Oración
Padre eterno, Creador mío, mis labios y mi corazón proclaman tu grandeza y tu amor; hoy cuando la depresión y la tristeza invaden mi corazón, mi espíritu y mis emociones e inteligencia te suplico, postrado ante ti: “Envíame tu luz y tu verdad: que ellas me encaminen y me guíen a tu santa Montaña, hasta el lugar donde habitas. Y llegaré al altar de Dios, el Dios que es la alegría de mi vida; y te daré gracias con la cítara, Señor, Dios mío. ¿Por qué te deprimes, alma mía? ¿Por qué te inquietas? Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias, a él, que es mi salvador y mi Dios” (Fragmentos del Salmo 43 (42), catholic.net)
Comentario
Hay momentos en la existencia del hombre, en los cuales la tristeza, la impotencia, la depresión y la ausencia de querer seguir viviendo, lo visitan y con frecuencia se entronizan como huéspedes permanentes. Ante esta situación son variadas y abundantes las reacciones que se producen, así como las actitudes que se asumen. Algunos “se echan a morir” y se inmovilizan. Otros acuden en la búsqueda de soluciones, a espiritistas, magos, adivinos, brujos y charlatanes de todo genero y especie. Por otra parte los cristianos, los creyentes, evidencian “un bajón” de fe y olvidan que para Dios no hay imposibles y que basta renovar nuestra fidelidad y creencia en ese gran amor misericordia y piedad de nuestro Buen Dios. Ni la depresión, ni la tristeza, ni la desolación, ni las dificultades o problemas, podrán separarnos del amor de Dios. Así que cuando estas manifestaciones del maligno se hagan presentes, es nuestro derecho y deber, aferrarnos a la palabra de Dios que nos sugiere, entregar y colocar estos inconvenientes, en las manos de Dios y aumentar nuestra fe y esperanza en su poder, en su autoridad para deshacer estos males. Creer incondicionalmente en Dios y actuar en la defensa de nuestra paz, salud, equilibrio emocional, prosperidad y armonía familiar. Este “actuar” debe partir de nuestra subordinación a la voluntad y designios de Dios y desarrollar conductas que no dejen dudas de esta sumisión. Tristeza y melancolía, fuera de la casa mía, es lema de quienes viven en la alegría del Señor.
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