EDUCAR ES AMAR JOSE LUIS GONZALEZ

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¿Por qué es necesaria una mirada integral del ser humano?


Por: Humberto Del Castillo Drago | Fuente: Psicología y virtud/ Areté 




1. ¿Por qué es necesaria una mirada integral del ser humano?
1.1. ¿Quién es el hombre?
De acuerdo con Cabanyes en su libro La salud mental en el mundo hoy, el hombre es un Alguien, un Quién. Es un ser personal, con un cierto grado de autonomía y de trascendencia. El ser humano vive “en sí mismo”, no “en otros”, y aunque necesite vivir “con otros” para perfeccionarse, la trascendencia de la persona significa la capacidad de no agotarse en el propio género humano y de estar abierta al absoluto. De esta manera, cada ser humano es singular, único e irrepetible porque posee una mismidad que lo hace distinto a los otros, “al otro”.
Así que el ser humano, el hombre es una persona creada por Dios a su imagen y semejanza.
Pero infortunadamente, esta concepción antropológica no se hace presente en clases de psicología, aun siendo fundamental para la comprensión del ser humano desde una perspectiva Integral. También tú y yo, nuestros asesorados, las personas que ayudamos participan de la naturaleza divina, porque fueron creados a imagen y semejanza de Dios. Aquí está el núcleo de la identidad de cada persona, de cada ser humano, que fue creado por Dios, con una mismidad, con un ser intimo que “es más íntimo que el mismo” como diría San Agustín. De esta forma, la persona humana: unidad inseparable bio-psico-espiritual vive abierta a lo absoluto y a lo eterno, tiene inscrito en su ser más profundo los anhelos de infinito y de reconciliación. Por lo que nadie se contenta con amar y sentirse amado, disfrutar y sentirse feliz de modo limitado.


1.2 Reduccionismos históricos:
Detrás de todo enfoque psicológico, incluso de una psicoterapia hay una visión del hombre, una antropología, incluso una teoría del conocimiento, también llamada epistemología. En este contexto, es importante recordar que la psicología contemporánea surge en la época de la ilustración o enciclopedia como un intento de respuesta atea al ser humano. Allí se centraron en el entendimiento del ser humano desde cualquier visión antropológica, excepto la cristiana o la católica, incluso podríamos hablar de un esfuerzo sistemático por diferenciarse y alejarse de la tradicional “visión cristiana” del ser humano.
En el II Seminario Internacional Psicología y Persona Humana realizado en Octubre del 2013 en Medellín, Colombia; el psicólogo Juan Carlos Ríos Toce dijo:
“La psicología ha tenido distintas aproximaciones a la persona humana a lo largo de la historia, y se ha orientado a verlo como un objeto de estudio. En algunos casos ha mostrado una visión incompleta o errónea de la misma, en otros casos ha equivocado el método de aproximación, por querer aplicar un método científico experimental, basado en una aproximación empírica que no responde a la realidad toda y mucho menos a un ser tan complejo como la persona humana, dotada de libertad, inteligencia y voluntad. Si no se entiende quién es el hombre se cae en muchos peligros, entre ellos, centrarse en un problema específico sin saber cómo se integra en toda la unidad de la persona y por lo tanto entenderlo en mayor amplitud y ayudarlo más. Otro de los peligros es querer entender al hombre desde los parámetros de las ciencias naturales y ajustar la aproximación al mismo a través de este método, generando distorsiones y a veces muchas acciones erradas que ocasionan más confusión y sufrimiento al ser humano. Como se sabe, en las ciencias naturales, el método científico es aplicado sin problemas por la predictibilidad de la materia, pero al hablar de personas humanas, la complejidad hace que este método tenga que tomarse con pinzas, pues la persona no es materia pura que puede ser predecible en su actuar, sino que tiene una libertad que hace replantear el lugar y sentido de dicho método”.
1.3 ¿Cuál es la mirada integral del ser humano?
La mirada integral del ser humano es reconocerlo como persona, como quien, creada por el Ser supremo, con una dignidad de hijos de Dios, invitado a la perfección y a la santidad en la vida cotidiana, está invitado a la permanencia en su ser más íntimo y al despliegue y realización en el amor, donación, comunicación y servicio. En este contexto hay que volver a decir que la persona es unidad inseparable en sus tres dimensiones: alma, cuerpo y espíritu.
Al margen de este asunto, nosotros en Areté nos aproximamos a la persona que sufre un dolor psíquico desde esta mirada y considerando que tiene tres dimensiones inseparables, que es Hijo de Dios y que está invitada a decodificar adecuadamente sus dinamismos fundamentales y sus necesidades psicológicas.
2. ¿Qué es la psicoterapia de la Reconciliación?
Empecemos ahora a aproximarnos al concepto de psicoterapia para luego ir aproximarnos también a lo que es la psicoterapia de la reconciliación.
¿Qué es psicoterapia?
Cervera Enguix en el libro La salud mental y sus cuidados, dice que “la psicoterapia es el tratamiento de una enfermedad psíquica, de un trastorno psicosomático o de una inadaptación, mediante métodos psicológicos. En un sentido amplio la psicoterapia es un tratamiento de naturaleza psicológica que a partir de las manifestaciones físicas o psíquicas del sufrimiento humano, promueve el logro de los cambios o modificaciones en el modo de actuar, en la adaptación al entorno, en la salud, en la integridad de la identidad psicológica, y en definitiva, en el bienestar biopsicosocial de personas y grupos” (p. 453).
También Aquilino Polaino en el libro Integrando la espiritualidad en la psicología afirma que “el trabajo de los especialistas en salud mental consiste, fundamental y prioritariamente, en el servicio a personas con sufrimientos psíquicos, cualquiera que fuere su naturaleza” (p. 205).
Dicho de otra forma: la perspectiva que han de adoptar los profesionales de la salud mental es la exigida por su propósito de ayudar a la persona que sufre estos trastornos psíquicos. Nosotros lo haremos desde la mirada integral.
Pero ¿Qué es un trastorno psíquico? ¿Qué es una enfermedad psíquica?
