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Tema X: Delegar.

Un líder evita hacer las cosas por sí mismo, tiene paciencia, sabe entrenar y dar instrucciones a quienes dependen de él.


Por: P. Juan Antonio Torres, L.C. | Fuente: Catholic.net 



Experto en delegar

Un líder evita hacer las cosas por sí mismo, tiene paciencia, sabe entrenar y dar instrucciones a quienes dependen de él. Una cosa es mandar y otra es delegar. 

Existen básicamente dos tipos de delegación: la «delegación en recaderos» y la «delegación en encargados». 

La delegación en recaderos significa «ve a buscar esto, ve a buscar aquello, haz esto, haz aquello, y avísame cuando esté hecho». 

Consiste en la supervisión de los métodos uno por uno. Implica supervisar y controlar cada uno de los pasos. 

Se consigue muy poco así. Existe un camino mucho mejor, un modo más efectivo de delegar.

Delegación en encargados: Se centra en los resultados y no en los métodos. Permite a las personas elegir sus métodos y las hace responsables de los resultados. 

Supone la comprensión clara y el compromiso mutuo, desde el principio, acerca de las expectativas en cinco áreas:

- Resultados deseados: crear una comprensión mutua y clara de lo que hay que lograr, concentrándose en los resultados, no en los métodos. 

- Directrices: identificar los parámetros dentro de los cuales debe operar el individuo. No se pretende que una persona llegue a pensar que tiene una libertad absoluta, que viole alguna práctica o valor. 

- Recursos: identificar los recursos humanos, económicos, técnicos u organizacionales con los que la persona puede contar para el logro de los resultados deseados.

- Rendición de cuentas: establecer las normas de rendimiento que se utilizarán en la evaluación de los resultados, y los momentos específicos en que esa evaluación tendrá lugar.

- Consecuencias: especificar lo que sucederá, lo bueno y lo malo, como resultado de la evaluación: recompensas.

La confianza es la forma más elevada de la motivación humana. Saca a la luz lo mejor de la gente. Pero requiere tiempo y paciencia, y no excluye la necesidad de adiestrar y desarrollar a las personas para que su competencia pueda elevarse al nivel de esa confianza. 

Con individuos inmaduros, hay que especificar menos los resultados deseados y más las directrices, identificar más recursos, realizar entrevistas más frecuentes de rendición de cuentas y aplicar más consecuencias inmediatas. 

Con personas más maduras, los resultados deseados pueden ser más desafiantes, hay menos directrices, una rendición de cuentas menos frecuente y criterios menos mensurables pero más discernibles.

Sugerencias de acción: 

Resulta sumamente formativo nombrar encargados de cada una de las zonas de casa: María se encarga de que el comedor esté ordenado y recogido los domingos; Pedro, que el jardín esté limpio y cortado el pasto; Alejandro, se encarga de limpiar el coche antes de que salgamos a comer, etc.

Al delegar estas responsabilidades, hay que tener en consideración la edad, preferencias y habilidades de cada uno. Pero todos deben tener algo, aprender a realizarlo y rendir cuentas. Luego, no se debe omitir el premio al mejor (según unos parámetros previamente acordados); y, en caso de que suceda, habrá que sancionar la irresponsabilidad y el descuido voluntario. 


(Ejercicio)

Haz una evaluación personal sobre tu capacidad de delegar. Se sugiere la siguiente tabla.

click aquí 


(Lectura para los hijos)

El buen obispo

(Adaptación de un texto de Víctor Hugo)

La verdad puede ser tan complicada que en ciertas ocasiones exige cierta noble insinceridad. En esta escena, adaptada de Los miserables de Victor Hugo, presenciamos una mentira que se dice no sólo por compasión, sino para fomentar la virtud en el alma de otro hombre. Como ha dicho James Russell Lowell: "así como una lámpara enciende otra sin perder lumbre, así la nobleza enciende más nobleza".

Jean Valjean era hijo de un leñador y quedó huérfano siendo muy pequeño. Lo crió su hermana mayor, pero cuando él tenía diecisiete años el marido de su hermana murió, y sobre Jean cayó la responsabilidad de encargarse de sus siete pequeños. Aunque era hombre muy fornido, le costaba mucho brindarles alimento con su pobre oficio.

Un día de invierno estaba sin trabajo, y todos los niños gritaban pidiendo pan. Estaban casi muertos de hambre. Y cuando ya no pudo soportar sus súplicas, Jean salió en la noche, rompió el vidrio de una panadería con el puño y llevó una hogaza a los famélicos niños. A la mañana siguiente lo arrestaron por robo, y su mano sangrante lo condenó.

