Educar el Corazón
el amor implica una decisión que tomamos con nuestra razón (nuestro entendimiento, nuestra inteligencia) y que, una vez tomada, mantenemos con nuestra voluntad. El amor implica compromiso, fidelidad. Para eso tenemos que enseñar a nuestros alumnos el valor de cumplir siempre con la palabra dada.
Por: Pedro Luis Llera | Fuente: Catholic.net
Por: Pedro Luis Llera | Fuente: Catholic.net
Ante que nada, a amar se enseña amando. Una escuela católica tiene que ser un espacio donde el amor sea el cimiento de las relaciones entre profesores, alumnos y padres. Los maestros deben amar a sus alumnos de manera similar a como un padre o una madre quiere a sus hijos. Si un profesor no quiere a sus alumnos, podrá ser un buen o un mal instructor; pero no podrá ser verdaderamente un educador.
El amor y la verdad tienen que ir necesariamente de la mano. “No aceptéis nada como verdad que esté privado de amor. Y no aceptéis nada como amor que esté privado de verdad. La una sin el otro se convierten en una mentira destructora”, decía Santa Teresa Benedicta de la Cruz. Una persona tiene que tener palabra y ser auténtica y coherente. Nada degrada más nuestra dignidad que la mentira. Y nada provoca más sufrimiento que el engaño.
Para enseñar a amar a nuestros alumnos es necesario partir del concepto de persona, porque sólo las personas tienen la capacidad de amar. Las personas tenemos instintos, sentimientos, inteligencia y voluntad. Y el amor integra todos esos aspectos. Se confunde a menudo el amor con una mera atracción o con un puro sentimentalismo (enamoramiento). Pero el amor auténtico implica conocer y aceptar al otro tal como es: con sus virtudes y también con sus defectos. Nadie puede amar aquello (o a aquel) que no conoce. Y el amor implica una decisión que tomamos con nuestra razón (nuestro entendimiento, nuestra inteligencia) y que, una vez tomada, mantenemos con nuestra voluntad. El amor implica compromiso, fidelidad. Para eso tenemos que enseñar a nuestros alumnos el valor de cumplir siempre con la palabra dada. El amor necesita ir acompañado de la confianza en el otro: si no puedo confiar en ti, tampoco puede haber realmente amor.
Tampoco hay verdadero amor si no hay libertad. Uno tiene que ser dueño de sí mismo y no dejarse arrastrar por las pasiones, por los instintos, por las emociones. Para que uno sea libre y dueño de sí, tenemos que ser inteligentes y tenaces. Una vez que tomo una decisión libremente, tengo que ser capaz de perseverar en esa decisión y poner toda mi fuerza de voluntad para mantenerme firme en aquello que he decidido. Si no, me convierto en una marioneta voluble que va por la vida sin rumbo.
Tenemos que recuperar para nuestros alumnos (y para nosotros) el concepto – hoy pasado de moda y olvidado – del honor. Dice el diccionario de la RAE que el honor es la “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”. Ser una persona honorable implica ser coherente con unos principios morales:
- No mentir ni engañar: ser una persona de palabra. Ser honesto. No se copia en los exámenes, no se engaña a los padres ni a los profesores. Cuentos como Pedro y el lobo o Pinocho nos pueden servir para enseñar a los niños el valor de la verdad y de la confianza. Es importante que los demás se puedan fiar de ti. Pero si se tiene la mala costumbre de engañar, nunca confiarán en ti.
- No robar: ser honrado. Una persona decente no roba sólo porque le tenga miedo a la policía o a ir a la cárcel. Una persona honrada no roba por principios. La corrupción se acabaría si hubiera más personas honradas y decentes.
- Cumplir con la obligaciones de cada uno: una persona no puede dejarse llevar por “lo que me apetece” o por “lo que me gusta o no me gusta”. Tenemos que cumplir con nuestras obligaciones en cada momento, aunque no nos apetezca o no nos gusten esas obligaciones. Hay cosas que no me gustan y que son buenas. Y cosas que me gustan y pueden ser malas. La película de Pinocho de Disney trata muy bien tanto el tema de la mentira como este otro asunto de distinguir lo bueno de lo que me gusta. Sólo seremos verdaderamente libres cuando seamos dueños de nuestras apetencias y de nuestros sentimientos.