 Estas preguntas son importantes a la hora de hacer psicología clínica. Son fundamentales a la hora de hablar de intervención clínica y de psicoterapia.
De acuerdo con el libro La Salud mental en el mundo de hoy, “un trastorno o enfermedad psíquica es el conjunto de síntomas psíquicos generadores de problemas en la persona y/o demás” (p. 82).
Miremos que el acento está puesto en los síntomas; es decir en las consecuencias. Un tema fundamental es establecer las causas y las consecuencias de la problemática. Consideramos fundamental trabajar en ambas; en causas y consecuencias. No sólo en las consecuencias.
Por otro lado, Cabaynes dice: “La única manera de diagnosticar las enfermedades psíquicas es por las consecuencias que causan en quienes las padecen y/o en quienes les rodean. Si las manifestaciones psíquicas de una persona no le causan problemas ni se los causan a los demás, no es posible, en la actualidad, hablar de enfermedad psíquica” (p. 83).
¿Pero de dónde surgen estos trastornos o enfermedades psíquicas?
Hay que recordar que el hombre es criatura divina, hijo de Dios, creado a Imagen y Semejanza de Dios, invitado a decodificar adecuadamente sus dinamismos fundamentales y necesidades psicológicas. Creado libre para vivir el amor y en reconciliación con su creador, consigo mismo, con los demás y la naturaleza. Sin embargo, hace un mal uso de su libertad y rompe con Dios, se aleja de él; se aliena; se olvida de sí mismo y rompe también con el sentido de su vida.  A esa ruptura le llamamos pecado y éste es la herida fundamental del ser humano. Desde esta herida surgirán las demás heridas, debido a que tiene que ser sanada y reconciliada para que el hombre pueda abrirse a la dinámica de la reconciliación, la cual supone, en primer lugar, superar la radical ruptura que es el pecado, origen y raíz del mal y conflicto en el mundo. El pecado es la raíz última de todos los problemas del hombre. Es la causa última. Esto no quiere decir que no haya otras causas para entender por ejemplo los trastornos y enfermedades psíquicas. Ante esta ruptura se necesita sanar, unir, volver a juntar. Se necesita Reconciliar.
Hablemos un poco de esta palabra; Reconciliación.  ¿Qué significa? ¿De qué estamos hablando?
La palabra reconciliación nos remite inmediatamente a quien es capaz de recomponer lo quebrado y, en primer término a Dios, y al Verbo Eterno, a Jesucristo Reconciliador. El pagó, a precio de sangre muriendo en la Cruz, la salvación del hombre permitiéndole reconciliarse con el Padre. Es en Él que se realiza la redención del hombre. Dentro de este contexto, el ser humano está invitado a reconciliarse consigo mismo, está invitado a conocerse, a encontrarse consigo mismo de manera que encuentra el sentido de su vida, renueve su existencia y vaya encontrando la felicidad.
Otra dimensión de la Reconciliación es la reconciliación con los demás seres humanos, así que estamos siendo invitados a dejar el egoísmo para vivir el amor, servicio, donación y entrega. Y la cuarta dimensión del a reconciliación es la reconciliación con el cosmos o naturaleza, es decir, con el mundo o sociedad.
De esta manera, recordando que la herida fundamental es el pecado, el cual se alimenta de las cuatro rupturas fundamentales, será importante también mencionar que el pecado hiere las tres dimensiones de la persona, es decir, lo corporal, lo psicológico y lo espiritual.
Es así que podemos decir que se dan tres enfermedades.
-Enfermedades físicas.
-Enfermedades psíquicas.
-Enfermedades espirituales.
¿Qué queremos decir con esto?
Que el hombre se puede enfermar en cualquiera de sus tres dimensiones. ¿Las enfermedades pueden estar relacionadas? Por supuesto que sí. Puesto que somos unidad bio-psico-espiritual. Es claro que existen las tres enfermedades. Importante evitar los excesos y los extremos como el psicologismo, espiritualismo o biologismo. Cada cosa en su lugar. No todo se sana con la oración y es claro que la psicología y la psicoterapia tiene su límite y su lugar también.

En este contexto:
¿Cuál es la meta de la psicoterapia de la reconciliación?
Que la persona se reconcilie consigo misma de manera que adquiera libertad para alcanzar la felicidad abriéndose al amor y la reconciliación con Dios, los demás y la naturaleza.
 
¿Qué queremos decir con esto?
Para nosotros los psicólogos o desde el quehacer psicológico es necesario intervenir y sanar lo psíquico desde la integralidad de la persona e ir llegando a las otras dimensiones. Por ejemplo, a la espiritual, donde nuestro quehacer psicológico como psicoterapeutas de la reconciliación, tratemos de aliviar el dolor psíquico, sin olvidar la integralidad de la persona y un aspecto clave: La reconciliación conmigo mismo; no solamente es algo psicológico o psíquico, sino que implica la integralidad de la persona. Por ejemplo, cuando llega una persona que expone un problema que no es psíquico, sino espiritual.  Otro caso es el creyente o católico comprometido que le interesa un trabajo integral y no solamente psicológico. Para estas situaciones, la psicoterapia de la reconciliación busca la reconciliación con uno mismo de manera que nos vayamos liberando y sanando de nuestras esclavitudes, en un sentido más amplio implica a toda la persona, con todas sus dimensiones, no solamente la psíquica.
Es clave entender que: La reconciliación consigo mismo es una invitación a decodificar adecuadamente nuestros dinamismos fundamentales.
¿Qué son los dinamismos fundamentales?
Sabemos que los seres humanos poseemos los dinamismos de permanencia y despliegue y las necesidades de seguridad y significación.
Los dinamismos son impulsos, son dos tendencias que surgen de su  ser más íntimo y profundo que es dado por el creador. La permanencia le permite ser siempre el mismo, no cambia en lo más hondo de su ser. El despliegue es la capacidad de entregarse, donarse, comunicar  y amar- Los dinamismos fundamentales se traducen psicológicamente en las necesidades de seguridad y significación. La seguridad es la base o piso seguro. La significación es la recta valoración de sí mismo y la afectividad.
