EDUCAR ES AMAR JOSE LUIS GONZALEZ


Estos deberes colectivos suelen muchas veces depender de ciertos “derechos” que benefician a una minoría.


En una sociedad cada vez más secularizada, resulta bastante explicable que se busque un sucedáneo de la religión, que contenga mandamientos y dogmas que prometen la felicidad y que exigen obediencia. En nuestro caso, estos nuevos mandamientos y dogmas son los derechos humanos, considerados no solo como algo evidente, sino además, contra lo cual está prohibido disentir.
Como se sabe, en un principio estos derechos se consideraron emanados de la inherente dignidad humana, con una clara alusión a un Derecho Natural objetivo que entre otras cosas, abogaba por la igualdad esencial de todos los hombres.
Sin embargo, hace unos 50 años, se expandió la idea según la cual, estos derechos no emanan de una naturaleza objetiva, sino de los acuerdos, siendo por ello relativos y cambiantes. Lo anterior no solo ha hecho que ingresen al catálogo de “derechos” un cúmulo de aspiraciones bastante discutibles, sino además, que varios miembros de la especie humana hayan quedado excluidos de su protección.
Por otro lado, estos derechos, entendidos inicialmente como facultades de exigir, se están convirtiendo cada vez más en obligaciones de hacer o de no hacer, lo cual resulta lógico, pues todo derecho subjetivo conlleva la existencia de una obligación o deber correlativo.
Así, estos deberes colectivos suelen muchas veces depender de ciertos “derechos” que benefician a una selecta minoría, que de este modo impone su querer al resto, siendo un buen ejemplo de ello las diversas leyes y tratados contra la discriminación y la intolerancia.
En la actualidad, la génesis y evolución de estos “derechos –léase deberes– humanos” está entregada sobre todo a organismos internacionales, universales y regionales que nadie controla (ONU, OEA, UE, varios comités de seguimiento de diversos tratados y tribunales internacionales), que no toman en cuenta ni las situaciones particulares ni las tradiciones de los diferentes países. Por eso se están convirtiendo en los nuevos Mandamientos y Dogmas de nuestro mundo, que no admiten que alguien ose ir contra los mismos.
Estos mandamientos y dogmas pretenden así, imponerse a los ordenamientos jurídicos internos, saltándose muchas veces todos los cauces formales prestablecidos. Además, se entregan cada vez mayores atribuciones a los Estados para vigilar su fiel cumplimiento y castigar duramente su inobservancia.
Y esta es una de las grandes paradojas de nuestra época: que los “derechos humanos” han pasado de ser una realidad objetiva y que permitía a sus titulares ejercerlos libremente, a convertirse en estrictas y cambiantes directrices para la conducta colectiva de los ciudadanos, que pretenden imponerse coactivamente.
Por: Max Silva Abbott | Fuente: Actualidad y Análisis

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