EDUCAR ES AMAR JOSE LUIS GONZALEZ

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Aprender es un proceso que lleva a conocer algo. Una cosa es tener una idea vaga de algo y otra conocerlo con propiedad.


Cada año, cuando llegan las reuniones de padres de chicos que se preparan para la Primera Comunión surge la misma pregunta, fruto de una cultura antimemoria. Incluso en algunos casos, con cierto tono inquisidor plantean ¿para qué les hacen estudiar de memoria las preguntas del Catecismo? Casi como diciendo, ¿todavía siguen con esos métodos prehistóricos de aprendizaje? ¿No se enteraron que hoy la memoria está mal vista y que su uso se ha pasado de moda?

Para mostrar la actualidad de la memoria y del Catecismo, podríamos recurrir al argumento de autoridad y mostrar cómo documentos recientes del Magisterio de la Iglesia hacen referencia a ella (recogemos los dos principales textos sobre el tema al final). Pero hemos preferido explicar con cierto detenimiento su razón de ser.

Una aclaración previa: estas páginas no pretenden defender la memoria por la memoria, sino algo muy concreto: la centralidad del aprendizaje de memoria del Catecismo.
Como se trata de aprender de memoria, no cualquier cosa, sino el Catecismo, tenemos que comenzar por explicar su sentido e importancia.

¿Para qué sirve un Catecismo?

Partamos considerando la indudable utilidad de los resúmenes. Quien quiere saber lo más importante –lo decisivo de un tema-, encontrará en un buen resumen lo que necesita saber sobre la cuestión.

En el ámbito de la fe, sucede algo parecido. Ya desde el principio –la época de los Apóstoles- surgieron los Símbolos de la Fe: la lista de verdades más básicas que un cristiano debía creer. El Símbolo de los Apóstoles –el Credo que rezamos en Misa los domingos en Argentina- es una lista de los doce artículos fundamentales de la fe, se atribuye a los mismos Apóstoles. Allí está lo más básico, la mínima expresión de nuestra fe. La verdad es que la síntesis es fabulosa: que esté todo y no falte nada, que todo lo demás se pueda remitir a esos doce artículos es sorprendente. Y facilita mucho las cosas. Después uno puede ir profundizando y planteándose qué sabe de cada uno de ellos y tiene una guía para mejorar su conocimiento de la fe.

Hay que reconocer que esa lista básica de la fe es muy útil.

Un segundo paso es poner la fe en preguntas y respuestas. Es antiquísimo. Y mirá si será práctico que el mundo de la computación también lo ha adoptado como sistema habitual. En todos los sitios de Internet encontrás una sección de “Help” (Ayuda), con toneladas de preguntas. Te enseñan a usar programas, a hacer cosas, etc., a base de preguntas y respuestas. Tienen secciones como “FAQ” (las preguntas más frecuentes con sus respuestas) o “Top questions”. Se podría decir que esas secciones de “Ayuda” son un “catecismo” de tal cosa o tal otra.

Eso es lo que ha hecho la Iglesia desde siempre. Enseñar la fe a base de preguntas y respuestas. Se hacen preguntas bien concretas. Y se responde de manera bien precisa. De manera que todos tengan al alcance, de modo sintético y concreto, los contenidos más básicos de la fe.

De modo resumido y preciso, el Romano Pontífice explica la finalidad del Compendio del Catecismo (fue uno de sus primeros actos magisteriales, cumpliendo un encargo de Juan Pablo II que él mismo había realizado):
El Compendio, que ahora presento a la Iglesia Universal, es una síntesis fiel y segura del Catecismo de la Iglesia Católica. Contiene, de modo conciso, todos los elementos esenciales y fundamentales de la fe de la Iglesia, de manera tal que constituye, como deseaba mi Predecesor, una especie de vademécum, a través del cual las personas, creyentes o no, pueden abarcar con una sola mirada de conjunto el panorama completo de la fe católica.

Benedicto XVI, MOTU PROPRIO para la aprobación y publicación del Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (28.6.05)

Existen otros Catecismos más breves, que exponen de modo sintético los principales misterios que el cristiano cree, reza, vive y de los que se alimenta. Al estudio de estos Catecismos en la preparación de la Primera Comunión y de la Confirmación es a lo que se refiere este escrito.

