El inventario de las cosas perdidas
Sembrando Esperanza I. En nuestra sociedad hay muchos sufrimientos y situaciones muy difíciles
, ¿qué hago yo por ellos?
Por: P. Dennis Doren LC | Fuente: Catholic.net
La vida puede ser vivida o transformarse en un simulacro. Puede ser serena, puede ser competitiva, puede ser alegre, puede ser triste, pero siempre es irrecuperable. El ser humano, eternamente insatisfecho, padece cuando no tiene nada y también padece cuando tiene demasiado. No quiere conservar sus bienes para disfrutarlos, sino mantenerlos para acrecentarlos. Si alguien es demasiado amado, se siente atosigado; si nadie lo ama, se siente desgraciado; cuando está con una persona, añora otra presencia; cuando está en alguna parte, quisiera estar en otra. Tantas veces el valor lo obtiene de lo que se ha perdido; tantas veces lo largamente anhelado aburre y desespera. ¿Hasta cuándo?, ¿hasta cuándo dejaremos escapar lo que tenemos buscando lo que tampoco disfrutaremos?, ¿y hasta cuándo seguiremos pensando que es tarde, que ya no hay oportunidad?
Vivamos el momento, disfrutemos lo que tenemos, y nunca, pero nunca, olvidemos que el único tiempo que podemos perder es el que todavía no ha llegado. El resto es pasado, ¡no sigamos perdiendo el tiempo!
Aquel día lo vi distinto, tenía la mirada enfocada en lo distante, casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: ¡Buen día, abuelo! Y él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: ¡Hoy es día de inventario, hijo! -¿Inventario? -pregunté sorprendido. - Sí. ¡El inventario de las cosas perdidas!- me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: -Del lugar de donde yo vengo, las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta. Nunca lo hice, no tuve el tiempo ni la voluntad suficientes para sobreponerme a mi inercia existencial.
Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio por cuatro años; hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? también estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluídas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas!
Luego, su mirada se hundió aún más en el vacío y se humedecieron sus ojos y continuó: -En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije "te amo".
Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: -Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida, a mí ya no me sirve, a tí sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo. Luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: -¿Sabes qué he descubierto en estos días? -¿Qué, abuelo? Aguardó unos segundos y no contestó, sólo me interrogó nuevamente: -¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atiné a decir con inseguridad: -No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle el mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba negativa. Me miró intensamente, como remarcando el momento, y en tono grave y firme me señaló: -El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.
Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas.
El pecado de omisión puede ser considerado como el pecado del mundo. Continuamente oímos hablar de hambre (de Dios), de sufrimientos, de enfermedades, injusticias, de envidias, de críticas, etc..., ahora bien, ¿no formamos nosotros parte de esta sociedad consumista que al mismo tiempo se lamenta de lo que sucede en el mundo, de la miseria espiritual y humana de tantos seres humanos?, ¿comparto los sufrimientos de los demás?, ¿pongo de mi parte todo lo humanamente posible por aliviar las necesidades de los que viven a mi alrededor?, ¿no hay en mi vida amigos, familiares y conocidos a los que podría echar una mano y llevarlos a Dios, compañeros con las que podría ser más amable y servicial?, ¿busco el interés de los demás, o solamente estoy preocupado por mis propias cosas?
En nuestra sociedad hay muchos sufrimientos y situaciones muy difíciles , ¿qué hago yo por ellos?, ¿soy para los demás?, ¿tengo tiempo para escuchar, para sonreír, para dar una palabra de ánimo...?, ¿transmito optimismo a aquellos que se encuentran deprimidos y sin ilusión?, ¿qué hago por mis hermanos los hombres?, ¿soy constructor de esperanza?
Les propongo: ¡hagamos nuestro inventario... antes de que las cosas ya estén perdidas!
Por: P. Dennis Doren LC | Fuente: Catholic.net
La vida puede ser vivida o transformarse en un simulacro. Puede ser serena, puede ser competitiva, puede ser alegre, puede ser triste, pero siempre es irrecuperable. El ser humano, eternamente insatisfecho, padece cuando no tiene nada y también padece cuando tiene demasiado. No quiere conservar sus bienes para disfrutarlos, sino mantenerlos para acrecentarlos. Si alguien es demasiado amado, se siente atosigado; si nadie lo ama, se siente desgraciado; cuando está con una persona, añora otra presencia; cuando está en alguna parte, quisiera estar en otra. Tantas veces el valor lo obtiene de lo que se ha perdido; tantas veces lo largamente anhelado aburre y desespera. ¿Hasta cuándo?, ¿hasta cuándo dejaremos escapar lo que tenemos buscando lo que tampoco disfrutaremos?, ¿y hasta cuándo seguiremos pensando que es tarde, que ya no hay oportunidad?
Vivamos el momento, disfrutemos lo que tenemos, y nunca, pero nunca, olvidemos que el único tiempo que podemos perder es el que todavía no ha llegado. El resto es pasado, ¡no sigamos perdiendo el tiempo!
Aquel día lo vi distinto, tenía la mirada enfocada en lo distante, casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida. Me aproximé y le dije: ¡Buen día, abuelo! Y él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: ¡Hoy es día de inventario, hijo! -¿Inventario? -pregunté sorprendido. - Sí. ¡El inventario de las cosas perdidas!- me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió: -Del lugar de donde yo vengo, las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la más alta. Nunca lo hice, no tuve el tiempo ni la voluntad suficientes para sobreponerme a mi inercia existencial.
Recuerdo también a Mara, aquella chica que amé en silencio por cuatro años; hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo. ¿Sabes algo? también estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluídas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas!
Luego, su mirada se hundió aún más en el vacío y se humedecieron sus ojos y continuó: -En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que sólo cuatro o cinco veces le dije "te amo".
Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo: -Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida, a mí ya no me sirve, a tí sí. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo. Luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido: -¿Sabes qué he descubierto en estos días? -¿Qué, abuelo? Aguardó unos segundos y no contestó, sólo me interrogó nuevamente: -¿Cuál es el pecado más grave en la vida de un hombre? La pregunta me sorprendió y sólo atiné a decir con inseguridad: -No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle el mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez? Su cara reflejaba negativa. Me miró intensamente, como remarcando el momento, y en tono grave y firme me señaló: -El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.
Al día siguiente regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio inventario de las cosas perdidas.
El pecado de omisión puede ser considerado como el pecado del mundo. Continuamente oímos hablar de hambre (de Dios), de sufrimientos, de enfermedades, injusticias, de envidias, de críticas, etc..., ahora bien, ¿no formamos nosotros parte de esta sociedad consumista que al mismo tiempo se lamenta de lo que sucede en el mundo, de la miseria espiritual y humana de tantos seres humanos?, ¿comparto los sufrimientos de los demás?, ¿pongo de mi parte todo lo humanamente posible por aliviar las necesidades de los que viven a mi alrededor?, ¿no hay en mi vida amigos, familiares y conocidos a los que podría echar una mano y llevarlos a Dios, compañeros con las que podría ser más amable y servicial?, ¿busco el interés de los demás, o solamente estoy preocupado por mis propias cosas?
En nuestra sociedad hay muchos sufrimientos y situaciones muy difíciles , ¿qué hago yo por ellos?, ¿soy para los demás?, ¿tengo tiempo para escuchar, para sonreír, para dar una palabra de ánimo...?, ¿transmito optimismo a aquellos que se encuentran deprimidos y sin ilusión?, ¿qué hago por mis hermanos los hombres?, ¿soy constructor de esperanza?
Les propongo: ¡hagamos nuestro inventario... antes de que las cosas ya estén perdidas!
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