La catequesis inicial de los niños y adolescentes es un reto. ¿Cómo concebirla en el mundo que se acerca?
Por: P. José Luis Quijano | Fuente: ISCA
La catequesis inicial de los niños y adolescentes es un reto. ¿Cómo concebirla en el mundo que se acerca? Lo que está en juego, me parece, es darle una forma verdaderamente iniciática a la catequesis de las jóvenes generaciones.
La catequesis inicial de los niños y adolescentes es un reto. Abordo aquí el ámbito más tradicional de la catequesis, ése en el que se piensa espontáneamente cuando se habla de catequesis. Esta catequesis de los niños y adolescentes sigue siendo, por supuesto, una exigencia esencial. ¿Pero cómo concebirla en el mundo que se acerca? Lo que está en juego, me parece, es darle una forma verdaderamente iniciática a la catequesis de las jóvenes generaciones. A este respecto, así como lo destacan los textos de la Iglesia, en particular el parágrafo 90 del nuevo Directorio General para la Catequesis, la catequesis de los jóvenes bautizados tomará el catecumenado como modelo y se dejará inspirar por sus elementos esenciales.
1. Una catequesis articulada con la catequesis de toda la comunidad.
Es importante que la catequesis de los niños y adolescentes se apoye en la vida de la comunidad y en la catequesis de la misma. De esta forma, los niños y adolescentes percibirán que su propia catequesis es parte de la organización catequética comunitaria y que, con ellos y junto a ellos, también otras personas integrantes de la comunidad están participando de actividades catequéticas, que varían, por supuesto, con las circunstancias propias del caminar en la fe.
2. Una pedagogía que favorezca la inmersión.
La catequesis tendrá siempre un aspecto de instrucción y de enseñanza. Pero aunque este aspecto didáctico logre hacer comprensible la fe, no basta para que ésta llegue a ser deseable. Además es necesario ver, tocar, sentir..., ya que la percepción de la fe pasa también por los sentidos. Los procesos iniciáticos involucran todo el ser, haciéndole experimentar una vivencia mediante la inmersión en la realidad que se va a vivir: inmersión comunitaria, inmersión litúrgica, inmersión en el compromiso por un mundo mejor. El texto con las orientaciones de la catequesis de los obispos de Francia habla, a este respecto, de "baño eclesial". Esta inmersión deriva de la pedagogía evangélica del "venid y ved". En esta óptica iniciática, el catequista no es solamente un testigo, un instructor, un animador, un compañero; es también un "mediador", es decir, el que muestra y hace ver, facilita el descubrimiento del medio, pone en relación, establece vínculos personales y favorece así la aparición de un sentimiento de pertenencia a la comunidad cristiana. El (la) catequista es, hasta cierto punto, quien actualiza las virtualidades catequizantes de toda la comunidad.
3. Una pedagogía que apuesta a la libertad de avanzar a través de una amplia gama de posibilidades.
Hemos estado acostumbrados a una catequesis que ofrece cursos uniformes, con etapas que deben finalizarse a edades determinadas. Pero cabe aquí preguntarse si esta programación preestablecida favorece suficientemente el deseo y la libertad de los catequizados. Nos lamentamos cuando muchos adolescentes ejercen su libertad al término de la iniciación cristiana, abandonando toda práctica. Se les echa en cara su infidelidad o ligereza, mientras que ellos, por su parte, tienen el sentimiento de emanciparse de su condición infantil y de crecer. Más vale, pues, favorecer el ejercicio de la libertad desde el comienzo del proceso catequético.
La propuesta catecumenal es un modelo a este respecto. El proceso catecumenal está estructurado de tal forma, que existen una serie de etapas con sus respectivas metas. Pero la manera de recorrer cada etapa, el tiempo destinado para ello, va a variar según las personas. Abandonemos, pues, las edades determinadas de antemano para tal o cual etapa de iniciación. Procuremos, por el contrario, que si el niño comulga, si el adolescente proclama su fe, no sea porque llegó a la edad prevista para ello, sino porque su deseo ha madurado, y libremente ha hecho la solicitud para recibir el sacramento. Con todo, no se trata de esperar pasivamente a que el deseo nazca; esto llevaría, por demás, a relegar a los niños provenientes de familias culturalmente necesitadas. No. Es necesario estimular el deseo de los infantes y adolescentes, ofreciendo sistemáticamente catequesis por grupos de edad. A través de lo que se les ofrece, será necesario velar para que surja el deseo en cada niño, niña o adolescente, en relación con sus pares, en una dinámica de grupo, y en contacto con los adultos, de tal forma que sean ellos y ellas, como sujetos de la catequesis, quienes determinen el momento conveniente de avanzar a tal o cual etapa de su proceso de iniciación.