El sentido y el valor de la memoria

¿Por qué la memoria? Porque es fundamental en el proceso del conocimiento humano.
¿Para qué sirve la memoria? Para “almacenar” vivencias, conocimientos, personas... Acordarse de algo es hacer uso de ese “depósito” (base de datos) que llevamos con nosotros. Estudiar –en el fondo- supone registrar datos, hechos, ideas... Y hablamos de estudiar de memoria cuando lo “grabamos” textualmente en nuestra mente.

Ignorancia, ideas confusas, vagas, conocimiento preciso

Aprender es un proceso que lleva a conocer algo.  Una cosa es tener una idea vaga de algo y otra conocerlo con propiedad. No hablamos de ser un experto, pero sí de saber con precisión, de manera básica, de qué se trata.

A veces manejamos palabras de las que tenemos una idea vaga, pero no sabemos en realidad a qué se refieren exactamente, qué significan, qué alcance tienen. Pero si nos pidieran que las explicáramos nos pondrían en un aprieto, porque no seríamos capaces de hacerlo. Algunos ejemplos: “calentamiento global”, “capa de ozono”, “evolución”, “energía atómica”. Son cosas que “suenan”, de las que se tiene una idea super general… a veces, tan confusa que no es verdadera.

Saber y entender. Saberlo con precisión. Con las palabras justas. 

Si preguntaras ¿qué es una heladera?, cabrían respuestas a distintos niveles, unas más precisas que otras. “Una cosa que sirve para enfriar” (también podría ser el radiador de un auto o un aire acondicionado). “Una especie de armario donde hace frío”. “Una máquina para almacenar artículos que necesitan conservarse fríos”.¿Qué es un ser humano? “Una cosa con pelo arriba y con patas” Bueno, sí..., pero sería mucho mejor decir que un “animal racional”. Es bastante más claro y preciso.

En los colegios los chicos suelen preguntar: “¿puedo decirlo con mis palabras?” (quieren decir que lo que no saben con palabras textuales, lo pueden expresar con otras diferentes). Habría que responderles: por supuesto que sí, siempre y cuando respondan a la realidad. Si tus palabras significaran algo distinto... no servirían para explicarlo porque no explicarían nada...

Las ciencias utilizan términos técnicos, que son bien precisos. Por ejemplo en Matemáticas: numerador (no es “la parte de arriba” que podría ser el techo...), denominador, integral, polígono... Cada una de estas palabras designa algo muy concreto y su uso facilita el entendimiento, evita confusiones y largas explicaciones.

En el ámbito de la fe sucede lo mismo. Usamos términos técnicos que tienen un significado bien preciso. Algunos ejemplos son las palabras naturaleza, persona, sacramentos, crisma, transubstanciación, presencia real, infalibilidad, etc.

Para pensar y hablar con propiedad de las realidades cristianas necesitamos de estas palabras. Y para poder usarlas, primero tenemos que aprenderlas.

Cuando lo que se trata de aprender son misterios de fe (a los que no tenemos acceso por los sentidos), la precisión de los términos y de las definiciones es esencial.

Los cristianos necesitamos conocer bien nuestra fe para poder vivirla. Entender qué creemos, qué sentido tienen las cosas que rezamos, hacemos, practicamos, etc. De otro modo nuestra vida religiosa sería un ritualismo carente de contenido.

No nos alcanza una idea vaga de quién es Jesucristo, qué son los sacramentos, el cielo o el purgatorio. Las ideas vagas con facilidad se distorsionan, porque les falta precisión. Por el mismo hecho de ser genéricas, en cuanto se trata de concretarlas, si no se hace con cuidado, se puede acabar en afirmaciones que no son verdaderas.

Para eso es necesario perfilar, delinear, definir con precisión las distintas realidades.
Los dogmas, por ejemplo, hacen eso: definen un misterio de fe: lo expresan en palabras precisas y concisas. Unas palabras diferentes no facilitarían el entendimiento sino que por el contrario lo oscurecerían. Palabras deficientes confunden.

