas que ha hecho, cuál es el mejor plan para sus criaturas. Alguno que se queje <<¿Por qué no hace Dios esto?>> o <<¿Por qué no hace Dios eso y aquello?>>, debería recordar que una hormiga tiene mis derecho a criticar a Einstein que el hombre, en su limitada inteligencia, a poner en duda la infinita sabiduría de Dios.
Apenas hace falta resaltar la infinita santidad de Dios. La belleza espiritual de Aquel en quien tiene origen toda la santidad humana es evidente. Sabemos que incluso la santidad sin - mancha de Santa María, ante el esplendor radiante de Dios, sería como la luz de una cerilla comparada con la del sol.
Y Dios es todo misericordia. Tantas veces como nos arrepentimos, Dios perdona. Hay un límite a tu paciencia y a la mía, pero no a la infinita misericordia divina. Pero también es infinitamente justo. Dios no es una abuelita indulgente que cierra los ojos a nuestros pecados. Nos quiere en el cielo, pero su misericordia no anula su justicia si rehusamos amarle, que es nuestra razón de ser.
Entonces podemos concluir que la perfección de Dios es demostrada con
• Omnisciencia
• Omnipresencia
• Omnipotencia
• Sabiduría infinita
• Bondad infinita
• Misericordia Y Justicia Infinitas.
• Infinita Santidad
•
¿Cómo es que son tres? Estoy seguro que ninguno de nosotros se molestaría en explicar un problema de física nuclear a un niño de cinco años. Y, sin embargo, la distancia que hay entre la inteligencia de un niño de cinco años y los últimos avances de la ciencia es nada comparada con la que existe entre la más brillante mente humana y la verdadera naturaleza de Dios. Hay un límite a lo que la mente humana -aun en condiciones óptimas- puede captar y entender. Dado que Dios es un Ser infinito, ningún intelecto creado, por dotado que esté, puede alcanzar sus profundidades. Por eso, Dios, al revelarnos la verdad sobre Sí mismo, tiene que contentarse con enunciarnos sencillamente cuál es esa verdad; el «cómo» de ella está tan lejos de nuestras facultades en esta vida, que ni Dios mismo trata de explicárnoslo. Una de estas verdades es que, habiendo un solo Dios, existen en El tres Personas divinas -Padre, Hijo y Espíritu Santo-. Hay una sola naturaleza divina, pero tres Personas divinas. En lo humano, «naturaleza» y «persona» son prácticamente una y la misma cosa. Si en una habitación hay tres personas, tres naturalezas humanas están presentes; si sólo está una naturaleza humana presente, hay una sola persona. Así, cuando tratamos de pensar en Dios como tres Personas con una y la misma naturaleza, nos encontramos como dando cabezazos contra un muro. Por esta razón llamamos a las verdades de fe como esta de la Santísima Trinidad «misterios de fe».
• Omnisciencia
• Omnipresencia
• Omnipotencia
• Sabiduría infinita
• Bondad infinita
• Misericordia Y Justicia Infinitas.
• Infinita Santidad
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¿Cómo es que son tres? Estoy seguro que ninguno de nosotros se molestaría en explicar un problema de física nuclear a un niño de cinco años. Y, sin embargo, la distancia que hay entre la inteligencia de un niño de cinco años y los últimos avances de la ciencia es nada comparada con la que existe entre la más brillante mente humana y la verdadera naturaleza de Dios. Hay un límite a lo que la mente humana -aun en condiciones óptimas- puede captar y entender. Dado que Dios es un Ser infinito, ningún intelecto creado, por dotado que esté, puede alcanzar sus profundidades. Por eso, Dios, al revelarnos la verdad sobre Sí mismo, tiene que contentarse con enunciarnos sencillamente cuál es esa verdad; el «cómo» de ella está tan lejos de nuestras facultades en esta vida, que ni Dios mismo trata de explicárnoslo. Una de estas verdades es que, habiendo un solo Dios, existen en El tres Personas divinas -Padre, Hijo y Espíritu Santo-. Hay una sola naturaleza divina, pero tres Personas divinas. En lo humano, «naturaleza» y «persona» son prácticamente una y la misma cosa. Si en una habitación hay tres personas, tres naturalezas humanas están presentes; si sólo está una naturaleza humana presente, hay una sola persona. Así, cuando tratamos de pensar en Dios como tres Personas con una y la misma naturaleza, nos encontramos como dando cabezazos contra un muro. Por esta razón llamamos a las verdades de fe como esta de la Santísima Trinidad «misterios de fe».
