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Las grandes batallas del pensamiento, las conquistas que han ensanchado el horizonte humano, siempre se han librado a contracorriente


Por: José Alfredo Cabrera Guerra | Fuente: CEC 



En 1989 cae el Muro de Berlín, símbolo de la Cortina de Hierro, emblema de una época que dividió el mundo en dos. Ahora en pleno siglo XXI pareciera que en términos sociales y económicos sólo existe un sistema que es el  capitalismo extremo, de libertinaje económico. Pareciera que en la cultura económica y social existe un pensamiento único y absoluto que se erige como un dogma que casi no tiene cuestionamientos en los círculos académicos y culturales.
La Iglesia siempre ha sido impulsora de la Buena Nueva del Señor Jesús. Y seguir a Cristo, lo sabemos bien, tiene inevitables consecuencias sociales. Y el Papa Francisco es heredero y fiel exponente de esta rica tradición eclesial. Por eso en su discurso a los líderes sociales, políticos y económicos del Ecuador planteó una forma de entender la sociedad que manifiesta un estilo de pensar fuera de la caja. Desafía el pensamiento único absoluto de la modernidad y plantea un sueño distinto; un sistema donde el centro sea la persona, donde todo esté al servicio del ser humano cobijado en el calor de una familia.
La Iglesia ahora en manos de Francisco propone un mensaje contracorriente sin lugar a dudas. Los católicos siempre hemos tenido la mente abierta para pensar de modo distinto a como el mundo piensa. El reconocido articulista y novelista católico Juan Manuel de Prada dice lo siguiente:
Escribía Chesterton que sólo quien nada a contracorriente sabe con certeza que está vivo. Se trata, desde luego, de un ejercicio nada plácido, pues la energía que el nadador a contracorriente emplea en cada brazada no se corresponde con un avance proporcional; y basta con que flojee en su ímpetu para que la tentación del desistimiento haga mella en él. Quien nada a favor de la corriente, en cambio, no tiene que molestarse en bracear; y ni siquiera es preciso que esté vivo, pues la corriente seguiría arrastrándolo como si tal cosa. Las grandes batallas del pensamiento, las conquistas que han ensanchado el horizonte humano, siempre se han librado a contracorriente; y, con frecuencia, quienes se atrevieron a protagonizarlas fueron contemplados por sus contemporáneos como retrógrados, incluso como peligrosos delincuentes. Pero, junto al rechazo o incomprensión de su época, estos pioneros que osaron contrariar el «espíritu de los tiempos» pudieron proclamar con orgullo que estaban vivos; y con su sacrificio irradiaron vida en un mundo acechado por la muerte, convocaron a la vida a quienes por cobardía, por estolidez, por conformidad con las ideas establecidas nadaban a favor de la corriente”.
El mensaje de la Iglesia es contracorriente. Por eso denuncia la omnipresencia y valor absoluto que ha cobrado el dinero y la avaricia en el contexto actual de las sociedades. Prácticamente se hace vida la patética frase: “dime cuánto tienes y te diré quién eres”. Se ha desvirtuado el sentido de mercado como encuentro de personas o de la economía como espacio de servicio y desarrollo para los pueblos . La pregunta que se nos plantea es: ¿es posible vivir una lógica distinta? ¿cabe la posibilidad de construir un sistema social y económico diferente? ¿La Iglesia tiene algo que decir y plantea propuestas sociales eficaces?
Francisco hace lo difícil fácil y expone con simpleza que el mejor modelo para entender la sociedad es la familia. Utiliza la imagen del hogar y de la casa. Allí resalta que en la familia es donde se moldean y fraguan las grandes claves para la convivencia humana. A partir de la experiencia de la vida de familia, de pertenecer a una casa donde nadie está excluido y donde aprendemos a ver a los demás con los ojos con los que vemos a nuestros padres, hermanos, hijos, abuelos o nietos. En una familia todos contribuyen al proyecto común. No se anula nadie e incluso al más perdido lo sostienen y promueven. Francisco se opone y alza la voz contra la cultura del descarte. La confrontación a nivel social produce exclusión y esto es fuente de injusticias y desigualdades. La familia es el fuego donde se forjan los valores sociales como la gratuidad, la solidaridad y la subsidiaridad.
Francisco se adentra a la explicación de los términos planteados. Enseña que la gratuidad es un paso necesario para aprender a convivir, a ceder, a abrirse al otro como requisito para la justicia. Lo que somos y tenemos lo hemos recibido y por lo tanto es para el servicio de los demás. Los bienes tienen un destino universal y sobre la propiedad pesa una hipoteca social.
Con respecto a la solidaridad menciona que no solo es dar al necesitado sino que particularmente es ser responsable los unos por los otros, en una sociedad donde nadie puede quedar excluido abriéndose así espacios de diálogo y encuentro. Una solidaridad que ofrezca oportunidades reales para todos en especial de trabajo y así se pueda ir construyendo un tejido social firme y cohesionado.
Termina afirmando Francisco que la subsidiaridad es abrirse a la conciencia de que nuestra opción no es la única legítima, hay que reconocer lo bueno que hay en los demás, entendiendo el valor de la complementariedad en donde cada una de las fuerzas sociales están llamadas a ser protagonistas imprescindibles para el diálogo constructivo.
Quiero cerrar este artículo con un ideal de política que percibo que es necesario construir. Y aquí hablo sobre todo de la política en sentido amplio. Todos somos hombres políticos porque somos sociales y construimos el entorno influyendo sobre los demás, empezando por nuestra familia. La vida política es a la vez ideal y responsabilidad.  Existe una tarea pendiente y es recuperar el sentido último de la política. Ha llegado la hora de volver a la persona, de hacer al ser humano el centro de la discusión social y cultural entendiéndolo no sólo como  persona portadora de derechos y deberes sino sobre todo de alguien que requiere para su perfección recorrer  caminos de donación, entrega y compromiso con los demás. Solo en la entrega el hombre se encuentra a sí mismo. Solo una política de servicio a la persona tendrá un sentido auténtico.

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