¿Qué significa decodificar?
La psicoterapia de la reconciliación es una invitación a la vivencia areteica y virtuosa de la  existencia humana, así que un medio para cumplir esta meta es categorizando, viviendo y desplegando adecuadamente los dinamismos mencionados anteriormente, con el objetivo de que la vivencia de la Areté o virtud nos conduzca a armonizar las tres dimensiones de nuestra persona, es decir, se trata de unir y reconciliar nuestras dimensiones psíquica (mente e inteligencia), física (corazón y afectividad) y espiritual (acción y voluntad).
La invitación también implica la vivencia del señorío de sí mismo, la maestría personal, la cual corresponde al autodominio y auto posesión. De manera que toda mi persona vaya avanzando en reconciliación personal, santidad de vida y semejanza al Señor Jesús. Así que en el Centro Areté tenemos un grupo de estudio de psicoterapia de la reconciliación, donde venimos desarrollando dicha psicoterapia y, gracias a Dios hemos avanzado poco a poco y vamos enseñando y compartiendo dichos desarrollos. Incluso este año empezamos con la escuela virtual de  psicoterapia de la reconciliación con dos semestres. Pensamos es que en algún momento se logre tener una especialización o maestría en esta psicoterapia; estamos avanzando.
3. El Psicoterapeuta de la Reconciliación y la Virtud:
3.1. ¿Quién es?
Puede resultar obvio decir que no basta con ser un buen psicólogo, sino que el psicoterapeuta de la reconciliación  ha de contar con una sólida y adecuada antropología como marco de referencia en su actividad terapéutica. En la base de la psicoterapia de la reconciliación como ya hemos dicho está la antropología cristiana. El psicoterapeuta es una persona única e irrepetible y por tanto, cada sesión será también única y original, porque estamos ante el encuentro de dos seres humanos y lo que ocurre en cada sesión terapéutica es siempre original y en un sentido imprevisible.
El psicoterapeuta ha de ser apoyo, fuente de posibilidades e impulso para el crecimiento integral de la persona que consulta, lo que significa que está invitado a generar un  contexto que posibilite la expresión de la persona, su afectividad, sintiéndose comprendido, esperando siempre en su cambio y  mejora, sin etiquetarle ni desesperar de él. De modo que posibilita que la persone se encuentre consigo misma y que según sus creencias y su vida de fe se vaya encontrando también con el creador. Aquí se trata de identificar y diagnosticar el dolor psíquico, sus causas y consecuencias, para intervenir en dicho dolor desde una mirada integral de la persona y la vivencia de la ARETÉ de la mano con quienes le consulten.
3.2. ¿Qué es la Virtud?
En griego significa areté. Es una palabra cargada de sentido y de distintos sinónimos, porque el término original griego no tiene una traducción exacta al castellano; es un término “equívoco”, debido a que posee muchos significados. Sin embargo, Keneth Pierce en su obra, La Escalera Espiritual de San Pedro, nos recuerda que areté se traduce a veces como maestría, excelencia, energía, rectitud o fortaleza (p. 113).
En este contexto nos parece fundamental el sentido de Areté para Luis Fernando Figari:
«El concepto de señorío de sí y armonía humana, de reconciliación de las facultades del ser humano en el sentido del dominio de sí, juntamente con este trasfondo, me parece que sindican maravillosamente el sentido de virtud, que transciende claramente el aspecto moral para convertirse en una novedosa categoría integral del ser humano, que la tradición chaminadeana ha ligado con el primer nivel del Sistema de Virtudes” (Huellas, Añadir a vuestra fe, virtud I, ob. Cit., p. 3.)
De acuerdo con lo anteriormente expresado, nos parece importante destacar el significado de Areté como maestría o excelencia y señorío de sí mismo y relacionada con un horizonte caballeresco y noble de alguien que en pleno dominio de sus facultades, tanto espirituales como psíquicas y físicas, es capaz de vivir coherentemente según un ideal. Se trata de la unificación de la persona y de su capacidad para orientarse en la vida cotidiana hacia una determinada meta, superando las adversidades. Areté vendría a ser la realización de algo o de alguien según su naturaleza (Pierce, p. 115).
La noción de excelencia está muy ligada a la reconciliación personal, debido a que la areté involucra la recuperación de la unidad personal que implica la reconciliación integral y nos lleva a realizarnos como personas según nuestra naturaleza, para alcanzar el señorío de sí mismo y vivir una existencia buena en la tierra, con la vista fijada en la felicidad eterna. También el concepto Areté aplicado a términos cristianos “es la virtuosidad. El ser humano que se dispone a lograr el señorío sobre sí mismo cooperando con la gracia divina que el Espíritu derrama en los corazones (ver: Rom 5,5), para abrirse plenamente al encuentro de Aquel que infatigable toca a la puerta del corazón esperando a ver quién le abrirá (ver: Ap 3,20). Los silencios son una de nuestras maneras —medio y expresión— de hacer concreta la virtud» . (Huellas, Añadir a la fe, virtud II, ob. Cit., p. 1.)
Piper en su libro Las virtudes fundamentales afirma que” la virtud significa que el hombre es verdadero, tanto en el sentido natural como el sobrenatural. Afirma que la virtud es la elevación del ser en la persona humana, es lo máximo a que puede aspirar el hombre, o sea, la realización de las posibilidades humanas en el aspecto natural y sobrenatural (p. 15). De esta manera, el hombre virtuoso es tal que realiza el bien obedeciendo a sus inclinaciones más íntimas.
Para seguir profundizando en el concepto de virtud veamos la definición del Catecismo de la Iglesia Católica:
«La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios»  (Catecismo de la Iglesia Católica, 1803).
Se trata entonces de avanzar y crecer en virtud, de llevar una vida virtuosa. Santo Tomás dice que la virtud es un “habito que perfecciona al hombre en obrar bien”.  En latín virtud significa virtus: fuerza, poder y capacidad. Aristóteles dice sobre ella que “es lo que hace bueno a quien la posee, y hace que sus obras sean buenas”.  La virtud hace que sea bueno quien la posee, y lo que perfecciona en la verdad como persona libre. (Formación de las virtudes humanas y sociales, p. 31. P. Luis Alfonso Orozco, LC).
