El ensanchamiento del ser
Alegría y educación V
La diferencia entre educar a alguien desde la alegría o hacerlo desde la sequedad es casi abismal. La alegría hace a la educación gustosa y facilita el progreso personal con una suavidad extraordinaria, mientras que la educación se vuelve prácticamente imposible desde la aspereza.
Por: Estanislao Martín Rincón | Fuente: Catholic.net
Por: Estanislao Martín Rincón | Fuente: Catholic.net
Una de las formas más atractivas de enfocar la educación es entendiendo a la persona como proyecto llamado a desarrollarse en el tiempo, cada uno como un proyecto singular, irrepetible e irremplazable. Esto quiere decir que poseemos una vida que es dada pero que no está hecha.
Esta manera de entender a la persona humana se basa en nuestra condición perfectiva. Desde un punto de vista biológico nuestra existencia arranca de un óvulo fecundado que en poco tiempo pasa a ser un embrión diminuto, después un feto y, unos meses después, un recién nacido, la criatura más desvalida de este mundo. Andando el tiempo vamos creciendo a un ritmo sorprendentemente lento; la etapa de crecimiento ocupa en el caso de los varones, aproximadamente la cuarta parte de la vida.
Esto en cuanto a la vida biológica. Si nos fijamos en los aspectos psíquico, moral o espiritual, el crecimiento no tiene límites. Crecer en estos aspectos es lo que entendemos como crecer como personas. El desarrollo de los rasgos personales más elevados, como pueden ser los grandes valores: la fe, la bondad, la alegría, el amor, etc., es una tarea que ocupa toda la vida. De esta tarea de perfeccionamiento continuo nadie puede excusarse. Por eso, siendo siempre los mismos, a la vez somos siempre cambiantes. En cada persona se da la paradoja de ser siempre la misma al tiempo que está llamada a una mejora permanente. De aquí que al hombre se le haya definido como el ser que se mueve entre el "ya" y el "todavía no"; alguien proyectivo: partiendo de lo poco que es está lanzado a lo que está por llegar a ser.
Por otra parte, cuando la vida está bien orientada, es de experiencia común el hecho de que cada vez que damos un paso nuestra perfección personal parece como si nuestro ser creciera, como si el alma se ensanchara. Cada vez que somos conscientes de haber superado un escalón en esta subida hacia la plenitud (la superación de un defecto, una obra bien hecha, una meta conseguida, etc.) vivimos la gozosa experiencia de encontrarnos más a gusto con nosotros mismos. A este fenómeno un tanto difícil de explicar, pero muy sencillo de entender, porque lo hemos experimentado muchas veces, es a lo que llamamos el "ensanchamiento del ser".
Veamos ahora qué relación tiene el ensanchamiento del ser con la alegría. La alegría es una especie de dilatación de la persona y por eso la alegría es grata y satisfactoria. Cuando estamos alegres parece como si nuestro ser personal diera de sí. Vivir una alegría intensa es tener la experiencia de que nuestra persona se expande más allá de nuestras fronteras habituales. Hay una especie de vocación, una aspiración interna en todo hombre, que le impulsa a reafirmarse en su ser, a superarse a sí mismo, a querer ser mejor, a crecer interiormente y a la vez a desplegarse desde sí mismo hacia afuera. Es un deseo íntimo y natural, positivo y muy valioso que no debe ser confundido con la soberbia ni con la altanería. La tendencia a ser, y a ser mejor, no es sino la respuesta humana al mandato bíblico de "creced”, mientras que la soberbia, que es la distorsión de este mandato, no impulsa a la persona a ser mejor sino a “ser más que” o “mejor que”; no empuja a reafirmase en el propio ser, sino a abandonarle, adoptando papeles que a la persona no le corresponden; la tendencia a crecer en el ser impulsa a la apertura del corazón y al encuentro con el otro, compartiendo la vida con él, mientras que la soberbia no ve sino adversarios a quien superar.
Pero volvamos con la alegría para ver su relación con el ensanchamiento del ser, que es mucha. Para ello vamos a recurrir al lenguaje: por una parte a nuestra lengua madre, el latín, y por otra al lenguaje habitual de la calle.
En latín alegría se dice laetitia, que viene a coincidir con latitia y significa anchura. Según ello la idea de alegría coincide con la de dilatación, con expansión.
También el lenguaje corriente ofrece buena muestra de expresiones que relacionan alegría con el crecimiento personal. Así vemos que las manifestaciones de gran alegría suelen ir acompañadas con la carrera, con el salto, el estiramiento de los miembros, etc. Para expresar una alegría grande no basta con la risa y la sonrisa. Hay toda una gama de movimientos corporales en los que parece como si el yo interior necesitara estirarse más allá de las fronteras del cuerpo. El lenguaje viene a reforzar esta idea, y así hablamos de “rebosar” de alegría, de estar uno que “no cabe” de alegría (que no cabe dentro de sí mismo), etc. Si ahora observamos la misma realidad, pero en sentido contrario, es decir, desde el lado de la tristeza, nos encontramos con expresiones como estar encogidos, arrugarse, achicarse, etc.
Pero hay más: la alegría no es solo el efecto del crecimiento personal, sino que es además su causa. Es decir, no ocurre solamente que cuando estoy alegre mi ser se acrecienta, sino que mi ser se acrecienta precisamente porque estoy alegre. Trasladando esta idea al ámbito de la educación, la consecuencia principal es evidente: la alegría es un medio excelente para que niños y niñas se sientan atraídos por su propio perfeccionamiento. No es que sea el único medio, pero sí es imprescindible. Dicho con otras palabras: la diferencia entre educar a alguien desde la alegría o hacerlo desde la sequedad es casi abismal. La alegría hace a la educación gustosa y facilita el progreso personal con una suavidad extraordinaria, mientras que la educación se vuelve prácticamente imposible desde la aspereza. Esto no quiere decir que nos valga la alegría a cualquier precio ni cualquier clase de alegría (en artículos anteriores hemos distinguido entre la alegría auténtica y cuatro tipos de falsa alegría) pero en lo que queremos insistir es en esta extraordinaria dimensión educativa de la alegría, haciendo ver que esta virtud es clave para facilitar los procesos de perfeccionamiento tantas veces tan arduos; es precisamente instalándonos en la alegría como el crecimiento interior se hace asequible y atractivo. Así lo han entendido todas las grandes figuras de la pedagogía y así lo han llevado a cabo en sus instituciones; y así lo han entendido, y lo entienden, miles de padres anónimos, constructores de familias felices y ejemplares.
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