Vivimos en una sociedad profundamente hedonista que identifica la felicidad con hacer siempre aquello que me apetece o que me gusta. Y así nos va… Tenemos que pedir a nuestros alumnos que den el cien por cien de sus posibilidades: parábola de los talentos. Tenemos que exigir a nuestros alumnos responsabilidad: que lleven a cabo aquello que saben que tienen que hacer, venciendo el vicio de la pereza.
En el cuento de Pinocho, el muñeco prefiere ir al teatro antes que ir a la escuela. Y acaba preso y enjaulado. Nuestros alumnos seguro que prefieren estar enganchados al móvil, al ordenador o a los videojuegos antes que estudiar. Pero acaban siendo esclavos de las máquinas. Pinocho prefiere irse a jugar y a fumar y a pasarlo bien y acaba convirtiéndose en un burro.
- No fiarse de las apariencias ni juzgar a los demás por esas apariencias. Tendemos a etiquetar a los demás por lo que aparentan ser: el empollón, el friki, el guay… Las apariencias engañan. En este aspecto, la película La Bella y la Bestia es muy recomendable.
Gastón es un chico atractivo que vuelve locas a todas las chicas, pero es malvado y un cretino. Bestia era un príncipe egoísta y consentido que se convirtió en una bestia por ello. Pero aprende a amar y a pesar de su apariencia, tiene buen corazón.
- Respetar a los demás, siempre y en todo lugar. Es el principio básico de la buena educación: no insultar, no utilizar un lenguaje vulgar, obedecer a los padres, a los profesores. No dar malas contestaciones a nadie. No molestar con gritos, palabrotas… No ser un vándalo que va por la vida rompiendo farolas o pintando paredes. Tirar la basura a las papeleras… Es importante enseñar a los niños a ponerse en el lugar del otro y a cumplir la regla de oro: compórtate con los demás como quieras que los demás se porten contigo.
- Defender la justicia y ser justos. Tenemos que enseñar a nuestros alumnos a defender y buscar siempre la justicia. Una persona con honor defiende a los más débiles, a los más pobres. No es justos reírse del compañero o machacar a los demás con insultos, motes o cualquier tipo de acoso. Hay que ponerse siempre del lado del más débil, del más necesitado de ayuda. No puede haber paz sin justicia.
- Educar en la piedad. Volvamos al diccionario: la piedad es la virtud que inspira, por el amor a Dios, tierna devoción a las cosas santas, y, por el amor al prójimo, actos de amor y compasión. Amor al prójimo y amor a Dios. La Verdad que nos hace libres es Cristo. Él es la Verdad y el Amor.
Las personas somos libres, pero sólo la (buena) voluntad no basta. El ser humano tiene una tendencia al mal (el pecado original) que nos aboca, como decía el Apóstol San Pablo, a hacer el mal que no quiero y no hacer el bien que quiero. Por eso necesitamos la ayuda de la gracia de Dios para acabar con el mal que hay en el mundo y también con el que hay en cada uno de nosotros. Sin Él no podemos nada; con Él, lo podemos todo.
El amor es lo único que puede llenar nuestro corazón, lo único que puede hacernos felices. Y el Amor con mayúsculas es Dios. Sólo si buscamos cumplir la voluntad de Dios, viviremos conforme al Amor. ¿Y cuál es la voluntad de Dios? Pues cumplir sus mandamientos: quien ama no roba, no mata, no miente, no engaña a quien ama, no denigra la dignidad del otro ni la suya propia.
El amor te lleva al Cielo y te permite volar hacia tus sueños: como al protagonista de Up (película muy recomendable para enseñar a amar, por cierto); y te convierte en un superhéroe, como en la película de los Increíbles (también muy adecuada para enseñar el valor del amor dentro de la familia). Ama y haz lo que quieras.
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