La virtud es una cualidad, un hábito operativo bueno de la persona, pero también tiene un opuesto en el vicio. Revisando alguna de las definiciones de la REA; encontramos que vicio es: “Hábito de obrar mal”. O “Defecto o exceso que como propiedad o costumbre tienen algunas personas, o que es común a una colectividad”.
La virtud es además la respuesta de cooperación con la gracia que realiza el hombre para madurar en el camino de la fe. Así que el ser humano va madurando por este camino de la fe hasta la plenitud del amor, núcleo interior de la virtud, para conquistar una calidad humana, abriendo las facultades y potencias a los impulsos de la gracia, para permitir que el Señor Jesús viva en nosotros.
Algunos rasgos que cualifican la virtud, son los siguientes:
-Un dinamismo reconciliador que unifica todas las potencias y facultades del ser humano, otorgándole armonía e integración.
-El señorío de sí, el cual habla de autodominio y autocontrol, para mantener una recta jerarquía y orden de las fuerzas interiores.
-Una grandeza de espíritu referida a la magnanimidad y generosidad del hombre que rige su conducta por ideales y valores elevados.
-El sentido del deber entendido como una conciencia de responsabilidad frente a las metas e ideales que lo lleva más allá de sus propios caprichos y gustos.
-La libertad que lo hace disponible, pues el virtuoso no se ve atado por ideales rastreros y mezquinos; se descubre libre de lo contingente, de lo circunstancial.
-La virtud implica también una lucha heroica en la que se prueba la capacidad de sacrificio, de entrega y de abnegación.
-Nos conduce a la semejanza divina, pues lleva al ser humano a transcender el plano meramente natural y contingente para situarlo, al responder a la gracia, en un horizonte de plenitud sobrenatural.
3.3. Vivir la Virtud:
En este contexto podemos suponer que es el psicoterapeuta de la reconciliación quien está invitado a vivir y encarnar la virtud entre lo que piensa, siente y vive; mediante la enseñanza y el ejemplo para quienes aprecian nuestra labor como modelos o referente personal. Pero también sabemos que no es fácil y, por este motivo, en Areté tenemos una oración dirigida a San Pablo Apóstol, uno de nuestros santos patronos, donde le pedimos que interceda por nosotros para que podamos avanzar en el noble combate de vivir una existencia virtuosa y areteica. Y es que consideramos que la virtud hay que vivirla siempre y en todos los momentos de nuestra vida. En ese sentido podemos decir que para vivir una existencia virtuosa el psicoterapeuta pone medios concretos, dispone de un plan y busca ayuda para representar un noble combate que implique esfuerzo, lucha y dedicación, a través de la exigencia, constancia y tiempo dedicado a la meditación, reflexión y trabajo personal.
En este sentido hay que insistir en que todos necesitamos tiempo para entrar en nosotros mismos, somos hombres y nuestra unidad inseparable: bio-psico-espiritual puede ser cultivada desde el interior, para trabajar nuestra dimensión psicológica y también la dimensión espiritual. No hay que descartar el acudir al acompañamiento o dirección espiritual, la  profundización en la vida de oración y la lucha espiritual por adquirir virtudes y desterrar vicios.
Pierce afirma que no se trata de ser una especie “super hombre”, pero tampoco es una suerte de “arreglo a la rápida”. Es, por el contrario, un sólido proceso de largo alcance para vivir una existencia buena en la tierra, con la vista fija en la felicidad eterna (p. 116).
Es más que crecer en habilidades y capacidades, no es tampoco una mera virtud moral, sino que está involucrada en la totalidad del ser humano e implica un esfuerzo constante, con conciencia atenta acerca del esfuerzo por vivir la virtud durante toda la vida.
También San Beda dice que la areté es “un buen modo de vida que debe estar unido a una fe adecuada, puesto que sin obras no tendría ningún valor y estaría muerta” (On the Seven Catholic Epistles, Cistercian Publications, Kalamazzo 1985, p. 127). Aquí se nos plantea entonces a los psicoterapeutas y a todos los que acompañamos y ayudamos a seres humanos en un trabajo serio y esforzado por adquirir la areté y las distintas virtudes y cualidades que la rica tradición cristiana nos recuerda.
Dicho trabajo arduo y cotidiano implica desde una mirada cristiana el reconocimiento de la necesidad de la gracia para poder avanzar en dicho proceso areteico y reconocer la importancia y primacía de la gracia, como la fuerza de Dios que nos permite avanzar y crecer. Son dos elementos fundamentales en este camino de crecimiento en la virtud: la fuerza de Dios y mi cooperación cotidiana. Hasta ahora es un camino paso a paso, un modo práctico de construir una vida de virtud, esperanza y caridad sobre el fundamento de la fe.
4. Los silencios en la intervención clínica:
Una manera concreta de vivir la virtud es viviendo los distintos silencios que explicaremos a continuación y que no se refieren únicamente a la ausencia de ruido, sino un método de armonía interior, un señorío de nosotros mismos, a una maestría y orden de nuestras facultades, para encaminarlas hacia su recto uso (Pierce, p. 118).
El silencio como lo entendemos no es sólo un momento o una actitud pasajera, sino un estado armónico de las facultades humanas, un estilo interior y constante. Sin embargo, cabe aclarar que el verdadero silencio es la conquista, la búsqueda y el reposo en Dios.
Es necesario reconocer las razones por las que el terapeuta ha de hacer silencio y Domínguez en su libro Psicología de la persona se pregunta sobre esta situación y responde que “para escuchar bien al acompañado o interlocutor, hacer silencio significa escuchar. La escucha permite conocer el sentido, don y tarea. Sólo desde el silencio interno, no interesado, no pragmático, contemplativo, se puede descubrir el relieve de lo real y el rosto de las personas que están ante él (p., 178).