Por este delito lo enviaron a galeras con un collar de hierro en torno del cuello, y una cadena que lo sujetaba al asiento de la galera. Allí permaneció cuatro años; intentó escapar pero lo pillaron, y sumaron tres años a su sentencia. Intentó fugarse una vez más, fracasó de nuevo, y el resultado fue que permaneció diecinueve años como esclavo de galeras por robar una simple hogaza.

Cuando Jean salió de la cárcel, tenía el corazón endurecido. Actuaba como un lobo. Sus sufrimientos lo habían amargado, y parecía más un animal que un hombre. Con la mano de todos los hombres alzada contra él, llegó a la ciudad donde vivía el buen obispo. 

En la posada no le recibieron porque sabían que era ex convicto y hombre de cuidado. Dondequiera iba, su fama lo precedía, y todos lo expulsaban. Ni siquiera le permitían dormir en una perrera, ni le daban la comida que habían guardado para el perro. Por doquier le gritaban: "¡Largo! Márchate o recibirás una perdigonada". Al fin llegó a la casa del buen obispo, que en efecto era un buen hombre.

Por sus funciones de obispo, recibía del Estado tres mil francos por año, pero donaba a los pobres dos mil ochocientos. Era un hombre sencillo y afectuoso, de gran corazón, que no se daba aires y amaba a todo el mundo. Y todo el 
mundo lo amaba.

Jean, al entrar en casa del obispo, era un personaje temible y peligroso. Gritó con voz ronca y estridente:

—Mira, soy esclavo de galeras. Aquí está mi salvoconducto amarillo. Dice: "Cinco años por robo y catorce años por intento de fuga. El hombre es muy peligroso". Ahora que sabes quién soy, ¿me darás un poco de comida, y me dejarás dormir en tu establo?

—Siéntate y entíbiate —dijo el buen obispo—. Cenarás conmigo, y luego dormirás aquí.
Jean apenas podía creer lo que oía. Estaba aturdido de felicidad. Le dijo al obispo que tenía dinero, y que pagaría por la cena y el alojamiento.

—Eres bienvenido —dijo el obispo—. Esta no es mi casa, sino la casa de Cristo. Conocía tu nombre antes que me mostraras el salvoconducto. Eres mi hermano.

Después de la cena el obispo tomó un candelabro de plata que había recibido como regalo de Navidad y, dando el otro a Jean, lo condujo a su habitación, donde había una buena cama. En medio de la noche Jean despertó con el corazón endurecido. Pensó que había llegado el momento de vengarse de sus sufrimientos. Recordó los cuchillos y tenedores de plata que habían usado para cenar, y se propuso robarlos y desaparecer en la noche. Así que se alzó con todo lo que pudo encontrar, saltó al jardín y se marchó.

Cuando el obispo despertó y vio que había desparecido la platería, dijo:

—Hace tiempo que pienso que no debería conservar la plata. Habría debido regalarla a los pobres, y este hombre por cierto era pobre.

A la hora del desayuno cinco soldados llevaron a Jean a la casa del obispo. Cuando entraron, el obispo lo miró y dijo: —¡Oh, has regresado! Me alegra verte. También te di los candelabros, que también son de plata y valen cuarenta francos. ¿Por qué no te los llevaste?

Jean quedó atónito ante esas palabras. También los soldados.

—¿Conque este hombre ha dicho la verdad? 

—exclamaron—. Pensamos que había robado la platería y estaba huyendo. Así que nos apresuramos a arrestarlo.

Pero el buen obispo respondió:

—Fue un error traerle de vuelta. Dejadle en libertad. La plata le pertenece. Yo se la di.
Los alguaciles se marcharon.

—¿Es verdad que estoy libre? —le susurró Jean al obispo—. ¿Puedo irme?

—Sí —respondió el obispo—, pero antes llévate los candelabros.

Jean temblaba de la cabeza a los pies, y tomó los candelabros como en un sueño.

—Ahora —dijo el obispo—, sigue tu camino en paz, pero no salgas por el jardín, pues la puerta del frente siempre está abierta para ti, noche y día.
Jean estaba a punto de desmayarse.

El obispo le apretó la mano y dijo:

—Nunca olvides que me has prometido que usarías el dinero para convertirte en un hombre honesto.

Jean no recordaba haber prometido nada, pero guardó silencio mientras el obispo continuaba solemnemente:

—Jean Valjean, hermano mío, ya no perteneces al mal, sino al bien. He comprado tu alma para ti. La arranqué de sus negros pensamientos y del espíritu del odio, y se la entregué a Dios.


Preguntas de reflexión que debes responder en los foros del curso

1. ¿Estoy de acuerdo en que toda persona se desarrolla mejor cuando confían en ella?
2. ¿Por qué crees que se da ese fenómeno? 
3. ¿Qué es lo que más nos cuesta al momento de delegar algo a los hijos? ¿Será la falta de paciencia?


Para ver el video de esta lección da click en el siguiente enlace



Aspectos varios

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