No se trata de aprender fórmulas de memoria sin entender de qué se trata como si se tratara de palabras mágicas, sino de conocer las realidades sobrenaturales que definen. Los dogmas de fe son precisos, una pequeña diferencia de palabras con facilidad supondría un error (porque expresaría una realidad distinta). Así, no es lo mismo decir que la Santísima Trinidad es un solo Dios verdadero “en Tres Personas distintas”, que decir “con tres Personas distintas” (como si estuviera “formado” por la suma de tres personas). Y quien hiciera la señal de la cruz “en los nombres del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” sería panteísta (estaría adorando a tres dioses...).

Cuando se olvida lo que se sabe de memoria, permanece la idea del asunto... Pero si sólo se tenía una idea del asunto, olvidada esta, se olvidó todo

Saber o no saber, esa es la cuestión

A fin de cuentas la cuestión se reduce a la siguiente pregunta ¿sé de qué se trata o no lo sé? “Lo entiendo pero no sé explicarlo” significa que tengo una idea vaga del asunto, que “me suena” pero que no lo conozco. Llevando a niveles de caricatura la cuestión para ejemplificarla, podemos decir que la Eucaristía no es “una cosa que se come en Misa”, sino “un sacramento que contiene verdadera, real y sustancialmente, el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad” de Jesús. La Misa no es una reunión en la que rezamos, sino la “renovación incruenta del sacrificio del calvario”.
Para conocer los aspectos centrales de nuestra fe contamos con la ayuda de fórmulas breves y precisas de los Catecismos. Quienes los compusieron lo hicieron con el propósito de que se aprendieran de memoria; de ahí que para facilitarlo los hicieran breves y con cierta rima.

Si me preguntan qué es un sacramento, no necesito pensarlo: un “signo sensible y eficaz de la gracia instituido por nuestro Señor Jesucristo para santificarnos” (¡lo que aprendí para mi primera Comunión!). Después tendré que explicar qué significa esa definición, pero la idea fundamental está allí expresada.
Nos interesa mucho conocer las principales realidades de la fe. Y para saber qué es la Misa, qué son los Angeles, etc. no tengo que elaborar grandes y complicadas explicaciones, porque cuento con la fórmula sencilla, concreta y precisa que me enseña el Catecismo. Es fácil darse cuenta de que cuando no se sabe la definición del Catecismo, se hace mucho más difícil expresar esos misterios.

La memoria no lo es todo. Es un punto de partida. Terreno firme sobre el que edificar el conocimiento de la fe. No se trata de un aprendizaje mecanizado de palabras como en una grabación. Por supuesto que para que se pueda hablar de conocimiento habrá que entender -en la medida que lo permita el misterio- el sentido de las palabras.

Por sus frutos los conoceréis (Mt 7,16)
Por último, para verificar la necesidad de la memoria en el aprendizaje del Catecismo podemos recurrir a la experiencia reciente y considerar los amargos frutos que ha producido su abandono (de ambos, del Catecismo y de la memoria): la generalización de una catequesis que desprecia la memoria ha “conseguido” que sus supuestos beneficiarios acaben con una gran ignorancia de la doctrina católica. Es decir, sin memoria, el fruto ha sido la ignorancia religiosa.

Textos del Magisterio Pontificio sobre la memoria en el aprendizaje del Catecismo

Juan Pablo II en la Ex.Ap. Catechesis tradendae (16.10.1979), n. 55 (el título “memorización” pertenece al documento, los subrayados son nuestros):