Ahora bien, desde la Espiritualidad sodálite y desde el Sistema de Dirección Espiritual de San Pedro, son  9 silencios que estamos invitados a vivir: De palabra, de cuerpo, de mente, de memoria, imaginación y fantasía, silencio de pasiones o del corazón, de los bienes temporales, silencio de las manifestaciones del hombre viejo, de la voluntad y silencio del recto obrar. De manera que durante la presente conferencia nos aproximaremos a los 9 silencios con la idea de seguir aportando con sencillez y desarrollo de la psicoterapia de la reconciliación.
4.1. Silencio de Palabra:
El silencio del que hablamos lo entendemos como maestría, es decir, como dominio de sí mismo y auto-posesión. Esta maestría o silencio va más allá de no hablar, porque se trata del uso prudente del habla. De esta manera, el psicoterapeuta está invitado a “hablar cuando quiera, pero querer cuando deba”. Es decir, hablar en el momento justo y adecuado, con el objetivo de promover la prudencia en el espacio terapéutico.
Ahora podemos analizar el concepto de prudencia según la enciclopedia católica  menciona que para Santo Tomás, es el método correcto de conducta y difiere de todas las demás virtudes intelectuales en tanto que es una virtud en el sentido absoluto y no sólo confiere disposición para las buenas obras, sino que nos hace usar esa disposición correctamente. También el silencio de la palabra es una virtud que busca ordenar la facultad del habla por medio de la voluntad, encaminando su uso a lograr el señorío sobre sí mismo y así poder ayudar a la persona que nos busca con un dolor psíquico determinado.
El silencio de palabra comprende dos dimensiones bien definidas:
1. El  autodominio del habla, cuya base es la capacidad de escucha.
2. Hablar correctamente.
La práctica del silencio de palabra es ante todo una realidad activa. Por esta razón, no se trata de permanecer callado, sino de orientar correctamente el habla. Este silencio es toda una pedagogía de voluntad; una educación en el obrar y actuar, debido a que nos educa a no ser víctimas de automatismos y de hábitos no voluntarios en el hablar.
Por otra parte, la práctica del silencio de palabra también tiene como base la prudencia y recto discernimiento para saber cómo y cuándo hacer uso del habla; de qué manera y con qué finalidad hablar o callar.
Existen 4 áreas en las que podemos trabajar el silencio de palabra:
Materia: Corresponde al contenido de lo que se dice. Por ejemplo, en la vida cotidiana se emplea la expresión “hablar mucho sin decir nada” y evidencia la pobreza de contenido que comunica el mensaje del interlocutor a su receptor. Por esta razón, en psicoterapia estamos invitados a ser muy precisos en nuestro lenguaje y en el mensaje que transmitimos y las preguntas que compartimos, porque resulta fundamental que entiendan y comprendan nuestras explicaciones, recomendaciones y consejos.
Un lenguaje claro, conciso, reverente y caritativo, ayudará a la persona a entenderse, conocerse y tranquilizarse, con el objetivo de que la persona se entienda a sí misma y pueda aprender a manejar su problemática a través de las visitas al espacio terapéutico.
Modo: La manera como decimos las cosas, es decir, sabemos que una misma cosa puede ser dicha o hablada de maneras distintas. Por eso debemos prestar atención sobre el tono de voz que empleamos -si hablamos muy fuerte o casi imperceptiblemente-, la velocidad con que nos expresamos -si muy rápido, al punto que es difícil que nos entiendan, o si demasiado lento-, la claridad con que lo hacemos, la modulación de nuestra voz -si ésta es sobria o fingida, poco natural-, entre otros factores.  
Atención al tiempo: Hace referencia al momento en el que decimos las cosas, es decir, se trata de aprender a hablar y callar en el momento oportuno según lo que enseña el Eclesiastés: "Su tiempo el callar y su tiempo el hablar" (Ecle. 3, 7).
Además, será importante pensar asertivamente para expresar la opinión referente al caso expuesto, a través de la invitación a reflexionar sobre el momento de hacer sus respectivas intervenciones.
Finalidad: Se trata de pensar en lo que decimos, ponderar si son rectas nuestras intenciones o si detrás de nuestras palabras buscamos quedar bien con los demás, perjudicar al otro, dar rienda suelta a nuestros conflictos interiores, ocultar la verdad, o cualquier otra intención desordenada que impide la promoción de la virtud y vivencia de la areté en el espacio terapéutico.
De esta manera, la pregunta que estamos invitados a hacernos es: ¿Cuál es el motivo de lo que voy a decir? ¿Cuál es el objetivo, cuál es la meta? ¿Qué busco? ¿Qué quiero lograr?
 4.2. Silencio de Cuerpo:
El silencio de cuerpo consiste en poner mi cuerpo y sus signos bajo el imperio de mi voluntad, restaurando así su propósito original. Es decir, que el cuerpo esté en armonía con mi psique y con mi dimensión espiritual. Además, el silencio de cuerpo es una virtud que me permite conocer y gobernar mi cuerpo y sus signos, de manera que me sirvan en la psicoterapia y en mi desempeño profesional como una visión positiva de la realidad corporal.
La comunicación del cuerpo se transmite a través de los signos o expresiones de origen corporal. Por ejemplo, cualquier gesto o movimiento exterior con el que expresamos nuestros pensamientos, sentimientos y acciones.
Ahora bien, es importante recordar la íntima relación entre lo exterior y lo interior, de manera que lo exterior repercute en lo interior y viceversa. Hay, pues, actitudes o posturas que favorecen disposiciones interiores y, a su vez, disposiciones interiores que se reflejan en el porte exterior. (Camino hacia Dios, p. 58). Es decir, aspectos como la voluntad y prudencia, si son dominados o transformados por movimientos innecesarios o desordenados, será necesario trabajar en este silencio para encaminarlos rectamente para conseguir su uso efectivo, debido a que la comunicación  es un aspecto fundamental  en la psicoterapia y la intervención clínica y ésta no se limita solamente al aspecto verbal, siendo también intercesora de la comunicación del ser humano con todo su ser y, por lo tanto, también con todo su cuerpo, con sus gestos y signos.