Las creemos porque Dios nos las ha manifestado, y El es infinitamente sabio y veraz. Pero para saber cómo puede ser así tenemos que esperar a que El se nos manifieste del todo en el cielo. Por supuesto, los teólogos pueden aclarárnoslo un poquito. Explican que la distinción entre las tres Personas divinas se basa en la relación que existe entre ellas. Está Dios Padre, quien mira en su mente divina, y se ve cómo es realmente, formulando un pensamiento de Sí mismo. Tú y yo, muchas veces, hacemos lo mismo. Volvemos nuestra mirada sobre nosotros mismos y formamos un pensamiento sobre nosotros. Este pensamiento se expresa en las palabras silenciosas «Juan Pérez» o «María García». Pero hay una diferencia entre nuestro propio conocimiento y el de Dios sobre Sí mismo. Nuestro conocimiento propio es imperfecto, incompleto.
(Nuestros amigos podrían decirnos cosas sobre nosotros que nos sorprenderían, ¡sin contar lo que dirían nuestros enemigos!) Pero, aun si nos conociéramos perfectamente, aun si el concepto que de nosotros tenemos al enunciar en silencio nuestro nombre fuera completo, o sea una perfecta reproducción de nosotros mismos, tan sólo sería un pensamiento que no saldría de nuestro interior, sin existencia independiente, sin vida propia. El pensamiento cesaría de existir, aun en mi mente, tan pronto como volviera mi atención a otra cosa. La razón es que la existencia o la vida no son parte necesaria de un retrato mío.
Hubo un tiempo en que yo no existía en absoluto, y volvería inmediatamente a la nada si Dios no me mantuviera en la existencia. Pero con Dios las cosas son muy distintas. El existir pertenece a la misma naturaleza divina. No hay otra manera de concebir a Dios adecuadamente que diciendo que es el Ser que nunca tuvo principio, el que siempre fue y siempre será. La única definición real que podemos dar de Dios es decir «El que es». Así se definió a Moisés, recordarás: «Yo soy el que soy.» Si el concepto que Dios tiene de Sí mismo ha de ser un pensamiento infinitamente completo y perfecto, tiene que incluir la existencia, ya que el existir es de la naturaleza de Dios. La imagen que Dios ve de Sí mismo, la Palabra silenciosa con que eternamente se expresa a Sí mismo, debe tener una existencia propia, distinta. A este Pensamiento vivo en que Dios se expresa a Sí mismo perfectamente lo llamamos Dios Hijo. Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo; Dios Hijo es la expresión del conocimiento que Dios tiene de Sí. Así, la segunda Persona de la Santísima Trinidad es llamada Hijo precisamente porque es generado por toda la eternidad, engendrado en la mente divina del Padre. También se le llama el Verbo de Dios, porque es la «Palabra mental» en que la mente divina expresa el pensamiento de Sí mismo. Luego, Dios Padre (Dios conociéndose a Sí mismo) y Dios Hijo (el conocimiento de Dios sobre Sí mismo) contemplan la naturaleza que ambos poseen en común.
Al verse (hablamos, por su puesto, en términos humanos), contemplan en esa naturaleza todo lo que es bello y bueno -es decir, todo lo que produce amor- en grado infinito. Y así la voluntad divina mueve un acto de amor infinito hacia la bondad y belleza divinas. Dado que el amor de Dios a Sí mismo, como el cono cimiento de Dios de Sí mismo, son de la misma naturaleza divina, tiene que ser un amor vivo. Este amor infinitamente perfecto, infinitamente intenso, que eternamente fluye del Padre y del Hijo es el que llamamos Espíritu Santo, «que procede del Padre y del Hijo». Es la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo. Dios Hijo es la expresión del conocimiento de Dios de Sí mismo.
