VATICANO, 28 Oct. 15 / 06:32 am (ACI).- “El Señor desea que todos los hombres se reconozcan hermanos y vivan como tales, formando la gran familia humana en la armonía de la diversidad”. Fueron las palabras del Papa Francisco en la Audiencia General de este miércoles en la Plaza de San Pedro, dedicada a los 50 años de la histórica Declaración Nostra aetate, el documento del Concilio Vaticano II que supuso un antes y un después en la relación con el resto de confesiones religiosas, sobre todo con el judaísmo. Se trató, por tanto, de una Audiencia interreligiosa.
El Santo Padre, después de escuchar los saludos del Presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, el Cardenal Jean Louis Tauran, y del Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, el Cardenal Kurt Koche, habló de la necesidad de convivencia pacífica en nuestros días.
“El conocimiento, el respeto y la estima mutua constituyen la vía que, si vale de manera peculiar para la relación con los hebreos, vale análogamente también para las relaciones con las otras religiones”, aseguró el Pontífice.
“Pienso en particular en los musulmanes, que –como recuerda el Concilio– adoran al Dios único, viviente y subsistente, misericordioso y omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres”, dijo parafraseando la propia Nostra aetate.
“El diálogo del que tenemos necesidad tiene que ser abierto y respetuoso” porque “entonces se revelará fructífero”.
Así, “el respeto recíproco es condición y, al mismo tiempo, fin del diálogo interreligioso: respetar el derecho de todos a la vida, a la integridad física, a las libertades fundamentales, es decir, la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión y de religiones”.
Francisco afirmó que “el mundo mira a los no creyentes, nos exhorta acolaborar entre nosotros, y con los hombres y mujeres de buena voluntad que no profesan ninguna religión, nos pide respuestas efectivas sobre numerosos temas: la paz, el hambre, la miseria que aflige a millones de personas, la crisis ambiental, la violencia, en particular aquella que se comete en nombre de la religión, la corrupción, el degrado moral, la crisis de la familia, de la economía, y sobre todo de la esperanza”.
“Nosotros los creyentes no tenemos recetas para estos problemas, pero tenemos un gran recurso: la oración”, añadió.
“La oración es nuestro tesoro, al que acudimos según las respectivas tradiciones, para pedir los dones que anhela la humanidad”.
El Santo Padre manifestó que “a causa de la violencia y del terrorismo se ha difundido una actitud de sospecha e incluso de condena de las religiones”. Pero “en realidad, ninguna religión permanece inmune al riesgo de desviaciones fundamentalistas o extremistas en individuos o grupos” por lo que “se necesita observar los valores positivos que ellos viven y proponen, y que son fuente de esperanza”.
En definitiva, “se trata de alzar la mirada para ir más allá” puesto que “el diálogo sobre el confiado respeto puede llevar semillas de bien que a veces se convierten en retoños de amistad y de colaboración en muchos campos, y sobre todo en el servicio a los pobres, a los pequeños, a los ancianos, en la acogida a los migrantes, en la atención a quien es excluido”.
“Podemos caminar juntos tomando cuidado los unos de los otros”, subrayó.
En el transcurso de su discurso, Francisco saludó a las numerosas personas que participaron del encuentro y que pertenecían a otras confesiones religiosas. “El Concilio Vaticano II fue un tiempo extraordinario de reflexión, diálogo y oración para renovar la mirada de la Iglesia católica sobre sí misma y sobre el mundo”, explicó.
En particular, “el mensaje de la Declaración Nostra aetate es siempre actual”. El documento expone “la creciente independencia de los pueblos; la búsqueda humana de un sentido de la vida, del sufrimiento, de la muerte, cuestiones que siempre acompañan nuestro camino; el origen común y el destino común de la humanidad; la religión como búsqueda de Dios o del Absoluto; la Iglesia abierta al diálogo con todos y al mismo tiempo fiel a la verdad en la que cree, comenzando por esa salvación ofrecida a todos que tiene su origen en Jesús”.
El Papa recordó el encuentro interreligioso celebrado el 27 de octubre de 1986 en la ciudad italiana de Asís, donde nació San Francisco. “Fue querido y promovido por San Juan Pablo II, el cual un año antes, hace treinta años, dirigiéndose a los jóvenes musulmanes en Casablanca (Marruecos), deseó que todos los creyentes en Dios favorezcan la amistad y la unión entre los hombres y los pueblos”.
“La llama encendida en Asís se ha extendido en todo el mundo y constituye unsigno permanente de esperanza”, destacó.
Uno de los cambios producidos en la relación entre las religiones en este tiempo es que “indiferencia y oposición han dado paso a la colaboración y la benevolencia. De enemigos y extraños nos hemos convertido en amigos y hermanos”.
“El Concilio, con la Declaración Nostra aetate, ha trazado la vía: ‘sí’ alredescubrimiento de las raíces hebraicas del cristianismo; ‘no’ a cada forma de antisemitismo y condena de cada injuria, discriminación y persecución que se derivan”.
El Papa terminó su intervención recordando el próximo Jubileo de la Misericordia que comenzará el 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción. “Es una ocasión propicia para trabajar juntos en el campo de las obras de caridad” y a la que “se pueden unir muchas personas que no se sienten creyentes o que se encuentran en la búsqueda de Dios y de la verdad”.
“Debemos proponernos siempre dejar un mundo mejor de como lo hemos encontrado” a través de “pequeños gestos de nuestra vida diaria”, agregó.
“En cuanto al futuro del diálogo interreligioso, la primera cosa que debemos hacer es orar” porque “sin el Señor nada es posible; ¡Él todo lo puede!”.
Al final, el Papa invitó a los presentes a rezar en silencio según la religión que profesara cada uno.
Francisco recordó –como ya hiciera este martes a través de un telegrama– a las víctimas del terremoto que ha causado al menos 300 muertos en Afganistán y Pakistán. “Estamos cercanos a la población de Pakistán y Afganistán golpeadas por un fuerte terremoto, que ha causado numerosas víctimas y daños ingentes”.
“Oremos por los difuntos y sus familiares, por todos los heridos y sin techo, implorando de Dios alivio en el sufrimiento y coraje en la adversidad. Que no les falte a estos hermanos nuestra concreta solidaridad”.
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