EDUCAR ES AMAR JOSE LUIS GONZALEZ


En la aceptación de la propia vocación se encuentra la autenticidad personal, la realización plena de nuestra existencia.







Es bien conocida la fábula de la rana y el buey. Por azares del destino, una rana (si se quiere puede ser la rana-René) se encuentra frente a un gran buey. El anfibio, con sus ojos saltones y desorbitados, contempla fascinado al rumiante, que pace indiferente a su lado.

-¡Ay! -exclama la rana- Si yo tuviese tal estatura.

Y como la rana además de verde, es vanidosa, ni corta ni perezosa comienza a inflarse más y más para emular al corpulento buey...De la rana ya no supimos más, sino que dejó como único rastro unas ancas muy largas y estiradas.
De ordinario la moraleja de la historia se aplica a la soberbia, a la vanidad o a algún vicio del género. Hoy vamos a verlo desde otro punto de vista.

Encontramos las realidades con las que nos tropezamos en la vida en diversas posiciones y con diversas jerarquías: como una acción, el lugar donde se realiza, el momento, las circunstancias. Pero sobre todas éstas impera el sujeto que actúa, que es, por decirlo así, la condición de las demás modalidades en que la realidad se inscribe ante nuestros ojos.

Concretemos esta breve constatación en la criatura más grande que pisa la tierra: el hombre. Él tiene una capacidad que es la “envidia” de los demás seres: mientras que aquellos sólo hacen cosas, el hombre cuando actúa, se hace a sí mismo. Es una de esas dimensiones de las que no debe escapar, pues de hacerlo, se embrutecería hasta hacerse casi un animal “a secas,” sin el honroso apellido de racional.

Es un hecho que no venimos a este mundo ya formados. Ni tampoco nos hacemos de golpe y porrazo. El ser humano –dice Ortega y Gasset- es un continuo hacerse…un gerundio, no un participio. Y nada más cierto que esto. Sólo falta echar un vitazo a nuestra vida. Existe en ella una continua tensión entre ese proyecto modelo, esas metas e ideales que nos han cautivado y la situación actual en la que nos encontramos. ¡Cuánto esfuerzo por romper nuestras limitaciones y defectos, por dejar atrás las derrotas, por abrazar la victoria!

Hoy en día se nos proponen un centenar de modelos, de ideales: la moda, la figura, el deporte, la ciencia y un largísimo etcétera. A decir verdad muchos son irrealizables. Pero la opinión pública los retiene como modelos fiables e indiscutibles; y, claro, uno después se encuentra, no ya con ranas reventadas, sino con vidas frustradas, llenas de amargura, porque la amargura consiste en la desproporción entre los que anhelamos y lo que alcanzamos.

Detrás de todo esto se halla un aspecto fundamental de la vida humana: encontrar la vocación para la que se existe, ese proyecto de lo que debo ser, formando mi verdadero yo. Este proyecto –de nuevo Ortega- se encuentra al inicio oculto y tenemos de él un vago conocimiento; sólo poco a poco se desvela a la conciencia. Debemos buscarlo con fidelidad, mas podemos traicionarlo, falsificarlo, cambiarlo por un plato de lentejas. Sin embargo él continúa como norma inexorable, juzgando nuestro actuar. Lo lamentable sería falsificar la propia vida, ser un sucedáneo de lo que debía ser, lamentándolo en la vejez e incluso, Dios no lo permita, en la eternidad.

En la aceptación de la propia vocación se encuentra la autenticidad personal, la realización plena de nuestra existencia. Los creyentes tenemos la ventaja de saber que es Dios mismo el que nos ha pensado con un camino que seguir, con la compañía del Espíritu Santo. Pero incluso los que piensan que toda se acaba aquí abajo, tienen la oportunidad de realizarse siguiendo honestamente su conciencia. Si lo hacen, terminarán ellos también allá arriba. ¡Así de grande es la misericordia divina!

Nadie va a sustituir a nadie. Cada uno es irrepetible. El hombre auténtico será el que se posee a sí mismo, y determina las líneas de la propia existencia no bajo la presión externa, sino sobre la base de las opciones personales libres. Si se ve claro que la opción para ser feliz es ser astronauta, hay que inténtalo. Si doctor, lanzarse. Si maestro, atreverse. Si sacerdote, no tener miedo. Lo importante es que esa elección sea la que nos haga auténtica y totalmente hombres, e irreversiblemente realizado.

Ahí está la solución. Si nos ha tocado en suerte ser rana, no debemos vender nuestra personalidad. Pero si podemos esforzarnos por ser la mejor que haya creado en este mundo... sin envidiar a ningún buey que se ponga enfrente.
Por: Jesús Manuel Valencia, LC | Fuente: GAMA- Virtudes y valores

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Top