Dios Espíritu Santo es el resultado del amor de Dios a Sí mismo. Esta es la Santísima Trinidad: tres Personas divinas en un solo Dios, una naturaleza divina. Un pequeño ejemplo podría aclararnos la relación que existe entre las tres Personas divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Supón que te miras en un espejo de cuerpo entero. Ves una imagen perfecta de ti mismo con una excepción: no es más que un reflejo en el espejo. Pero si la imagen saliera de él y se pusiera a tu lado, viva y palpitante como tú, entonces sí que sería tu imagen perfecta. Pero no habría dos tú, sino un solo Tú, una naturaleza humana. Habría dos «personas», pero sólo una mente y una voluntad, compartiendo el mismo conocimiento y los mismos pensamientos.
Luego, ya que el amor de sí (el amor de sí bueno) es natural a todo ser inteligente, habría una corriente de amor ardiente y mutuo entre tú y tu imagen. Ahora, da rienda suelta a tu fantasía, y piensa en el ser de este amor como una parte tan de ti mismo, tan hondamente enraizado en tu misma naturaleza, que llegara a ser una reproducción viva y palpitante de ti mismo. Este amor sería una «tercera persona» (pero todavía nada más que un Tú, recuerda; sólo una naturaleza humana), una tercera persona que estaría entre tú y tu imagen, y los tres unidos mano en mano, tres personas en una naturaleza humana. Quizá este vuelo de la imaginación pueda ayudarnos a entender opacamente la relación que existe entre las tres Personas de la Santísima Trinidad: Dios Padre «mirándose» a Sí mismo en su mente divina y mostrando allí la Imagen de Sí, tan infinitamente perfecta que es una imagen viva, Dios Hijo; y Dios Padre y Dios Hijo amando la naturaleza divina que ambos poseen en común como amor vivo, Dios Espíritu Santo. Tres personas divinas, una naturaleza divina. Si el ejemplo que he utilizado no ayuda nada a nuestro concepto de la Santísima Trinidad, no tenemos por qué sentir frustración. Tratamos con un misterio de fe, y nadie, ni el mayor de los teólogos, puede aspirar a comprenderlo realmente. A lo más que puede llegarse es a distintos grados de ignorancia. Nadie debe sentirse frustrado si hay misterios de fe. Sólo una persona enferma de soberbia intelectual consumada pretenderá abarcar lo infinito, la insondable profundidad de la naturaleza de Dios.
Más que resentir nuestras humanas limitaciones, tenemos que movernos al agradecimiento porque Dios se ha dignado decirnos tanto sobre Sí mismo, sobre su naturaleza íntima. Al pensar en la Trinidad Beatífica tenemos que estar en guardia contra un error: No podemos pensar en Dios Padre como el que «viene primero», y en Dios Hijo como el que viene después y Dios Espíritu Santo un poco más tarde todavía. Los tres son igualmente eternos al poseer la misma naturaleza divina; el Verbo de Dios y el Amor de Dios son tan sin tiempo como la Naturaleza de Dios. Y Dios Hijo y Dios Espíritu Santo no están subordinados al Padre en modo alguno; ninguna de las Personas es más poderosa, más sapiente, más grande que las demás. Las tres tienen igual perfección infinita, igualdad basada en la única naturaleza divina que las tres poseen. Sin embargo, atribuimos a cada Persona divina ciertas obras, ciertas actividades, que parecen más apropiadas a la particular relación de esta o aquella Persona divina. Por ejemplo, atribuimos a Dios Padre la obra de la creación, ya que pensamos en El como el «generador», el instigador, el motor de todas las cosas, la sede del infinito poder que Dios posee. Parecidamente, ya que Dios Hijo es el Conocimiento o la Sabiduría del Padre, le adscribimos las obras de sapiencia; es El quien vino a la tierra para darnos a conocer la verdad y salvar el abismo entre Dios y el hombre. Finalmente, dado que el Espíritu Santo es el Amor infinito, le apropiamos las obras de amor, especialmente la santificación de las almas, ya que resulta de la inhabitación del Amor de Dios en nuestra alma. Dios Padre es el Creador, Dios Hijo es el Redentor, Dios Espíritu Santo es el Santificador. Y, sin embargo, lo que Uno hace, lo hacen Todos; donde Uno está, están los tres. Este es el misterio de la Trinidad Santísima: la infinita variedad en la unidad absoluta, cuya belleza nos colmará en el cielo.
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