En este sentido es importante decir que el psicoterapeuta está invitado a ser consciente de sus gestos y posturas en su vida diaria, por ejemplo: ¿Dónde y cómo se sienta?  ¿Dónde pone las manos?  ¿Hacia dónde mira?, etc.
Otro tema fundamental en la comunicación es el arte de aprender a escuchar a través de los dos silencios anteriormente mencionados, con el objetivo de aprender a educarnos en la comunicación auténtica, existencial y adecuada. De esta manera, lograremos hablar adecuadamente, escuchando con todo nuestro ser.
Aquilino Polaino en su libro Aprender a escuchar dice que “escuchar supone adentrarnos  y vivir en la morada del otro; instalar allí, aunque sea durante un momento, nuestra propia persona” (p. 211).
En ese orden de ideas, el hecho de escuchar representa algo que no puede improvisarse, porque implica un esfuerzo y disciplina interior hacia la escucha, con el objetivo de garantizar efectos terapéuticos importantes en el mundo del paciente, desde la misma perspectiva de quien habla, el mismo horizonte desde el que emerge su punto de vista. Es tratar de ponerse en el lugar del otro, procurar vivir las vivencias del otro, hincar la propia vida del oyente en el corazón y el destino de quien habla.
Escuchar implica la apertura radical del otro y a lo que el otro afirma. Escucha quien entiende que lo sabe todo, que puede aprender del otro, que tiene cierta disposición para el cambio, que está dispuesto a desandar el camino de lo que ya ha hecho y rectificar su rumbo, que no se considera perfecto aunque añore la perfección, que reconoce que puede haberse equivocado y de acuerdo con ello, está dispuesto a pedir perdón (Polaino, p. 263).
4.3. Silencio de Mente:
“Es el resultado de una educación en la apertura a toda verdad, a las instancias objetivas y a los rectos procedimientos discursivos. El recto pensar que opta por la primacía efectiva de la Verdad y de todas las verdades se aparta del error, de la ignorancia, del subjetivismo y del juzgar con hábitos sentimentales o emotivos” (Huellas, Añadir a la fe, virtud II, ob. cit., p. 4).
Corresponde a una apertura racional y objetiva a la verdad, con direccionamiento hacia el hecho de pensar adecuada y lógicamente. Pero no es extraño ver en la actualidad el progreso de un pensamiento débil, relativista y subjetivista que en el fondo no considera la verdad del hombre.
Por ello es que también como psicoterapeutas estamos invitados a aprender a pensar correctamente, a cultivar las facultades y supuestos del recto pensar, con el objetivo de eliminar la mentira existencial y educar nuestra mente para el conocimiento de la verdad. Éste es el primer paso para adherirnos a ella y buscar ser coherentes entre lo que pensamos, sentimos y vivimos.
Sabemos que durante la vida siempre aprendemos y estudiamos constantemente, de acuerdo a nuestra continua necesidad de cambiar y mejorar. Por esta razón se hace un llamado de atención si hay pensamientos o criterios que no son objetivos, adecuados o verdaderos, en lugar de esto podemos conocerlos y reconocerlos.
Por otro lado, el psicoterapeuta está invitado a vivir el silencio de la mente en la intervención clínica, pensando en lo que está sucediendo en ese momento, es decir, corresponde a un tema de atención y de concentración. Se trata de poner atención con todo su ser, con todas sus capacidades. Para ello se concentra en la persona, pone todos los medios que están a su alcance.  Cierra su computadora, apaga el celular, pide que nadie lo interrumpa, etc. “Piensa lo que quiere pero quiere lo que debe”. Además, resulta muy importante para el psicoterapeuta de la reconciliación los espacios de lectura y estudio de libros de psicología, pero también de antropología y espiritualidad católica que le ayuden en su formación integral.
4.4. Silencio de memoria, imaginación y fantasía:
Consiste en cultivar la memoria en lo bueno y la verdad. Los creyentes diremos: “De Dios y su bondad”. De esta manera, se trata de  recoger imágenes evangélicas (del Evangelio)  y dirigir rectamente la fantasía.
En primer lugar, aclaremos los tres términos:
• Memoria: Recoger ideas; olvidar lo no debido y recordar lo debido.
• Imaginación: Recoger imágenes; no imaginar lo no debido e imaginar lo debido.
• Fantasía: Es crear imágenes, no fantasear lo no debido y fantasear lo debido.
Tanto la memoria, como la imaginación y la fantasía son facultades del entendimiento y al igual que las demás facultades, éstas no sólo no son malas, sino que son indispensables para conducir al bien, de otra forma, son causa de confusión, satisfacción de absurdas curiosidades y hasta de perdición.
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con nuestra intervención clínica o practica terapéutica?
En asesoría o terapia hay que concentrarse en lo que dice la persona y no dejarse llevar por recuerdos suscitados por lo que la persona nos va contando o compartiendo. En primer lugar sobre el uso de la memoria; hay que saber qué recordar y el momento adecuado para recordar algunas cosas. Por ejemplo, el silencio de memoria consiste en que puedo concentrarme en el otro con todo mi ser. Pero para recordar bien cualquier suceso, hay que guardarlo previamente en nuestra memoria y concentrarme de manera reverente, utilizando algunas ayudas en este proceso de recuperación  (por ejemplo anotar hechos claves e importantes de lo que me viene contando la persona).
Lo mismo sucede con la imaginación y fantasía, ésta hay que dominarla, manejarla, encausarla y saber cuándo utilizarla. Como todas las virtudes el psicoterapeuta es el primer llamado a vivirlas y luego a enseñarlas. En primer lugar las enseña con el ejemplo, con el testimonio, con la vida.  De este modo, es importante entender que un descontrol en la memoria, imaginación y fantasía nos presenta un problema de tipo epistemológico, debido a que se sustituye la realidad por un estado subjetivo que se presenta como real al conocimiento y que simplemente está “en-mí” mas no “en-sí”: sólo la verdad os hará libres (cf. Jn 8,32). Y la verdad no es el fruto de la imaginación de cada uno.