4. Una catequesis presacramental y postsacramental equilibradas.
Cuando se retoma la tradición catecumenal, conviene prever en el proceso de iniciación, tanto la catequesis que sigue a los sacramentos como la catequesis de preparación a los mismos. Las catequesis postsacramentales o mistagógicas, en particular, podrían ser la ocasión de encuentros intergeneracionales. Recordemos que, en la práctica catecumenal de los primeros siglos, toda la comunidad estaba invitada a participar en la catequesis mistagógica de los neófitos. Ésta era la forma como la comunidad acogía a los nuevos bautizados, y también la manera de entrar con ellos, y gracias ellos, en una catequesis permanente. A este respecto, sería muy oportuno favorecer en la actualidad las catequesis postsacramentales, las cuales se caracterizarían por abrir espacios para el diálogo entre jóvenes y adultos, lo que implicaría el mutuo testimonio de fe, beneficiándose así, tanto los unos como los otros..
5. Catequesis en redes que superen el nivel local.
La catequesis de los niños y adolescentes no podría circunscribirse únicamente al nivel parroquial local. Este nivel, por supuesto, es esencial; allí la comunidad cristiana tiene un rostro concreto y familiar. Recordemos, no obstante que, como en el catecumenado, no es la comunidad local aislada la que engendra la fe, sino la Iglesia diocesana en la que ella se inserta, y a través de la cual entra en comunión con la Iglesia universal. De aquí la importancia de la llamada decisiva por parte del obispo en el proceso catecumenal. Desde este punto de vista, es importante que la catequesis de los niños y adolescentes, aunque realizándose localmente, se conecte, a fortiori, con movimientos o redes (Taizé, Jornada Mundial de la Juventud, Movimiento Eucarístico Juvenil, etc.) que van más allá del nivel local, sobre todo cuando los recursos locales faltan. En estos tiempos de globalización, la catequesis no puede abstenerse de hacer experimentar a las jóvenes generaciones la diversidad y el alcance de la comunidad cristiana, y ha de hacerlo no sólo teóricamente, por medio de informaciones, sino también de manera práctica, mediante la participación en diversas iniciativas, en particular interparroquiales, o en redes que permitan hacer contactos y crear vínculos más allá del nivel local.
6. Nuevos ritmos y derroteros.
Por último, me parece que es necesario reconsiderar los ritmos y los derroteros del proceso de iniciación ofrecido a los jóvenes. La siguiente hipótesis plantea una renovación que toca aspectos fundamentales, pero sin pretender revolucionarlos, al tiempo que evita transiciones bruscas. En la actualidad, es un hecho que los jóvenes alcanzan generalmente una situación relativamente estable en lo profesional, lo afectivo y lo social, a partir de los 25 años. Por lo tanto, desde el punto de vista de la iniciación en la fe cristiana, se debe aprovechar este largo período, para proponer algunas etapas rituales inspiradas en el catecumenado.
La catequesis inicial de los niños y adolescentes es un reto. Abordo aquí el ámbito más tradicional de la catequesis, ése en el que se piensa espontáneamente cuando se habla de catequesis. Esta catequesis de los niños y adolescentes sigue siendo, por supuesto, una exigencia esencial. ¿Pero cómo concebirla en el mundo que se acerca? Lo que está en juego, me parece, es darle una forma verdaderamente iniciática a la catequesis de las jóvenes generaciones. A este respecto, así como lo destacan los textos de la Iglesia, en particular el parágrafo 90 del nuevo Directorio General para la Catequesis, la catequesis de los jóvenes bautizados tomará el catecumenado como modelo y se dejará inspirar por sus elementos esenciales.
1. Una catequesis articulada con la catequesis de toda la comunidad.
Es importante que la catequesis de los niños y adolescentes se apoye en la vida de la comunidad y en la catequesis de la misma. De esta forma, los niños y adolescentes percibirán que su propia catequesis es parte de la organización catequética comunitaria y que, con ellos y junto a ellos, también otras personas integrantes de la comunidad están participando de actividades catequéticas, que varían, por supuesto, con las circunstancias propias del caminar en la fe.
2. Una pedagogía que favorezca la inmersión.
La catequesis tendrá siempre un aspecto de instrucción y de enseñanza. Pero aunque este aspecto didáctico logre hacer comprensible la fe, no basta para que ésta llegue a ser deseable. Además es necesario ver, tocar, sentir..., ya que la percepción de la fe pasa también por los sentidos. Los procesos iniciáticos involucran todo el ser, haciéndole experimentar una vivencia mediante la inmersión en la realidad que se va a vivir: inmersión comunitaria, inmersión litúrgica, inmersión en el compromiso por un mundo mejor. El texto con las orientaciones de la catequesis de los obispos de Francia habla, a este respecto, de "baño eclesial". Esta inmersión deriva de la pedagogía evangélica del "venid y ved". En esta óptica iniciática, el catequista no es solamente un testigo, un instructor, un animador, un compañero; es también un "mediador", es decir, el que muestra y hace ver, facilita el descubrimiento del medio, pone en relación, establece vínculos personales y favorece así la aparición de un sentimiento de pertenencia a la comunidad cristiana. El (la) catequista es, hasta cierto punto, quien actualiza las virtualidades catequizantes de toda la comunidad.