Memorización
La última cuestión metodológica que conviene al menos subrayar -más de una vez se hizo alusión a ella en el Sínodo- es la memorización. Los comienzos de la catequesis cristiana, que coincidieron con una civilización eminentemente oral, recurrieron muy ampliamente a la memorización. Y la catequesis ha conocido una larga tradición de aprendizaje por la memoria de las principales verdades. Todos sabemos que este método puede presentar ciertos inconvenientes: no es el menor el de prestarse a una asimilación insuficiente, a veces casi nula, reduciéndose todo el saber a fórmulas que se repiten sin haber calado en ellas. Estos inconvenientes, unidos a las características diversas de nuestra civilización, han llevado aquí o allí a la supresión casi total -definitiva, por desgracia, según algunos- de la memorización en la catequesis. Y sin embargo, con ocasión de la IV Asamblea general del Sínodo, se han hecho oír voces muy autorizadas para reequilibrar con buen criterio la parte de la reflexión y de la espontaneidad, del diálogo y del silencio, de los trabajos escritos y de la memoria. Por otra parte, determinadas culturas tienen en gran aprecio la memorización. ¿Por qué, mientras en la enseñanza profana de ciertos países se elevan críticas cada vez más numerosas contra las lamentables consecuencias que se siguen del menosprecio de esa facultad humana que es la memoria, por qué no tratar de revalorizarla en la catequesis de manera inteligente y aún original, tanto más cuanto la celebración o "memoria" de los grandes acontecimientos de la historia de la salvación exige que se tenga un conocimiento preciso? Una cierta memorización de las palabras de Jesús, de pasajes bíblicos importantes, de los diez mandamientos, de fórmulas de profesión de fe, de textos litúrgicos, de algunas oraciones esenciales, de nociones-clave de la doctrina..., lejos de ser contraria a la dignidad de los jóvenes cristianos, o de constituir un obstáculo para el diálogo personal con el Señor, es una verdadera necesidad, como lo han recordado con vigor los Padres sinodales.

Hay que ser realistas. Estas flores, por así decir, de la fe y de la piedad no brotan en los espacios desérticos de una catequesis sin memoria. Lo esencial es que esos extos memorizados sean interiorizados y entendidos progresivamente en su profundidad, para que sean fuente de vida cristiana personal y comunitaria. La pluralidad de métodos en la catequesis contemporánea puede ser signo de vitalidad y de ingeniosidad. En todo caso, conviene que el método escogido se refiera en fin de cuentas a una ley fundamental para toda la vida de la Iglesia: la fidelidad a Dios y la fidelidad al hombre, en una misma actitud de amor.

De la Introducción del Compendio (cuyas preguntas son bastante largas y no está pensado primariamente para su memorización: sino para ser la base para la elaboración de Catecismos más breves que se puedan estudiar):
Una segunda característica del Compendio es su forma dialogal, que recupera un antiguo género catequético basado en preguntas y respuestas. Se trata de volver a proponer un diálogo ideal entre el maestro y el discípulo, mediante una apremiante secuencia de preguntas, que implican al lector, invitándole a proseguir en el descubrimiento de aspectos siempre nuevos de la verdad de su fe.

Este género ayuda también a abreviar notablemente el texto, reduciéndolo a lo esencial, y favoreciendo de este modo la asimilación y eventual memorización de los contenidos.

Joseph Ratzinger, Introducción al Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (20.3.05), n. 4.

A modo de conclusión

Sólo quería resaltar la importancia de dos textos fundamentales para un católico.

Si me preguntaran cuáles son los tres libros más importantes para un católico, que no deberían faltar en ningún hogar y que todos deberíamos leer y releer con frecuencia, no necesitaría pensar la respuesta. El primero es absoluto: la Sagrada Escritura. Conteniendo la palabra de Dios, su importancia está fuera de duda y es al alimento básico de nuestras almas.
Respecto a los otros dos, diría que son el Catecismo de la Iglesia Católica y el Compendio del mismo.

Después del Concilio Vaticano II se hacía sentir la ausencia de un Catecismo Universal, que contuviera la misma fe de siempre, expresada de modo actual, de acuerdo a las necesidades modernas, y que recogiera las enseñanzas del Concilio. Es lo que los Obispos pidieron a Juan Pablo II en el Sínodo reunido con motivo de la conmemoración del 20º aniversario de la Clausura del Vaticano II. Hacía casi quinientos años que no se publicaba un Catecismo universal (el anterior había sido hecho por S. Pío V en el siglo XVI). Así se redactó el Catecismo de la Iglesia Católica en 1992. La idea es que sirviera de base y guía para la elaboración de Catecismos regionales, nacionales, etc.
La gran utilidad y difusión del Catecismo hizo surgir la necesidad práctica de contar con un resumen del mismo. Entonces Juan Pablo II encargó a una Comisión presidida por el Card. Ratzinger su elaboración. Y fue él mismo, devenido Benedicto XVI, quien lo sancionó a los dos meses de ser elegido Papa, entregando a la Iglesia esta síntesis de la fe. Por esto es tan recomendada su lectura para mantener fresca la memoria de la fe, cómo consulta y también como inspiración para la meditación de los principales misterios de nuestra fe.

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