Alguna vez le escuche decir a mi Fundador Luis Fernando Figari: “De la imaginación provienen: pensamientos errados próximos a la neurosis, temores e ilusiones que abaten, tristezas excesivas que desalientan, los ensueños, representaciones mundanas que excitan las pasiones. La imaginación desatada impide orar, estudiar y cumplir el Plan de Dios.”
 4.5. Silencio de pasiones o del corazón
Es el ejercicio de encauzar rectamente las fuerzas que hay en el ser humano, es no permitir que se responda irreflexivamente a las circunstancias e impresiones del mundo externo, sino juzgar las cosas de acuerdo a la epignosis, de acuerdo a la visión que nos ha traído el Señor Jesús, y de ajustar las propias reacciones a esa visión y lo que exige al respecto.
¿Qué es la Epignosis?
Es el conocimiento verdadero y objetivo de las cosas. Tema importante para el psicoterapeuta de la reconciliación, porque se trata de que la persona se conozca real, auténtica y objetivamente con respecto a la verdad sobre sí mismo. Pero no es solamente que se sienta bien o No es mejorarle la calidad de vida, sino también que su reconocimiento y aceptación personal implique un proceso de encuentro profundo e integral consigo mismo.
Entonces, ¿Qué es silencio de pasiones o del corazón? Corresponde claramente al ejercicio purificado de la vida pasional, porque en sí mismas las pasiones o emociones son neutras. Por lo que se trata de re-encaminar, de reencausar las pasiones, de asumir el orden para el que fueron puestas en el ser humano, según el divino designio.
¿Qué es una pasión?
El término “pasiones” pertenece al patrimonio del pensamiento cristiano. Estos sentimientos o pasiones designan las emociones o impulsos de la sensibilidad que inclinan a obrar o a no obrar en razón de lo que es sentido o imaginado como bueno o como malo. Pero en sí mismas, las pasiones no son buenas ni malas, sólo reciben calificación moral en la medida en que dependen de la razón y de la voluntad. También las pasiones se llaman voluntarias “porque están ordenadas por la voluntad, o porque la voluntad no se opone a ellas”.
Los sentimientos más profundos no deciden ni la moralidad, ni la santidad de las personas, sino que son el depósito inagotable de las imágenes y de las afecciones en que se expresa la vida moral. De esta manera, las pasiones son moralmente buenas cuando contribuyen a una acción buena, y malas cuando ocurre el caso contrario. Mientras que la voluntad recta ordena al bien y a la bienaventuranza los movimientos sensibles que asume, la voluntad mala sucumbe a las pasiones desordenadas y las exacerba. Por esta razón, las emociones y los sentimientos pueden ser asumidos en las virtudes, o pervertidos en los vicios. Se trata entonces de asumir un control, un señorío de sí mismo y maestría sobre las pasiones y emociones, mediante el manejo emocional y afectivo que sería contraproducente con el tiempo actual, donde vivimos un desorden o inestabilidad afectivo o emocional y donde la persona vive bajo el mimo, capricho y engreimiento, haciendo lo que le provoca, “lo que siente que está bien”. Existe ahora la tendencia a no regirnos por la razón, sino por el sentimiento y, es por ello que podemos decir que nuestra cultura es subjetivista  y relativista.
Por esta razón, es necesario reencausar las pasiones y emociones, a través de este silencio. Por ejemplo, el uso de la ira o el odio para rechazar el pecado; El luso del amor para adherirse plenamente al Señor que es nuestra Vida. Con el objetivo de reconquistar el fin del dominio de las pasiones, empezando por la llamada pasión dominante, la cual se va encaminando a una mayor posesión de sí y a la libertad de los hijos de Dios. De este modo, es decir, re-encaminando las pasiones y asumiendo el orden para el que fueron puestas en el ser humano, según el divino designio, garantizaremos la ayuda de los otros silencios, así como del auxilio de la gracia.
4.6. Silencio de los bienes temporales o Mortificación:
En la actualidad no entendemos adecuadamente el término mortificación, incluso nos puede parecer un término obsoleto, arcaico o relativo al contexto de la edad media. Pero, ¿de qué se trata este silencio de los bienes temporales o mortificación? Se trata de aprender a aceptar, tolerar, soportar e incluso podemos decir, sufrir con paciencia, generosidad y amor los distintos hechos y acontecimientos de nuestra vida que nos desagradan, que no entendemos o que nos fastidian. Por ejemplo, en la consulta diaria y cotidiana se trata de aceptar con generosidad a los que nos consultan y buscan en la asesoría personal. Es clave entender que aceptar no es lo mismo que estar de acuerdo, porque yo acepto a la persona, la escucho con reverencia, ofrezco lo que haya que ofrecer de molesto y trato de ayudarla con objetividad, buscando que se encuentre consigo misma. Así que si no nos gustan algunos aspectos de nuestros asesorados, podemos ofrecer y aceptar dichos comportamientos, dichas maneras de ser, como un acto de amor, caridad y reverencia con la persona que tenemos al frente.
Ahora explicaremos tres áreas donde podemos vivir la mortificación o silencio de los bienes temporales:
En la afectividad:
Se trata de ofrecer y aceptar las distintas mortificaciones que afectan mis emociones, afectividad y recta valoración de mí mismo. Algunos ejemplos que ilustran este aspecto son: Algunas fricciones en el trato con otros; empleos que no responden a las propias expectativas; reproches recibidos; injusticias supuestas o reales; calumnias, difamaciones, agravios e insultos; faltas de consideración, postergaciones, aportes o trabajos no reconocidos; burlas, faltas de respeto, desobediencia, fracasos, torpezas propias, reveses; así como la enfermedad propia y ajena, y la separación obligada y la muerte de seres queridos; la soledad.
De la sensibilidad:
Las mortificaciones de la sensibilidad se evidencian ante fracasos en la tendencia a disfrutar placeres intelectuales, psicológicos, valorativos o estéticos. Algunos ejemplos son: Sequedades espirituales, aburrimientos, tedio, pruebas molestas, tentaciones; fracasos en los estudios, exámenes, en la vida de oración, al combatir contra vicios, inconsistencias o inconsecuencias, contra hábitos pecaminosos; problemas o fracasos en la vida y en el apostolado; contrariedades, impaciencia ante situaciones o ante conductas que no se juzgan adecuadas; peticiones o viajes no logrados; cambios de casa; temores realizados; pérdida de objetos valorados; exceso de trabajo; pocas gratificaciones; soportar compañías molestas y nada simpáticas; mal humor, etc.
