Mundo digital y sabiduría
Si se reflexiona adecuadamente se concluye que no basta con consumir desenfrenadamente internet y medios de comunicación para lograr devenir una persona más sabia.
Por: José María Montiu de Nuix, sacerdote, doctor en filosofía, matemático | Fuente: Catholic.net
Por: José María Montiu de Nuix, sacerdote, doctor en filosofía, matemático | Fuente: Catholic.net
El Papa Francisco, en el número 47 de su encíclica “Laudato sí”, contempla, de modo muy sugerente, y no sin un sano sentido crítico, la relación mediante entre, por una parte, los medios de comunicación y el mundo digital, y, por otra, la sabiduría.
Si se reflexiona adecuadamente se concluye que no basta con consumir desenfrenadamente internet y medios de comunicación para lograr devenir una persona más sabia. No obstante, no son pocas las personas que viven de falsos tópicos como los que siguen: “en internet está todo”, “internet te hace mucho más sabio”.
Internet proporciona una gran cantidad de conocimientos, da a conocer tanto verdades como falsedades. Al sabio lo que le interesa es conocer la verdad, pues la sabiduría es una participación en la sabiduría infinita de Dios, una participación en la Verdad. Santo Tomás nos dice que el sabio es una persona que asienta la verdad y refuta el error. En cambio, un amasijo que esté formado tanto por afirmaciones verdaderas como por asertos falsos, lo que puede ocasionar es la pérdida de innumerables importantes certezas.
Internet permite el acceso a una gran cantidad de información. Para santo Tomás, el sabio no es quién posee una cantidad kilométrica de datos dispersos, sino alguien que pone orden en los conocimientos. El sabio conoce las causas, sabe el por qué, alcanza las explicaciones.
El sabio cristiano penetra la realidad mediante la reflexión y, también, y principalmente, por medio de la luz de la fe sobrenatural. La sabiduría está más en la profundidad que en la superficialidad, más en la cualidad que en la extensión. La madurez se encuentra más en una jerarquía de bienes que en la mera acumulación de ideas. Está más en escalar las alturas de las montañas nevadas, que tocan el cielo azul y hermoso, que en el horizontal devorar libros. Santo Tomás nos enseña que la sabiduría consiste en el conocimiento de Dios. Precisamente es en esto en lo que está lo único que propiamente merece llamarse sabiduría. Ésta es la sabiduría más alta, más buena, más sublime.
Poseer una gran cantidad de conocimientos puede ser signo de cierta debilidad mental. Así, el estudiante preparado, al conocer la fórmula “v=e/t”, conoce ya, en ella misma, todas las fórmulas derivables de ella. Mientras, el poco preparado, precisará, además, de memorizar todas las que de ella se siguen: e=v x t, t= e/v. Éste necesitará pues recargar más su memoria. Los más preparados logran síntesis en las que en pocas ideas logran ver más cosas. Los menos preparados, aún con más ideas, no logran tanto. Los primeros tienen la mirada del águila, los segundos la del gorrioncillo, el cuál ve como separados y dispersos, no formando unidad, todos los diminutos e innumerables elementos de su entorno.
A medida que los seres son más perfectos, tienen menos ideas. Y, éstos, con menos ideas, conocen más. Así, por ejemplo, los entendimientos angélicos conocen intuitivamente cosas que los entendimientos humanos lograrían conocer sólo tras largos razonamientos. Dios, que es infinitamente perfecto, lo ve todo en una sola idea, en una idea subsistente e infinita que es el Verbo. Esta enseñanza sublime, del Doctor Angélico, representa una mirada muy crítica con respecto a los meros torrentes de tinta.
Sabio por excelencia es el que vive sabiamente. Actúa más sabiamente el que vive según Dios, el que vive según la verdad, el que cumple la voluntad divina, el que hace vida suya la voluntad de Dios. El sabio es el que vive bien. Sabio es el que vive la virtud de la caridad, el amor. Virtud ésta que es verdaderamente exigente, verdadera imitación del divino crucificado. Los místicos, al intentar transmitirnos sus elevaciones de amor a Dios inefable, nos dejan entrever un poquito de esta grandeza.
La vida sabia conduce a la vida eterna sabia. El que se salva, sabe. La vida sabia culmina en la sabiduría propia de la visión beatífica, donde se contempla a Dios cara a cara, conociendo entonces intuitivamente la bondad y la belleza infinitas. Conocimiento de Dios, amor del Amor Hermoso, gozo, felicidad, y, todo ello, eternamente y simultáneamente.
En suma, internet es un gran avance, pero como todo instrumento técnico tiene sus limitaciones y, evidentemente, es algo que ha de ser usado correctamente. La más excelente sabiduría por quién nos viene es por Cristo, aquel judío de un pequeño pueblo, aquel que de niño lloró, que fue crucificado hace más de veinte siglos, que resucitó y que es verdadero y perfecto Dios. A él toda gloria.
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