3. Una pedagogía que apuesta a la libertad de avanzar a través de una amplia gama de posibilidades.
Hemos estado acostumbrados a una catequesis que ofrece cursos uniformes, con etapas que deben finalizarse a edades determinadas. Pero cabe aquí preguntarse si esta programación preestablecida favorece suficientemente el deseo y la libertad de los catequizados. Nos lamentamos cuando muchos adolescentes ejercen su libertad al término de la iniciación cristiana, abandonando toda práctica. Se les echa en cara su infidelidad o ligereza, mientras que ellos, por su parte, tienen el sentimiento de emanciparse de su condición infantil y de crecer. Más vale, pues, favorecer el ejercicio de la libertad desde el comienzo del proceso catequético.
La propuesta catecumenal es un modelo a este respecto. El proceso catecumenal está estructurado de tal forma, que existen una serie de etapas con sus respectivas metas. Pero la manera de recorrer cada etapa, el tiempo destinado para ello, va a variar según las personas. Abandonemos, pues, las edades determinadas de antemano para tal o cual etapa de iniciación. Procuremos, por el contrario, que si el niño comulga, si el adolescente proclama su fe, no sea porque llegó a la edad prevista para ello, sino porque su deseo ha madurado, y libremente ha hecho la solicitud para recibir el sacramento. Con todo, no se trata de esperar pasivamente a que el deseo nazca; esto llevaría, por demás, a relegar a los niños provenientes de familias culturalmente necesitadas. No. Es necesario estimular el deseo de los infantes y adolescentes, ofreciendo sistemáticamente catequesis por grupos de edad. A través de lo que se les ofrece, será necesario velar para que surja el deseo en cada niño, niña o adolescente, en relación con sus pares, en una dinámica de grupo, y en contacto con los adultos, de tal forma que sean ellos y ellas, como sujetos de la catequesis, quienes determinen el momento conveniente de avanzar a tal o cual etapa de su proceso de iniciación.
4. Una catequesis presacramental y postsacramental equilibradas.
Cuando se retoma la tradición catecumenal, conviene prever en el proceso de iniciación, tanto la catequesis que sigue a los sacramentos como la catequesis de preparación a los mismos. Las catequesis postsacramentales o mistagógicas, en particular, podrían ser la ocasión de encuentros intergeneracionales. Recordemos que, en la práctica catecumenal de los primeros siglos, toda la comunidad estaba invitada a participar en la catequesis mistagógica de los neófitos. Ésta era la forma como la comunidad acogía a los nuevos bautizados, y también la manera de entrar con ellos, y gracias ellos, en una catequesis permanente. A este respecto, sería muy oportuno favorecer en la actualidad las catequesis postsacramentales, las cuales se caracterizarían por abrir espacios para el diálogo entre jóvenes y adultos, lo que implicaría el mutuo testimonio de fe, beneficiándose así, tanto los unos como los otros..
5. Catequesis en redes que superen el nivel local.
La catequesis de los niños y adolescentes no podría circunscribirse únicamente al nivel parroquial local. Este nivel, por supuesto, es esencial; allí la comunidad cristiana tiene un rostro concreto y familiar. Recordemos, no obstante que, como en el catecumenado, no es la comunidad local aislada la que engendra la fe, sino la Iglesia diocesana en la que ella se inserta, y a través de la cual entra en comunión con la Iglesia universal. De aquí la importancia de la llamada decisiva por parte del obispo en el proceso catecumenal. Desde este punto de vista, es importante que la catequesis de los niños y adolescentes, aunque realizándose localmente, se conecte, a fortiori, con movimientos o redes (Taizé, Jornada Mundial de la Juventud, Movimiento Eucarístico Juvenil, etc.) que van más allá del nivel local, sobre todo cuando los recursos locales faltan. En estos tiempos de globalización, la catequesis no puede abstenerse de hacer experimentar a las jóvenes generaciones la diversidad y el alcance de la comunidad cristiana, y ha de hacerlo no sólo teóricamente, por medio de informaciones, sino también de manera práctica, mediante la participación en diversas iniciativas, en particular interparroquiales, o en redes que permitan hacer contactos y crear vínculos más allá del nivel local.
6. Nuevos ritmos y derroteros.
Por último, me parece que es necesario reconsiderar los ritmos y los derroteros del proceso de iniciación ofrecido a los jóvenes. La siguiente hipótesis plantea una renovación que toca aspectos fundamentales, pero sin pretender revolucionarlos, al tiempo que evita transiciones bruscas. En la actualidad, es un hecho que los jóvenes alcanzan generalmente una situación relativamente estable en lo profesional, lo afectivo y lo social, a partir de los 25 años. Por lo tanto, desde el punto de vista de la iniciación en la fe cristiana, se debe aprovechar este largo período, para proponer algunas etapas rituales inspiradas en el catecumenado.
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