De la sensualidad:
Las mortificaciones de la sensualidad se experimentan frente a las frustraciones en la tendencia o búsqueda de placeres físicos. Son también, entre otras: el cansancio; incomodidad por ciertas prácticas religiosas o por la realización de obras de misericordia; en general las privaciones de comodidades en la vida, el dejar de comer la cantidad o calidad de ciertos alimentos apetecidos, no lograr el cariño deseado, las enfermedades en el área física; y, claro, cuanto se refiere a no dar satisfacción a la concupiscencia de la carne.
Con respecto a este tema es necesario aclarar que no se trata de crear nuevos dolores o sufrimientos, sino de ofrecer y aceptar lo que la vida nos depara. Además, no es extraño o ajeno a nosotros mismos que nos quejemos de muchas cosas o vivamos victimizando por la vida, pero es indispensable sumir los dolores y sufrimientos de la vida cotidiana con actitud areteica y cristiana.
4.7. Silencio de las manifestaciones del hombre viejo o recogimiento:
Se trata de estar concentrado y recogido, encaminado en mis esfuerzos por vivir una existencia areteica, virtuosa y del orden de la maestría personal, con el objetivo de permanecer concentrado de manera voluntaria en hacer las cosas bien, cooperando con la gracia de Dios y facilitando mediante la unión de todas las fuerzas y potencias interiores la realización de la acción que cada uno se propone lograr. Por esta razón, se elimina toda actividad ociosa y sin propósito, de toda distracción, a nivel mental, emocional o física.
Es lo opuesto a energía disipada, dispersa, porque representa la energía concentrada y, en su sentido más profundo, se entiende como la concentración en la meta a la que apunta la naturaleza óntica del ser humano; o en otras palabras, como la eliminación de lo que distrae la atención del designio para el ser humano, de cuanto no corresponde al Plan y servicio de Dios.
 
4.8. Silencio de la voluntad u Obediencia:
Una primera formulación del sentido de la obediencia será querer hacer lo que debes y no querer hacer lo que no debes. Y ese deber no es fruto de la subjetividad personal, sino de la instancia en que se manifiesta una conducta como deseable según una pauta exterior —objetiva— que adquiere la categoría del “deber ser”.
La obediencia, como un acto libre de la voluntad es, sin duda alguna, una manifestación de la propia libertad y un medio notable para acrecentarla, purificando, además, no pocas inconsistencias del propio carácter. Sin embargo, para el cristiano corresponde a una explícita manifestación de su opción por seguir los pasos ejemplares y configurantes del Señor Jesús.
Se trata entonces de ser dócil a la verdad y a la objetividad. Por ejemplo, los católicos sabemos que la verdad se identifica con el Plan o Voluntad de Dios. Sin embargo, hoy día resulta raro o extraño, especialmente al momento de hablar sobre psicología, donde se surge mucho el relativismo y subjetivismo. También en nuestro  mundo actual es raro porque cada quien hace lo que se le da la gana, lo que le parece. Lo anterior se debe a la ausencia de normas objetivas o verdaderas y de carácter universal. Por ejemplo, la obediencia cristiana es un voluntario renunciar a un dinamismo malsano para acoger con todas sus virtualidades el dinamismo sanante de la reorientación de la voluntad a la luz del Plan Divino y con la fuerza de la gracia que el Espíritu derrama en los corazones dándoles fortaleza (ver Rom. 5,5).
4.9. Silencio del recto obrar:
Finalmente se trata de vivir la virtud o la areté en todos los momentos y espacios de nuestra vida, con el objetivo de glorificar a Dios con toda nuestra vida y existencia, es decir, dar gloria a Dios con nuestro despliegue personal en la acción: “Haz lo que quieras, pero quiere lo que debas”.
Yo como psicólogo y como psicoterapeuta estoy invitado a vivir la virtud y a dar gloria al creador con todos mis actos de la vida cotidiana. Por ejemplo en instancias como una charla, la dirección de un taller, asesoría personal, toma de una prueba psicológica, escuchando a una pareja, etc. Aquí es clave recordar lo importante que es el testimonio y la coherencia de vida para los psicólogos.
A cuantos de nosotros no nos ha pasado que una persona o paciente acude a nosotros para hablar de la incoherencia de algún colega o del “rayón” de otro. En ese sentido se trata de que el psicólogo, psicoterapeuta y persona, viva una existencia auténtica, virtuosa y reconciliada. De manera que pueda ayudar a muchos, que pueda ser luz para otros, que inflame a muchos del deseo de ser como el Señor Jesús en última instancia.
En este contexto podemos hablar de lo importante que es para cada uno de nosotros los momentos de reflexión, meditación e incluso oración, como espacios de encuentro con nosotros mismos y con Dios, quien inspira nuestra vida y nuestra misión como psicólogos en nuestra sociedad actual. Hay que reconocer que si el psicólogo o psicoterapeuta de la reconciliación no medita, no reflexiona o no ora, es muy difícil que pueda transmitir con objetividad el auténtico sentido de la vida y de la existencia. Así que la oración es fundamental, porque representa el aire que respiramos o el alimento que todos necesitamos.
5. Conclusión:
La persona llega muchas veces a nuestros consultorios con mucho dolor y sufriendo, son muchos los que ponen sus vidas en nuestras manos y es de gran importancia que nuestra intervención clínica en la vida de aquéllas, empiece en el esfuerzo que cada uno de nosotros está invitado hacer por vivir la virtud y la reconciliación con nosotros mismos, con Dios, con los demás y con la naturaleza.
Simplemente se invita a profundizar día a día en la gran misión que cada uno tiene acerca de ayudar a los seres humanos en el proceso de encontrarse consigo mismos, con el objetivo de encaminar el rumbo de sus vidas y recobrar el norte de sus existencias.
Para saber más consulta centroarete.org

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